Oro parece...

Barrio de las letras en Madrid

Calle Huertas. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

El Barrio de las Letras, esencia del Siglo de Oro

“Si las piedras hablaran…” Esta es una de mis expresiones favoritas, porque soy de los que sienten que las piedras nos hablan para contarnos historias de los tiempos y las gentes que han visto pasar, convertidos en parte de su memoria. Tan sólo hay que saber escucharlas.

Si fuera así, sin duda las piedras del madrileño Barrio de las Letras hablarían por los codos, ya que hace cuatro siglos sus calles fueron habitadas por muchos de los más grandes autores de las letras españolas. De Cervantes a Lope de Vega, aquellos genios conformaron nuestro añorado Siglo de Oro… un tiempo de esplendor cultural que, si bien comenzó con el apogeo político del Imperio español, finalizó con su decadencia.

MÁS QUE UN SIGLO_

La expresión “Siglo de Oro”, entendido como época dorada de las artes y las letras españolas, no corresponde a un siglo completo exacto, sino que abarca todo el siglo XVI y gran parte del XVII, en concreto desde la publicación de la Gramática Castellana de Nebrija, en 1492, hasta la muerte de Calderón de la Barca, en 1681, coincidiendo su desarrollo con el reinado de la dinastía Habsburgo.

Con los reinados de los dos primeros reyes de esta dinastía, Carlos I (1516-1556) y Felipe II (1556-1598), se vivió el momento de máxima extensión del Imperio español, que llegó a abarcar la península Ibérica, gran parte de América, las Filipinas, algunas regiones del norte de África, los Países Bajos, el Milanesado y el sur de Italia, incluida Sicilia. Un inmenso imperio que se abastecía de las enormes riquezas y metales preciosos que llegaban de América.

Sin embargo, a partir del reinado de Felipe III (1598-1621), España comenzó una etapa de decadencia en lo político y económico, que se agudizaría a causa de las continuas guerras desarrolladas durante el gobierno de Felipe IV (1621-1665) y concluiría con el final de la dinastía Austria tras la muerte de Carlos II sin descendencia, dando paso a la nueva monarquía Borbón en 1700.

MISERIA VS. GLORIA CULTURAL_

Curiosamente, mientras el poderoso Imperio español se resquebrajaba, en nuestro país florecía un esplendor cultural que marcaría para siempre las artes y las letras universales. Un tiempo en el que algunos de los mejores pintores, dramaturgos, poetas y pensadores españoles asombraron al mundo con novedosas creaciones que resumían la compleja situación que vivía la potencia más poderosa de Occidente: entre la magnificencia y la bancarrota, entre el esplendor y la miseria.

EL APOYO DEL PODER_

Pero si en el Siglo de Oro España conoció el momento de mayor esplendor de su cultura, fue gracias al firme respaldo del poder. Bajo la protección de los reyes españoles, desde Carlos V a Felipe IV, las artes y las letras prosperaron a un nivel nunca después repetido.

Todos los monarcas de la Casa Austria compraron obras de arte y se relacionaron con los escultores, pintores, arquitectos, orfebres o armeros más importantes de Europa, construyeron nuevos palacios, transformaron el espacio urbano, encargaron obras de teatro a los dramaturgos de mayor fama, trajeron a España a los más renombrados cantantes o compositores de su época y, en definitiva, quisieron rodearse de lo más elevado, hermoso y sofisticado que la inteligencia y el talento humano podían alcanzar.

Así, en este tiempo brillaron pintores como Diego Velázquez, Francisco de Zurbarán, José de Ribera, Bartolomé Esteban Murillo o Juan Bautista Maíno; escultores como Gregorio Fernández; arquitectos como Juan Gómez de Mora; músicos como Tomás Luis de Victoria o Juan de Hidalgo; y literatos como Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Francisco de Quevedo o Luis de Góngora.

