El vuelo del fénix
LOA: “¡Aplausos antes de empezar! Aquí nace un monstruo de la naturaleza”
(El pregonero sube al tablado, carraspea, se lleva una mano al pecho y levanta la otra al cielo como si invocara a las musas. Su voz resuena en el corral de comedias mientras el público se acomoda en los bancos y el murmullo se apaga.)
¡Oíd, oíd, vuestras mercedes!
Dejad agora el barullo de la plaza, posponed los chismes para la taberna y ceñid vuestros ojos a este tablado, que hoy no se venden buhonerías ni cuentas de vidrio: hoy se pregonan versos, ingenio y vida, vida de la buena, la que arde y no se consume, como cirio de altar.
Porque en este humilde corral, que es Madrid y es mundo, nació el más gallardo juglar de nuestras pasiones, el más desvergonzado amante de nuestras glorias: don Lope Félix de Vega Carpio, a quien la fama dio nombre de “Fénix de los ingenios” y "Monstruo de la naturaleza”… que no por feo, sino por divino exceso.
¿Hay entre vos, honradas damas y discretos caballeros, quien no haya oído su nombre? Decidme, vuesas mercedes, ¿quién no ha reído, suspirado o maldecido con alguna de sus comedias? No hay plazuela, ni mentidero, ni callejón donde no resuene todavía el eco de su verbo. Y si España luce agora su Siglo de Oro, creedme que es en parte porque Lope la cubrió de ese material… el oro que no pesa, pero brilla más que doblones: el oro de las palabras.
Mas no penséis, señorías, que os contaré aquí la vida de un santo de altar: fue Lope carne, deseo y contradicción. Soldado cuando Madrid soñaba imperios; amante empedernido cuando la honra era cristal que al más leve soplo se quebraba; y sacerdote —¡sí, sacerdote, vuesas mercedes!— cuando el corazón ya había sangrado mil versos de amor.
¿Y qué tiempos eran aquellos? Tiempos de Madrid oloroso a pan caliente en la alborada y a agua turbia en las noches; de corrales atestados donde se empujaban hidalgos, criados y damas encubiertas; de una España que soñaba eternidades mientras sus cimientos crujían, y donde los poetas —¡oh, los poetas!— distraían las penas con amores fingidos y héroes de comedia. Este fue el teatro del mundo y Lope, vuesas mercedes, no se contentó con mirarlo: lo escribió, lo vivió, lo sufrió y lo gozó.
En vida fue tan famoso como un rey… más querido, pues su reino era el corazón del pueblo. El Rey Planeta gobernaba España; Lope gobernaba el aplauso.
Y así, honradas mercedes, en esta villa polvorienta donde los rumores vuelan más raudos que los pregoneros, nace nuestro protagonista: un niño madrileño de origen humilde que conquistó el orbe con la pluma y con un corazón siempre en llamas.
Alzad los ojos, que el telón sube… El Fénix se apresta… ¡Y comienza la comedia de su vida!
ACTO I: “DE ZAGAL A SOLDADO DE VERSOS: EL NIÑO QUE SOÑÓ DEMASIADO PRONTO”
(El pregonero da dos palmadas, manda callar con gesto grave y, tras un sorbo de vino, alza la voz con la pasión de quien pregona no mercancía, sino maravillas.)
¡Ahí lo tenéis, vuestras mercedes: el zagal que llenará España de comedias!
Se alza el telón sobre un Madrid que apenas presume de recién estrenada capital, mas late ya como el corazón de un imperio. Corre el año del Señor de 1562 y, en una casuca modesta, cerca de la Puerta de Guadalajara —entrada bulliciosa de nuestra primitiva muralla, hoy borrada del mapa— llora por vez primera Lope Félix de Vega Carpio, hijo de Félix de Vega, bordador cántabro de manos callosas, y de Francisca Fernández Flórez, mujer de paciencia infinita que no sospechaba que aquel retoño traería más versos al mundo que puntadas traía el oficio de su padre.
