El Rey del juego

Estatua dedicada a Felipe III. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Estatua dedicada a Felipe III. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Felipe III, el ocaso de un Imperio

¿Conoces el dicho "no hay mejor lotería que una buena economía"? Ahorrar es todo un arte, especialmente si eres el monarca responsable de todo un Imperio. Parece que Felipe III no aprendió bien esta lección y consiguió llevar a la ruina a una de las potencias más importantes de la Historia.

El que sería rey de la Monarquía hispana entre 1598 y 1621, fue un personaje extremadamente dócil, indolente, perezoso, falto de carácter y de decisión para gobernar un Imperio que se extendía desde las Américas hasta la totalidad peninsular y gran parte del norte de Europa.

Hay quien dice que ese desdén por los asuntos de Estado era una consecuencia de haber tenido un padre extremadamente exigente, Felipe II, quien, consciente de las carencias de su hijo, llegó a afirmar: ”Dios, que me ha dado tantos Estados, me ha negado un hijo capaz de gobernarlos”.

A diferencia de su padre, Felipe III no fue un "rey prudente". Mal asesorado por un valido corrupto, Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, el monarca terminó de vaciar las arcas de un reino que ya había heredado con deudas: más de 76 millones de ducados en débito, una cifra astronómica para la época. A pesar de que en 1596 el Estado español ya se había declarado en bancarrota, esta deuda no paró de aumentar a causa del despilfarro y la desmesurada corrupción de su Corte. La herencia recibida de su padre también incluía un estado de guerra casi total, lo que hacía que la situación de la Monarquía fuera extremadamente delicada.

Para aliviar la crisis financiera se redujeron gastos en defensa, de ahí que su administración llevara a cabo una política pacifista. Se cerraron tratados de paz con Inglaterra, Francia y Holanda, lo que supuso un soplo de aire fresco para el exhausto Imperio español pero significaría, a la postre, el ocaso de su poder. También se recurrió a devaluaciones de la moneda en los años 1599, 1602 y 1603, que provocaron la retirada de la circulación de oro y plata y, en consecuencia, la depreciación del vellón y el agravamiento de la crisis financiera. El resultado fue la bancarrota total del Reino de España en 1612.

De fronteras para dentro, la expulsión de los moriscos fue la medida más célebre de Felipe III, una decisión populista que traería consigo graves consecuencias económicas. 300.000 moriscos, mayoritariamente dedicados al campo y al artesanado, fueron desterrados. Esta medida fue tomada sin consultar a los reinos de la Corona de Aragón, lo que agravó su descontento con el Rey. Especialmente difícil fue la situación en Cataluña, que estaba viviendo una grave crisis económica.

Su apodo, "el piadoso", no fue más que una forma de ocultar esa ostensible falta de carácter. Mientras personajes como el Duque de Lerma manejaban el reino en función de sus intereses particulares, Felipe III ocupaba sus horas en fiestas, jornadas de caza, la cría de caballos, la danza, la música y los juegos de naipes.

Se dice que en el caso de esta última afición, el Rey desarrolló una fuerte adicción que le llevó a perder grandes sumas de dinero. Curiosamente, parece que las personalidades compulsivas y adictivas eran habituales en la familia de los Habsburgo: el Príncipe Carlos, hermanastro de Felipe III, era adicto a apostar a los dados y a las cartas; Felipe II, su padre, fue un obseso compulsivo y coleccionista enfermizo, y Felipe IV, su hijo, un adicto al sexo.

Sus últimos años estuvieron marcados por la tristeza. Tras la muerte de su esposa Margarita de Austria, en 1611, quedó sumido en un estado de melancolía que le hacía lamentarse de haber llevado una vida tan superficial. Se dice que en su lecho de muerte pidió al cielo otra oportunidad de reinar, con la promesa de que lo haría de manera diferente, al estilo de su padre Felipe II. La enfermedad que lo llevaba persiguiendo desde 1619 y su depresión, le condujeron a la muerte a finales de marzo de 1621, con tan sólo cuarenta y tres años de edad.

Felipe III fue un rey todopoderoso que en vida gozó de regalos tan valiosos como esta estatua ecuestre de bronce, ubicada en la Plaza Mayor de Madrid. Obsequio del entonces Gran Duque de Florencia, fue comenzada por el escultor italiano Juan de Bolonia y terminada por su discípulo Pietro Tacca en 1616, tomando como modelo un retrato del Rey realizado por Juan Pantoja de la Cruz.

Recién proclamada la II República, en 1931, la escultura fue objeto de un atentado terrorista. Aprovechando que la figura era hueca y tenía una abertura en la boca del caballo, le introdujeron un artefacto explosivo. La explosión no hirió a nadie pero provocó que la plaza se llenara de pequeños huesecitos. Se trataba de esqueletos de gorriones que, durante siglos, se habían posado en el interior de la boca del caballo. Muchos de ellos se introducían en el interior de la estatua, quedando atrapados y muriendo de hambre.

Felipe III, un “rey marioneta” incapaz de gobernar un Imperio inmenso que no llegó ni mucho menos a conocer en su totalidad, es recordado como uno de los peores monarcas de nuestra Historia. Las pérdidas territoriales, la agitación social, la crisis económica y la corrupción interna que, desafortunadamente, sería copiada en siglos posteriores, marcaron las deudas de su reinado. En su haber, el comienzo de la etapa más brillante y esperanzadora de las artes españolas: el Siglo de Oro.

Francisco de Quevedo Villegas (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645)

Francisco de Quevedo Villegas (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645)

Yo escribo en el fin de una vida y en el principio de otra: de un monarca que acabó de ser rey antes de empezar a reinar
— Francisco de Quevedo y Villegas


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