El Real Alcázar de Madrid no se limitó a una mera función de residencia real, también sirvió de escenario de comedias y espectáculos, al tiempo que se hizo famoso por albergar en su interior la colección pictórica más importante de su época, muchas de cuyas piezas podemos disfrutar hoy en el Museo del Prado. El antiguo Alcázar se convirtió así, junto al Palacio del Buen Retiro, en el centro político, social y cultural del Siglo de Oro.

LA INFLUENCIA DE LA RELIGIÓN_

Además de su labor como mecenas artísticos, los monarcas españoles, autoproclamados “majestades católicas” y “defensores de la fe”, eran la prueba visible de la importancia capital que tuvo la religión cristiana en la España de los siglos XVI y XVII: no había faceta de la vida cotidiana que, de un modo u otro, no estuviera afectada por la influencia de lo religioso.

Frente a la Reforma protestante, la denominada Contrarreforma católica perseguía defender la “verdadera fe” de cualquier ataque o desvío, por un lado mediante guerras organizadas por el poder civil del Estado y, por otro, mediante una guerra espiritual que encontró en las artes el mejor de sus aliados.

Esculturas, pinturas o composiciones poéticas y musicales pretendieron ser reflejo de una renovada espiritualidad más directa, emotiva y elocuente, que pudiera llegar con mayor facilidad a sus espectadores (en su mayoría analfabetos) a través de nuevos lenguajes, de entre los cuales destacaría el teatro.

EL TEATRO Y LA LECTURA COMO OCIO_

Las representaciones teatrales se convirtieron en el mejor intermediario entre la cultura popular y la intelectual, ya que no exigía a su público saber leer ni escribir.

Así, la diversión principal con la que disfrutó la sociedad española durante el Siglo de Oro fue el teatro, con su materialización en el corral de comedias, convertido en el espacio al que acudían personas de todos los estamentos sociales, desde los sectores populares a los aristócratas, pasando por los burgueses, letrados e incluso los propios reyes.

Por otra parte, el desarrollo de la cultura escrita en España se vio favorecido por el importante aumento de imprentas. El oficio de impresor cobró gran importancia y nombres como Luis Sanchez, nombrado “impresor del Rey” y responsable de la impresión del Lazarillo de Tormes, y Juan de la Cuesta, que debe su fama a la impresión de la primera edición del Quijote en 1605, destacaron en el Madrid de los siglos XVI y XVII.

Saber leer y escribir fue poco a poco convirtiéndose en un importante medio de promoción social, aunque los niveles de alfabetización en el global de la población no aumentaron de forma especialmente significativa y mantuvieron una fuerte barrera no sólo en las clases populares… también en las mujeres.

LA MUJER Y LA HONRA_

Y es que la situación de la mujer en el Siglo de Oro fue especialmente complicada, obligadas no sólo a sufrir las imposiciones de una sociedad machista que coartaba su libertad sino también a las expectativas de unos patrones de conducta derivados de la moral cristiana y la honra, grabados a fuego desde hacía siglos en la mentalidad española.

El ámbito exclusivo de la mujer se encontraba entre las paredes del hogar y aquellas que se aventuraban a hacer vida social en el exterior eran fuertemente criticadas, hasta el punto de que si pasaban más tiempo del debido asomadas a sus ventanas o balcones, tratando de atisbar en la distancia la vida que la sociedad les negaba, se arriesgaban a ser tachadas de “mujeres ventaneras”.

Lo mismo sucedía con el acceso a la lectura y los saberes que no fueran estrictamente religiosos, especialmente con la escritura, prohibida para las mujeres por ser considerado la forma de comunicación con un mundo que debía permanecerles ajeno.

MADRID COMO ESCENARIO_

El marco de la vida cotidiana en el siglo XVII lo establecía la ciudad, convertida mucho más que un mero espacio urbano.

En este sentido, el Madrid del Siglo de Oro se transformó en un protagonista más de las artes, con una vida propia, contradictoria y cambiante, como la de sus ciudadanos… y es que pasear por sus calles debió ser toda una experiencia.