ESCENA PRIMERA: “UN BORDADOR HACE UN POETA”_
Lope, vuesas mercedes, creció entre agujas y sedas, oliendo a taller y oyendo el cric-cric de los bastidores. Su padre, hombre humilde, rimaba con la misma destreza con que bordaba galones; de él heredó el niño ese don para rimar como quien respira.
No era, pues, hijo de marqueses ni de ricos caudales, mas tenía un tesoro que no se compra: imaginación desbordada y lengua suelta como campanilla de corral. El propio Lope, pícaro, confesaría más tarde que nació por celos, pues su madre —temerosa de los devaneos del bordador— persiguió al marido hasta Madrid. “Por celos soy”, decía con sorna, y a fe que aquellos celos engendraron al que sería terror de damas y quebradero de poetas.
Antes de los cinco años, el mozo ya leía en castellano y en latín, cosa rara en hijo de artesanos. Murmuraba palabras como quien habla con espectros mientras su madre, orgullosa, decía que su niño charlaba con las musas. De catecismo a mitologías iba con igual naturalidad que otros niños brincaban piedras. Y por si faltara donaire, corría, recitaba y soltaba versos improvisados a los vecinos, que le escuchaban entre risa y asombro. Nadie imaginaba que aquel diablillo acabaría llenando corrales.
ESCENA SEGUNDA: “EL NIÑO QUE CAMBIABA PAN POR POESÍA”_
Tal era su hambre de escribir, que a los diez años ya componía comedias infantiles. Y como su letra era de zagal torpe, pagaba con pan y frutas a otros mozos para que le copiaran los versos.
Los jesuitas del Colegio Imperial donde estudió vieron en él un talento fuera de lo común. Allí conoció el teatro escolar, con santos de cartón y milagros fingidos, y quedó prendado del embrujo de la escena. Mas no quería ser solo espectador: autor, director y actor soñaba ser, todo a un tiempo.
Él mismo, años después, evocó aquella prisa en su Égloga a Claudio:
“Partimos antes de los primeros bozos a Lisboa,
donde embarcados a la jornada que el rey Felipe II
prevenía a Inglaterra…”
Versos de juventud, sí, mas dejan ver su impaciencia vital: siempre soñando gestas, siempre corriendo antes de aprender a andar.
ESCENA TERCERA: “ESPADA AL CINTO, PLUMA EN EL ALMA”_
No le bastaban libros ni fantasías: Lope ansiaba aventuras. A los veinte años se alistó soldado y marchó a la isla Terceira (1583), en la anexión de Portugal. Soldado fue, sí, mas su verdadera arma era la pluma.
Él mismo, con ironía, lo contaba después: los papeles con versos de amor acabaron sirviendo de tacos para arcabuces. Y dejó dicho en verso, burlándose de sí:
“Joven me viste y vísteme soldado
cuando vio los armiños de Sidonia;
y aunque en picas y lanzas fui soldado,
más gasté en plumas que en cuchillos.”
Mientras otros soñaban botines, él veía en cada puerto, en cada rostro extraño, una historia.
ESCENA CUARTA: “UN JOVEN CON HAMBRE DE MUNDO”_
De vuelta a Madrid, no era aún el Fénix, mas ya el germen de la leyenda ardía en su pecho. Sabía que escribiría, amaría y viviría deprisa, pues no concebía otro modo de existir.
En las tabernas corría el rumor: “Hay un joven que hace comedias como si las soñara.” Aún no era famoso, pero los corrales de comedia empezaban a oler a Lope.
Y así os le dejo, mercedes mías, mozo gallardo con espada en la diestra y pluma en la siniestra. Pronto conquistará Madrid… y a cuantas damas lo miren.
¡Pasemos presto al siguiente acto, que el Fénix crece y los aplausos le esperan!
