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Interior Teatro Español de Madrid

Interior Teatro Español, antiguo corral de la Pacheca. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

CORRALES DE COMEDIAS, abuelos DEl teatro moderno

¿A quien no le gusta el teatro? La tensión del directo, la improvisación, el cara a cara con los actores, la crítica social en los temas tratados… una forma de arte basada en la capacidad expresiva de los actores, lo que genera una atmósfera muy especial para el público, unas características que se desarrollaron en los primitivos corrales de comedia del Madrid del Siglo de Oro, precedente de nuestros actuales teatros y punto de encuentro de una sociedad ávida de entretenimiento.

de la calle a los corrales_

Y es que la sociedad barroca fue una sociedad teatral, en la que los límites entre la vida cotidiana y el espectáculo, entre lo real y lo fingido, se difuminaron hasta, en ocasiones, llegar a mezclarse en una única realidad.

Si bien, hasta el siglo XVI no existió en España el concepto de teatro como local destinado a las representaciones escénicas, sino que estas se realizaban a modo de representaciones callejeras en plazas o tablados abiertos al público.

Sin embargo, la Iglesia Católica no veía con buenos ojos el desorden y libertinaje que estos espectáculos callejeros solían producir. Para evitarlo, el Rey Felipe II decretó en 1565 que las representaciones teatrales pasaran a realizarse en espacios acotados por los patios de vivendas contiguas, un lugar que tradicionalmente había sido empleado como corral de uso particular de los vecinos y que desde ese momento daría origen a los denominados corrales de comedia de carácter permanente.

la gestión de los corrales de comedia_

La gestión de estos nuevos espacios se delegó en cofradías, hermandades religiosas de inspiración gremial que emplearían los ingresos generados en las representaciones para cubrir los gastos de los hospitales de beneficencia que gestionaban.

Se conoce la existencia de dos cofradías: la Cofradía de la Pasión, constituida en 1565, puso en marcha tres corrales, dos en la Calle del Príncipe ( el corral de la Pacheca y el corral de Burguillos) y otro en la Calle del Sol; y la Cofradía de la Soledad, fundada en 1567, responsable de otros tres corrales de los que hoy sólo se conoce la ubicación del antiguo corral de la Cruz, en la calle homónima.

En sus primeros años ninguna de las dos cofradías consiguieron generar ingresos suficientes para subsistir de manera independiente y en 1574 se unieron, previa autorización real, para gestionar comercialmente los corrales de comedia madrileños.

Además de la gestión económica, las cofradías podían ejercer un control ideológico sobre el contenido de las obras representadas en los corrales a su cargo, algo que no podían hacer cuando las funciones se celebraban en las calles.

También podían imponer la restricción de los espectáculos y su clausura en caso de luto en la Corte, durante la Cuaresma o en el caso de que se cuestionara la moralidad de las obras. De hecho, entre 1608 y 1615 la Iglesia ordenó que se prohibiera la representación de obras “especialmente inmorales”.

En 1615, Felipe III decretó que los corrales de comedia pasaran a ser gestionados por el ayuntamiento de cada villa y se regularon las representaciones. De esta manera se nombró un protector de comedias, uno o dos alguaciles por corral y dos comisarios, además del comisario de libro que vigilaría el orden durante la representación, eso sin contar los censores sobre el texto y la obra expuesta, cargo este último que ya funcionaba desde sus inicios.

El teatro y el ocio del siglo de oro_

Esta compleja organización serviría para mantener el control sobre la que fue la diversión principal de la sociedad madrileña del Siglo de Oro: el teatro.

Así, el corral de comedias se convirtió en el espacio al que acudían para disfrutar personas de todos los estamentos sociales. El gran teatro del barroco consiguió así universalizar la cultura, haciendo que casi toda la sociedad pudiera participar de ella: a los corrales accedían desde su majestad el Rey, dueño del mayor Imperio conocido en Occidente, hasta el lacayo más pobre e ignorante de la Villa.

Un día en el corral de comedias_

En principio las representaciones tenían lugar los domingos y festivos pero, dada la afición de los madrileños por el teatro, con el tiempo pasaron a celebrarse todos los días de la semana. Su duración máxima era de dos horas, sin descanso, e intercalaban piezas teatrales breves, música y baile.

Solían comenzar a las dos de la tarde en invierno, a las tres en primavera y a las cuatro en verano (siempre en horario diurno, ya que las instalaciones carecían de la iluminación necesaria para funcionar de noche), por lo que lo más recomendable era acercarse al corral de comedia poco después del mediodía, momento en que los dueños del espacio salían a la calle para anunciar al público la función.

espacios en un corral de comedias_

En caso de estar interesados en asistir, el acceso se realizaba a través de un estrecho pasillo que daba a un amplio patio a cielo abierto, cubierto con toldos para protegerlo del sol y rodeado de las ventanas y balcones de los edificios de viviendas contiguos, distribuidos en varios pisos denominados “corredores”.

A la hora de elegir asiento todo dependía del dinero del que se dispusiera, hasta el punto de que las mejores localidades podían llegar a costar cuarenta veces más que las más baratas.

En el propio patio era posible tomar asiento en los bancos de las primeras filas (denominadas “lunetas”), en las gradas del fondo o bien permanecer de pie.

Ésta última era la opción más económica, pero también la menos recomendable por ser la elegida por los bulliciosos “mosqueteros”… un grupo habitualmente formado por comerciantes y artesanos, liderado por el gremio de zapateros, cuya opinión era temida por autores teatrales y empresarios que procuraban tenerlos contentos ya que con sus abucheos, silbidos, aplausos y ruidos de espada, carracas, silbatos o cascabeles, podían hundir o salvar una obra.