Tras el breve período de capitalidad vallisoletana (entre 1601 y 1606), el establecimiento definitivo de la Corte en Madrid supuso un fuerte impacto para el marco urbano de la Villa.

El regreso de la familia real atrajo a todo tipo de personajes, desde nobles, hidalgos, hombres de negocios, embajadores y funcionarios, hasta comerciantes, artistas y otros profesionales que, sencillamente, deseaban una vida mejor en el entorno cortesano.

Persiguieran lo que persiguieran, y aunque no fuera la ciudad ideal, todos ellos vivían en el convencimiento de que Madrid podía darles la oportunidad de alcanzarlo… un pensamiento (equivocado o no) que aún persiste para muchos en nuestros días.

De esta manera, el crecimiento de la población en Madrid durante el siglo XVII fue exponencial e incontrolable. En menos de cien años creció de unos 5.000 a más de 100.000 habitantes, obligando al desarrollo del marco urbano de forma improvisada y desorganizada, lo que afectaría en gran medida a unas condiciones de vida que en general dejaban bastante que desear.

Y es que la crisis política y económica permanente en la que vivía el país se tradujo en una progresiva decadencia, o al menos estancamiento, de la capital.

Si bien no faltaron los proyectos que trataron de hacer de Madrid una ciudad imperial (grandes vías y espacios públicos, monumentos, nuevos palacios, jardines, etc.), la realidad es que predominaban las calles mal iluminadas, repletas de suciedad, polvo o barro, animales muertos, mendigos, malos olores… y aguas sucias.

SUCIEDAD Y DELINCUENCIA_

La ciudad no contaba con un sistema de desagüe o alcantarillado adecuado y la mayoría de las viviendas no disponían de retrete, por lo que el lanzamiento de todo tipo de fluidos por las ventanas a la voz de “¡agua va!” fue lo habitual hasta bien entrado el siglo XVII, a pesar de las leyes que prohibían tal práctica antes de la llamada “hora menguada” (las diez de la noche en invierno y las once en verano) bajo penas de destierro y azotamientos públicos.

Así, Madrid continuó siendo una ciudad provinciana que ofrecía al mismo tiempo dos caras: la de los templos y palacios más espectaculares por un lado, y por otro, a escasos metros de distancia, las condiciones de vida más miserables.

Mucha gente vivía en la indigencia, por eso eran frecuentes los oficios callejeros ejercidos por pícaros, dedicados en cuerpo y alma a una única labor: buscarse la vida.

Esta ocupación tan típicamente hispánica que incluía mendigar, timar o robar, quedaría muy bien reflejada en la “novela picaresca” propia del Siglo de Oro, en la que los protagonistas intentan por todos los medios escapar del hambre y burlar la miseria para acabar dándose de bruces con la triste realidad de su penoso destino, asumida desde la percepción irónica (también muy española) de que “nada puede ser peor”.

UNA SOCIEDAD DE VICIOS_

Tampoco faltaban en aquel Madrid decadente los espacios donde dar rienda suelta a los vicios de una sociedad disoluta.

El consumo de vino fue una de las principales ocupaciones en la España del siglo XVII, llegando a emplearse como sustitutivo del agua en las zonas en las que esta no era potable.

Su venta se realizaba en las tabernas, que se erigieron en epicentro de las relaciones sociales en el Madrid del Siglo de Oro.

Hacia 1600 existían en la capital más de 400 locales de este tipo. Abrían todos los días, incluidos los domingos por las mañana, y su afluencia era masiva, lo que obligó al Concejo de la Villa a retrasar su apertura hasta la salida de la Misa Mayor, a la que no asistía nadie.

El consumo de sexo fue otro de los grandes vicios de los madrileños de los siglos XVI y XVII. De hecho las mancebías (lugares en los que la prostitución se ejercía como oficio remunerado) reunían una variada representación de la sociedad madrileña, desde aristócratas hasta soldados de los tercios viejos de permiso en la capital.