ACTO II: “CUANDO MADRID SE RINDIÓ: EL REY SIN CORONA DE LOS CORRALES”
(El pregonero, con gesto solemne y sonrisa de pícaro, se adelanta al borde del tablado. Golpea el suelo con su bastón para reclamar silencio y clama con voz firme.)
¡Contened el aliento, vuestras mercedes, que hoy estrena Lope de Vega!
El mozo que antaño garabateaba versos en las tabernas entra agora en escena con paso de conquistador. No es noble ni cortesano, mas manda más en los corazones que muchos con título. Madrid entero le aclama y su nombre resuena en corrales, mentideros y hasta en salones de grandes señores. El Fénix ha comenzado su conquista y el vulgo se rinde a sus pies.
ESCENA PRIMERA: “EL TEATRO QUE ROMPIÓ LAS REGLAS”_
Antes de Lope, el teatro era cosa de eruditos secos como bacalao en cuaresma. Aristóteles dictaba con severidad sus unidades de tiempo, lugar y acción; Horacio, desde ultratumba, imponía composturas. Mas Lope, vuesas mercedes, echó los tratados a la chimenea y, con osadía de capitán corsario, revolvió el tablero:
Mezcló tragedia y comedia, porque la vida, decía, es llanto y risa en un mismo suspiro.
Puso a nobles y plebeyos a hablar con igual llaneza, pues todos, al fin, son de carne.
Dividió las obras en tres actos, para que el corazón del público no perdiera el aliento.
Y como quien confiesa un pecado con risa, así lo proclamó en su Arte nuevo de hacer comedias (1609):
“Cuando he de escribir una comedia,
cierro la puerta a Aristóteles y a cuantos dicen reglas;
porque, como paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.”
¡Y qué gusto le dio! El vulgo mandaba, y Lope, astuto, lo entendió antes que nadie. Fue el primer escritor profesional de España, el primero que hizo del ingenio arte y negocio: registraba sus comedias para evitar “ladrones de letras”, firmaba con sello personal y hasta pleiteó por un derecho de autor que nadie osó reclamar antes.
ESCENA SEGUNDA: “UN DESFILE DE HÉROES Y VILLANOS”_
No sólo cambió el teatro: lo llenó de vida y de gente inolvidable. Cada estreno era fiesta mayor y sus comedias viajaban como romances cantados por ciegos en las plazas.
Los corrales rebosaban hasta el techo, los mosqueteros del patio lo vitoreaban como a un torero y en la cazuela las damas suspiraban entre risa y rubor.
La Arcadia (1598): novela pastoril que lo acercó a los nobles.
Peribáñez y el Comendador de Ocaña (1604): labrador contra noble corrupto; el público madrileño rugía de gusto, pues era como vengarse en escena.
Fuenteovejuna (1612): el pueblo gritando “todos a una”, clamor que aún estremece.
La dama boba (1613) y El acero de Madrid (1608): sátiras finas que retrataban los defectos de la villa con humor castizo.
El perro del hortelano (1618): enredos amorosos que hacían reír hasta a las beatas.
El caballero de Olmedo (1622): tragedia que arrancó lágrimas incluso a los pendencieros del patio.
El castigo sin venganza (1631): una de sus tragedias más perfectas, reflejan esa madurez amarga y lúcida.
Lope escribía para todos: nobles que buscaban honra, criados que ansiaban carcajadas. Cada obra era espejo donde cualquiera hallaba su reflejo.
Y trabajaba como poseso: escribía en la cama, paseando, comiendo, con bolsillos llenos de papeles. Aseguraba poder escribir una comedia en veinticuatro horas… y no mentía. Para que vuesas mercedes juzguen: Shakespeare escribió 37 obras; Lope, más de 300 seguras, y él mismo se vanagloriaba de haber pasado de 1.500. ¡Ningún ingenio del Siglo de Oro fue tan fecundo!