Del orden en el patio se encargaba el “mantenedor” que, según el reglamento de corrales, debía abogar por evitar "ruidos, alborotos, escándalos y que los hombres y mujeres estén apartados, así en los asientos como en las entradas y salidas, para que no hagan cosas deshonestas y para que no consientan entrar en los baños a persona alguna fuera de los actores".

Y es que las mujeres debían situarse en el primer piso del corral, una zona denominada “cazuela o gallinero” a la que los hombres tenían prohibido el acceso bajo pena de destierro. Allí accedían las féminas a través de una puerta privada o desde las casas que rodeaban el corral, para evitar así encontrarse con los hombres que asistían a la función desde el patio.

Una figura imprescindible en la cazuela era el “apretador”, un trabajador cuya misión consistía en apretar a las mujeres de vestidos voluminosos que ocupaban sus asientos en la cazuela con el fin de proporcionar sitio a las nuevas espectadoras, previo pago de la correspondiente propina.

En el caso de contar con capacidad adquisitiva, la mejor opción era acudir a los “aposentos” del corredor alto, formados por los balcones de las casas privadas que rodeaban el patio del corral. Estos aposentos, similares a los palcos actuales, privados y muy discretos, estaban cubiertos por celosías, lo que permitía una intimidad susceptible de ser utilizada a todos los niveles, pues en ellos entraban tanto hombres como mujeres.

Con el tiempo, los dueños del corral se hicieron con los edificios circundantes creando, de esta forma, un teatro propiamente dicho, recorrido por pasillos y escaleras que comunicaban todos los aposentos entre sí.

Uno de estos aposentos era el denominado “desván o tertulia”, ocupado por el clero y los intelectuales, junto al que se encontraba el denominado “aposento de Madrid”, reservado a los Corregidores o Alcaldes. La “galería alta”, por su parte daba acomodo a los miembros del Consejo de Castilla.

La representación tenía lugar en el “tablado o escenario” que contaba, al igual que el resto del corral, con varias alturas que también cumplían su papel en la función, pues poseían decorados que ayudaban a imaginar el lugar en el que se desarrollaba la escena. Cuando estos elementos no eran suficientes, los actores, con su propia voz, describían el lugar donde se encontraban para que el público pudiera ponerse en situación.

Un escenario repleto de secretos_

Los corrales de comedias disponían de todo tipo de trucos para dejar a los espectadores boquiabiertos: además del espectacular vestuario de actores y actrices, los tramoyistas manejaban mecanismos de escena como trampillas que hacían a los actores desaparecer del escenario cayendo a un foso protegido, un sistema de poleas que les permitían a los protagonistas salir volando por encima de los espectadores, impactantes efectos sonoros (la lluvia, por ejemplo, se simulaba haciendo rodar un barril lleno de piedras por debajo del escenario) y visuales (capaces incluso de simular decapitaciones).

Tras el escenario, ocultos mediante cortinajes, se hallaban los vestuarios o camerinos de los actores, así como uno o dos corredores que facilitaban su movimiento tras la escena sin ser vistos por los espectadores.

En el medio del patio solía haber un pozo y letrinas donde los asistentes podían aliviarse… y es que en todo momento de la representación el público podía consumir comida y bebida que adquirían en la alojería, un puesto ubicado en uno de los extremos del patio donde se dispensaban obleas y barquillos, pero fundamentalmente aloja, una bebida elaborada a base de agua, miel y hierbas aromáticas. Si bien estaba prohibida la venta de alcohol en el corral de comedias, la aloja solía mezclarse con vino.

opiniones tras la representación_

Una vez acabada la representación, especialmente en los estrenos, el público y los actores solían reunirse en el cercano mentidero de los representantes para comentar y criticar las representaciones, muchas veces en presencia de alguno de los autores teatrales más destacados de la época como Lope de Vega, Tirso de Molina o Calderón de la Barca.

El ocaso de los corrales de comedia_

La decadencia de los corrales de comedias madrileños durante el siglo XVIII fue fruto, en gran medida, de sus primitivas condiciones arquitectónicas.

Los tan populares y concurridos corrales del Madrid del Siglo de Oro como el de la Pacheca (sede del actual Teatro Español), el de la Cruz o el del Príncipe, todos ubicados en el actual Barrio de las Letras, se acabaron cayendo a trozos o siendo pasto de las llamas.

Durante el primer cuarto del siglo XVIII los antiguos corrales dejaron paso a edificios arquitectónicos ilustrados, según la moda borbónica, dando lugar al modelo de teatro que hoy todos conocemos.

La afición de Felipe V por la ópera italiana sirvió de pretexto para la construcción del último gran corral de comedias madrileño, el teatro de los Caños del Peral, levantado en la Plaza de Oriente, en el lugar en el que actualmente podemos encontrar el Teatro Real.

su legado en el teatro actual_

El teatro del Siglo de Oro es sin duda uno de los capítulos más brillantes de la cultura española. Su influencia en el teatro de generaciones posteriores en Europa y en todo el mundo fue determinante… un éxito basado en la ruptura con los mitos idealistas medievales para comenzar a representar sobre los escenarios la vida misma, la historia de miles de hombres y mujeres que con sus andanzas más mundanas enriquecieron la considerada época más fértil del arte español.

Hoy en día, en una sociedad cada vez más acostumbrada al consumo de experiencias virtuales, el teatro supone un espacio de comunicación y expresión, sin manipulación ni intermediarios, que nos educa y nos motiva a generar opinión cuestionando lo establecido… una práctica quizá más necesaria actualmente que hace cuatro siglos.

Retrato de Lope de Vega

Lope de Vega Carpio (Madrid, 1562- 1635)

Escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron
porque, como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto
— Félix Lope de Vega


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