En tiempos de Felipe III existían en Madrid cerca de 800 lupanares, abiertos día y noche. En 1623 Felipe IV, asesorado por la Inquisición y por su mala conciencia al ser usuario habitual de la mayoría de estos locales, prohibió las mancebías en todo el reino… lo que multiplicó la apertura de otras nuevas, clandestinas.

UN BARRIO ICÓNICO…_

Como vemos, después de cuatro siglos, y a juzgar por las apariencias, la sociedad española y sus actitudes no han cambiado tanto como pudiéramos imaginar… como tampoco han variado demasiado algunos de los espacios más frecuentados de aquel Madrid, especialmente el Barrio de las Letras, un entorno que esconde gran parte de la historia del Siglo de Oro y algunos secretos de los grandes personajes que lo hicieron suyo.

Y es que en las calles de este emblemático barrio madrileño nacieron, vivieron, escribieron o murieron los autores más grandes de nuestras letras… eventos que, si bien fueron rutinarios en su momento, a la postre han resultado fundamentales para la literatura y las artes universales.

… CON UN VECINDARIO ÚNICO_

Genios como Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, los hermanos Calderón de la Barca, Ruiz de Alarcón, Rojas Zorrilla, Tirso de Molina… o mujeres tan importantes para el teatro como María de Córdoba, María Riquelme o María Calderón convivieron en poco más de doscientos metros cuadrados… un vecindario único en la historia.

En torno a los corrales de comedias más importantes de la capital (del Príncipe, de la Pacheca y de la Cruz) se trasladaron a vivir escritores, actores, actrices y poetas para trabajar o disfrutar de las grandes obras que se representaban en sus escenarios, conformando el que durante siglos fue conocido como barrio de los Comediantes o de las Musas.

En la confluencia de las actuales calles Prado y León, estas gentes del teatro se reunían para charlar y cerrar acuerdos, dando lugar a un espacio que pasó a conocerse como mentidero de representantes. También allí la gente de la farándula comentaba los estrenos de las nuevas obras, la actuación de los artistas, las rivalidades entre las compañías de teatro y otros “chismes” propios del oficio.

La iglesia de San Sebastián, en la cercana Calle de Atocha y sede de la Cofradía de la Virgen de la Novena, protege y ayuda a los actores españoles desde 1631 y hasta nuestros días.

Pero los autores del Siglo de Oro no fueron los únicos que residieron e hicieron vida en este barrio. Durante los siglos posteriores, ilustres escritores como Leandro Fernández de Moratín, José Echegaray, Ventura de la Vega, José Zorrilla, Gustavo Adolfo Bécquer, Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente o Elena Fortún, entre otros, continuaron dotando a estas calles de un carácter que aún hoy conserva: el de ser considerado el corazón literario de la capital.

UN ESPACIO REPLETO DE HISTORIA_

Y es que, si en el bien llamado Barrio de las Letras las paredes nos hablan para narrarnos más de cuatro siglos de historia… también lo hace su pavimento, recubierto de letras doradas que nos recuerdan las citas literarias de aquellos grandes autores que, con sus obras eternas, forjaron el mito del Siglo de Oro español… un grito a los sentidos, a la expresión en todas sus artes, a la elevación del espíritu y a la grandeza de un Imperio venido a menos. Una etapa que marcó no sólo la historia de España sino la del arte universal y, de momento, nuestro gran siglo.

P.D: dedicado a Roberto. Porque, como en el Siglo de Oro, a tu lado las etapas de crisis siempre se transforman en conocimiento, cultura, consciencia y, sobre todo, cariño. Un honor crecer a tu lado, hermano.

Retrato de Francisco de Quevedo

Francisco de Quevedo Villegas (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645)

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa:vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
— Francisco de Quevedo


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