ESCENA TERCERA: “EL POETA QUE ESPIABA AL VULGO”_
Otros escritores vivían encerrados entre papeles y latinajos; Lope respiraba ciudad. Se le veía en tabernas y mentideros, mezclado con el pueblo, cazando gestos, robando frases que luego bordaba en sus comedias.
Dicen que, disfrazado, entraba de incógnito en los corrales para escuchar los murmullos del vulgo: si los mosqueteros se removían inquietos, algo fallaba; para él, el aplauso valía más que el juicio de los doctos.
Mas no todo era ruido y clamor: también sabía de ternura. A un amigo enfermo le escribió:
“Gaspar, si enfermo está mi bien, decilde
que yo tengo de amor el alma enferma…”
El rey del teatro era, en verso íntimo, hombre de carne y suspiros.
ESCENA CUARTA: “FAMA DE CARNE Y HUESO”_
En el Madrid del Siglo de Oro, Lope era ídolo vivo. La gente se volvía a su paso, murmurando su nombre como quien nombra un santo. Su retrato colgaba en casas humildes y en salones de nobleza.
Tal fue su fama que el pueblo madrileño acuñó un dicho: “es de Lope”. Si el vino era bueno, si una comedia era prodigio, si un piropo era ingenioso, todo era “de Lope”. No había elogio mayor.
Mientras Cervantes sudaba para publicar, Lope vivía como un rey sin corona, amado, leído y cobrado como ninguno. Era, decían sus contemporáneos, “el rey sin corona de los corrales”.
Y así os le muestro, vuestras mercedes: ya no es el zagal de pluma tímida, sino amo absoluto del teatro, ídolo de nobles y plebeyos.
Mas cuidado, que tras los aplausos se esconden sombras: los amores prohibidos y las desdichas aguardan entre acto y acto…
¡Pasemos presto al siguiente! Las musas que hasta agora fueron ideas se tornarán mujeres de carne, deseo y desvelo.
ACTO III: “AMAR, PECAR Y ESCRIBIR: TEMPESTADES DE UN CORAZÓN INSACIABLE”
(El pregonero sonríe malicioso, se vuelve hacia las damas de la cazuela y les guiña un ojo con descaro. Luego mira al público entero y alza la voz, modulándola con tono de confidencia y picardía.)
¡Vuesas mercedes!
Agora llega lo que más agrada en toda comedia, aquello que el vulgo goza y los eruditos fingen no mirar: ¡los amores! Porque, creedlo, si la pluma fue la vida de Lope, el amor fue su fuego, llama que ardía en cada verso y en cada mirada furtiva. Amó sin freno, pecó sin mucha contrición y, como él mesmo confesó:
“El amor tiene fácil la entrada,
y no sabe jamás tener la salida.”
Fue marido intermitente, amante inconstante, mas en cada pasión amó como si fuera la única, hasta que otra musa asomaba tras la cortina.
ESCENA PRIMERA: “FILIS, LA HERIDA QUE LO DESTERRÓ”_
La primera gran tempestad se llamó Elena Osorio, “Filis” en sus versos: actriz hermosa, ambiciosa y más peligrosa que un arcabuz cargado. Lope la amó con locura y la aborreció con la misma furia cuando ella le dio la espalda por un comerciante rico.
¿Venganza? Su pluma fue su espada, y tan afilada que sus romances y sátiras contra ella y su familia le valieron cárcel y destierro de la corte (1588).
Mas antes de la ira, hubo dulzura. A Filis, en días de miel, le escribió casi como si rezara:
“Divina Filis mía,
no basta lengua humana
para poder loarte por entero.”
Primera musa, primera cicatriz.
ESCENA SEGUNDA: “BELISA, EL AMOR EN FUGA”_
Desterrado, Lope no se quedó llorando como plañidera: se casó presto con Isabel de Urbina, “Belisa” en sus versos. Más que pasión fue tentativa de limpiar su honra y con ella huyó a Valencia, donde escribía comedias como otros amasan pan: sin parar.
Belisa murió joven, dejándole viudo con una hija. Lope lloró su pérdida con melancolía amarga:
“Belisa, señora mía,
hoy se cumple justo un año
que de tu temprana muerte
gusté aquel potaje amargo.”
Mas ya lo conocéis, mercedes mías: Lope no sabía guardar luto mucho tiempo. En Valencia y Toledo su corazón volvió presto a encenderse, dejando estela de aventuras galantes.
ESCENA TERCERA: “CAMILA LUCINDA, AMOR FECUNDO Y ERRANTE”_
Llegó entonces Micaela de Luján, la bellísima actriz que él llamó “Camila Lucinda”. Con ella Lope vivió años casi domésticos, aunque sin casamiento, y tuvieron varios hijos.
Micaela fue remanso de paz en su tormenta, mas ni ella pudo sujetar del todo al Fénix: sus infidelidades cansaron a la dama.
Aun así, Lope la celebró en versos que la ponían al nivel de una diosa antigua:
“Si en aquella famosa edad vivieras,
hermosura inmortal, bella Lucinda,
diera en tu rostro amor nuevas banderas
y en tu corona el sol nueva guirnalda.”
Fue la compañera más constante, madre de sus hijos más queridos… mas no bastó para domar su alma inquieta.
ESCENA CUARTA: “JUANA DE GUARDO: CARNE, ORO Y ALTAR”_
Buscando respetabilidad, Lope se casó de nuevo. Su esposa fue Juana de Guardo, hija de rico abastecedor de carne. No fue amor de corazón, sino de conveniencia: aseguraba posición y descendencia legítima.
Juana no encendió sus versos como otras musas, mas le dio lo que Lope valoró como tesoro: hijos legítimos, en especial Carlos Félix, cuya muerte —ay, vuestras mercedes— veremos sangrar en el Acto V.
Ni el matrimonio ni el altar apagaron sus aventuras: Juana aceptó, con silenciosa paciencia, el fuego del Fénix.
ESCENA QUINTA: “AMARILIS Y EL FUEGO QUE LO CONSUMIÓ”_
Mas el último gran amor de Lope fue también el más trágico: Marta de Nevares, su “Amarilis”. Joven, culta y bella, despertó en Lope, ya maduro, pasión casi adolescente.
Con ella rejuveneció su alma: amó como si tuviera veinte, escribió versos ardientes como si no hubiese amado nunca. Mas el destino, cruel, cegó a Marta, la volvió loca y finalmente la arrancó de su vida en 1632.
En su Égloga Amarilis, Lope lloró con desgarro:
“Cuando yo vi mis luces eclipsarse,
cuando yo vi mi sol oscurecerse,
entonces supe bien cuánto te amaba.”
Con Marta perdió su última musa viva; desde entonces, sus versos comenzaron a oler a desengaño y a muerte.
Así era nuestro Fénix, vuestras mercedes: capaz de rezar un rosario al alba y escribir un soneto abrasador al caer la tarde. Amó demasiado, pecó sin pedir perdón, mas lo amamos porque amaba con verdad.
Mas no creáis que todo en su vida fueron besos y poemas: hubo odios, envidias y plumas más afiladas que espadas
¡Pasemos presto al cuarto acto, donde los ingenios se baten en guerra y las palabras son estocadas!
ACTO IV: “INGENIOS EN GUERRA: PLUMAS COMO ESPADAS”
(El pregonero da un bastonazo seco en el suelo, como si anunciara el inicio de un torneo. Mira al público con ojos chispeantes y voz firme, cargada de emoción marcial.)
¡Vuesas mercedes, no habrá hoy espadas ni arcabuces: esta lid se libra con pluma y lengua!
En el Siglo de Oro, el teatro y la poesía no eran sólo arte: eran campo de batalla. Las plumas eran espadas, las sátiras dardos envenenados y cada escritor un duelista que defendía su honra línea a línea. Y en ese ruedo, Lope de Vega era gladiador y espectáculo, el más aplaudido y también el más atacado: su fama levantaba admiraciones y envidias a partes iguales.
ESCENA PRIMERA: “DOS GALLOS EN UN CORRAL”_
El duelo más famoso fue con Miguel de Cervantes. Dos gallos en el mismo corral: uno, soldado de Lepanto, discreto y sufrido; otro, rey de los corrales y señor de la comedia.
Cervantes, dolido quizá por el éxito ajeno, lanzó sus pullas veladas. En su Viaje del Parnaso (1614) habló de autores que escribían versos a destajo, clara alusión a Lope, aunque —justo es decirlo— también le llamó “monstruo de naturaleza”, título que era a la vez elogio y picadura.
Lope, rápido de réplica, devolvía con su ironía afilada como estoque: —“Cervantes tiene por amigos a sus envidias”, decía en cartas privadas.
No cruzaron duelo público, no se lanzaron estocadas en los tablados, mas había respeto disfrazado de desdén. Cervantes buscaba gloria entre doctos; Lope, amor en el corazón del pueblo… y en eso, vuesas mercedes, no tenía rival.
ESCENA SEGUNDA: “EL MONSTRUO Y LOS MORALISTAS”_
No sólo Cervantes: los eruditos y puristas le llamaban corruptor del teatro. Decían que había mancillado las reglas sagradas de Aristóteles, mezclando tragedia y comedia como vinos de distintas cosechas.
Lope no se inmutaba. Contestó con la soberbia tranquila del que tiene al público de su lado, y en su Arte nuevo de hacer comedias dejó clavado el dardo:
“Como paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.”
Con ello desarmaba a doctos y moralistas: no escribía para ellos, sino para quienes llenaban los corrales. Y el aplauso, fuerte como trueno, ahogaba cualquier crítica.
ESCENA TERCERA: “GÓNGORA EN METÁFORAS, QUEVEDO EN VENENO”_
El ruedo literario era enjambre de plumas. Luis de Góngora, maestro del culteranismo, despreciaba su estilo llano y directo. Lo atacaba con metáforas tan retorcidas que sólo los muy letrados entendían la ofensa.
Francisco de Quevedo, en cambio, era cuchillo sin funda: a pesar de ser su amigo lo ridiculizó por sus amoríos, se burló de su producción desmesurada, insinuando que tanta facilidad escondía descuido.
¿Y Lope? No bajó al barro. Su respuesta era el silencio… y estrenar dos comedias nuevas por cada sátira que le arrojaban. A las metáforas gongorinas contestaba con un soneto. Su venganza era el éxito.
ESCENA CUARTA: “EL APLAUSO COMO VICTORIA”_
A pesar de los ataques, ningún ingenio logró destronarlo. Fue el autor más representado y amado de su tiempo; su nombre, sello de calidad universal.
Así resumían los corrales su verdad:
Cervantes escribía para los libros.
Góngora para los entendidos.
Quevedo para reírse de todos.
Lope escribía para el corazón del pueblo… y el corazón nunca yerra.
Y así fue esta guerra de ingenios, mercedes mías: sin sangre, pero con heridas de orgullo. Lope, amado por todos; Cervantes, admirado en silencio. Mas hasta el Fénix, rey de corrales y damas, hubo de conocer la caída.
Preparad el ánimo, que el siguiente acto no trae risas ni amores, sino desengaños y lágrimas… El Fénix, cansado, bajará sus alas.
ACTO V: “EL FÉNIX CANSADO: sombras Y DESENGAÑO al cerrarse el telón”
(El pregonero baja un punto la voz. Ya no hay picardía en su gesto: su mirada se vuelve grave, casi reverente. Camina despacio sobre el tablado, como si acompañara un cortejo invisible. Al hablar, el corral entero enmudece.)
¡Atentos todos!
El Fénix arde… pero ya no renacerá. El telón se alza por última vez. El hombre que llenó Madrid de risas y lágrimas, el rey sin corona de los corrales, encara agora su tragedia más humana. Ya no es joven arrogante ni amante insaciable: es sacerdote cansado, padre doliente, poeta que mira a la muerte como quien mira un espejo. Y aun así, su nombre sigue sonando en la villa como campana que no cesa.
ESCENA PRIMERA: “SOTANA Y SOMBRAS EN EL ALMA”_
En 1614, Lope sorprendió a todos: se ordenó sacerdote. Hubo quien pensó en arrepentimiento; otros, en deseo de calma tras tantos amores. La verdad, mercedes mías, es que Lope siguió siendo Lope.
La sotana no apagó sus pasiones. Rezaba al alba y, por la tarde, escribía versos que ardían como brasas. Sus cartas y poemas de esos años suenan más graves, más reflexivos, con culpa quizás, pero sin resignación.
Ese sacerdote era el mismo hombre que había amado en exceso: devoto al amanecer, poeta abrasado al anochecer. Y, lejos de restarle, esa contradicción lo hacía más humano ante los ojos de Madrid.
ESCENA SEGUNDA: “DOLOR DE PADRE, DOLOR DE AMANTE”_
Si en su juventud Lope bebió de aplausos y amores, en su madurez la vida le cobró con intereses crueles. Su mundo se llenó de entierros, cartas de pésame y noches en vela llorando en silencio sobre papeles.
Un ejército de hijos, un ejército de ausencias:
Tuvo diecisiete hijos, mas diez murieron antes de crecer:
Carlos Félix, su hijo con Juana de Guardo, murió a los siete años. Lope lo lloró como héroe caído, dejando escrito en su testamento cuánto lo amaba.
Lope Félix, hijo de Micaela de Luján, poeta en ciernes, murió soldado en Venezuela (1634). El Fénix no pudo despedirse; la noticia lo quebró.
Marcela, hija de Micaela, tomó velo en las Trinitarias, cerca de donde hoy se levanta la Casa Museo de su padre; fue su consuelo en los últimos años.
Antonia Clara, hija de Marta de Nevares, huyó a los diecisiete con un caballero, llevándose joyas y ropas, dejando a Lope hundido en deshonra y amargura.
Sólo Feliciana, hija de Juana, sobrevivió para ser su heredera.
El poeta, que tantas veces habló de tempestades amorosas, ahora se sentía como barca a la deriva. Así lo confesó en La Dorotea:
“¡Pobre barquilla mía,
entre peñascos rota,
sin velas desvelada
y entre las olas sola!”
El luto por Amarilis:
La peor de esas olas fue Marta de Nevares, su “Amarilis”. Ciega, enloquecida y finalmente muerta en 1632, dejó en Lope un vacío que ni fe ni versos llenaron jamás. Desde entonces, sus poemas se tiñeron de sombras y su ánimo se recogió como pájaro herido.
ESCENA TERCERA: “EL ÚLTIMO APLAUSO DE MADRID”_
El 27 de agosto de 1635, Madrid despertó con la noticia: Lope de Vega había muerto, con setenta y dos años, en su casa de la calle de Francos (hoy, calle Cervantes).
La villa entera se vistió de luto:
Las campanas doblaron durante horas.
El cortejo recorrió las calles entre multitudes que recitaban sus versos en voz baja.
Felipe IV y la aristocracia enviaron representantes, rindiendo homenaje al poeta más querido de España.
En la Iglesia de San Sebastián, donde fue enterrado, nobles, mendigos, actrices, clérigos y mosqueteros lloraron juntos, como si todos lo sintieran suyo.
Era el final de un hombre, pero el nacimiento solemne de una leyenda. Sus comedias siguieron en los corrales durante décadas, y su estilo inspiró a jóvenes dramaturgos como Calderón de la Barca, que lo reconocería como maestro.
Así terminó la comedia de su vida, vuestras mercedes: sin los aplausos del corral, pero con el mayor de todos los homenajes: el latido agradecido de un pueblo entero.
Porque Lope murió, sí, pero Madrid no dejó nunca de hablar en su lengua ni de reír ni llorar con sus versos.
Mas no os levantéis todavía: queda el fin de fiesta, el eco final donde sabremos qué huella dejó este hombre que fue todos los hombres.
BAILE Y FIN DE FIESTA: “EL VERSO QUE NO ACABA: LOPE VIVE EN MADRID”
(El pregonero vuelve al tablado, sonríe ancho y se lleva las manos al corazón. El tono ya no es solemne ni doliente: es cálido, casi festivo, como quien despide a un viejo amigo querido. Hace un gesto a un grupo de músicos imaginarios y su voz vibra con alegría y nostalgia a un tiempo.)
¡Vuesas mercedes!
Habéis visto la comedia más larga jamás escrita: la vida de Lope de Vega. Fue drama, fue risa, fue tragedia, fue amor y pecado. Y lo mejor… es que no acabó con su muerte.
El telón ha caído, sí, pero los aplausos no cesan. Cuatro siglos después, Madrid sigue oyendo su murmullo, como si Lope siguiera escondido tras las esquinas, guiñando el ojo a las damas y riéndose de los doctos.
El Fénix de los ingenios no es un recuerdo: es un vecino eterno del barrio de las Letras, que aún nos observa desde los balcones con esa picardía suya que ni la muerte pudo apagar.
Versos en piedra y aire_
Quien quiera seguir sus pasos no necesita más que andar por Madrid. Porque su ciudad es su mayor huella:
Casa Museo Lope de Vega (calle Cervantes, 11): su último refugio, donde escribió, lloró y soñó hasta el final. Aún huele a tinta y a oraciones.
Iglesia de San Sebastián (calle Atocha): allí fue enterrado. Sus huesos se perdieron, mas las piedras guardan su nombre.
Puerta de Guadalajara (ya desaparecida): allí lloró por vez primera, recién nacido, cuando el viejo Madrid era corazón de un imperio.
Mentidero de los Representantes (calle del León): allí se decidían suertes de autores y se habló más de Lope que de cualquier rey.
Convento de las Trinitarias (calle Lope de Vega): allí tomó hábito su hija Marcela y cerca reposa Cervantes, su eterno rival en letras, que quizá ahora, en la eternidad, compartan chanzas.
En verdad, cada rincón del barrio de las Letras es un verso lopiano cincelado en piedra.
El eco que no se apaga_
Pocos hombres lograron lo que él: ser eterno no sólo en los libros, sino en la memoria del pueblo.
Porque Lope no pertenece sólo al Siglo de Oro: pertenece a Madrid, que lo sigue aplaudiendo en silencio, con cada visitante que pisa su casa, con cada representación de Fuenteovejuna, con cada verso que aún estremece corazones.
El Fénix no renació de sus cenizas porque, sencillamente, nunca murió del todo. Porque Lope no fue solo un hombre: fue —y sigue siendo— una forma de mirar la vida. Porque Lope sigue siendo, y será siempre, “de Lope”.
(El pregonero hace una reverencia profunda, como quien se despide del mejor de los amigos. Luego se yergue, sonríe con ternura y da las últimas palmadas.)
¡Ea, vuestras mercedes, la comedia terminó, mas el eco queda! Salid a las calles, buscadlo en los muros, en los versos, en los recuerdos… porque Lope vive donde haya palabra y corazón.
“Yo he nacido en dos extremos, que son amar y aborrecer; no he tenido medio jamás...
Yo estoy perdido, si en mi vida lo estuve, por alma y cuerpo de mujer y Dios sabe con qué sentimiento mío, porque no sé cómo ha de ser ni durar esto, ni vivir sin gozarlo...”