Excesos enmascarados

Tienda de disfraces Maty en Madrid

Disfraces Maty. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

los Carnavales: triunfo de lo mundano y lo carnal

¿Qué recuerdos tienes de los carnavales de tu infancia? ¿Cuáles fueron tus primeros disfraces? En mi caso, no faltó el de El Zorro o Capitán Garfio, sin olvidar los de Drácula o Jorobado de Notre Dame… identidades ficticias que asumía durante unos días en los que todo parecía estar permitido para celebrar una de las fiestas populares más antiguas en casi todos los rincones del mundo. Por supuesto, Madrid no iba a ser la excepción.

Antiguamente, el tiempo se medía con respecto a la actividad social y a las emociones que provocaba el cambio de las diferentes estaciones climatológicas en la sociedad.

El tiempo era explicado como un mito, y se dramatizaba a través de representaciones populares y ritos. Además, trataba de ajustarse a una serie de mecanismos de control social que permitían una serie de “escapes controlados” que hacían más deseable el retorno a la norma.

Así, las fiestas populares solían celebrarse para señalar el cambio de las estaciones del año: las romerías llegaban con la primavera; San Juan y San Pedro señalaban el comienzo del verano y el invierno acababa con el Carnaval, previo al tiempo de Cuaresma.

El Carnaval, por lo tanto, nunca fue una fiesta aislada, sino una celebración de referencia a todo un ciclo… a un tiempo del año que contaba con diversas manifestaciones populares.

La palabra "carnaval" comenzó a ser habitual en la España del siglo XVII. El poeta Luis de Góngora fue uno de los primeros que la empleó de modo recurrente. Hasta entonces, en la España medieval, los carnavales se denominaban "carnestolendas".

Estas fiestas se difundieron especialmente durante el Renacimiento, cuando el mundo cristiano se liberó de la opresión eclesiástica ejercida durante siglos dando lugar a nueva actitud en contra del dogma católico, en contraposición a la Cuaresma y a la escolástica inquisitorial.

Las carnestolendas representaban una inversión controlada de los valores sociales que las clases populares aprovechaban para quejarse, con saña e ironía, de sus mandatarios.

Mientras duraban estas fiestas, los miembros de cada comunidad aprovechaban para transgredir (con moderación) las normas sociales prohibidas en otras épocas del año: desde comer carne hasta cometer actos de violencia menores, tener contactos sexuales relativamente libres, criticar abiertamente a las autoridades sociales, políticas, religiosas, etc.

En el Madrid del siglo XVI, de misa y comunión diaria, las carnestolendas se convirtieron en las fiestas populares más multitudinarias, ya que todos los madrileños, daba igual al estrato social al que pertenecieran, nobles o pueblo llano, eran bienvenidos.

Estas fiestas se hicieron famosas no sólo en la capital del reino, también en América latina, a donde llegaron de manos de los navegantes españoles y portugueses.

Durante el siglo XVII, fueron los gremios y comerciantes quienes comenzaron a organizar las fiestas de carnaval más auténticas. Con la ayuda de los vecinos de la Villa, representaban en escenarios callejeros sus propias comedias y bailes y organizaban romerías.

Aunque los bailes de máscaras solo están documentados a partir el siglo XVIII, se sabe que el hecho de disfrazarse ya era una costumbre arraigada en el pueblo llano desde tiempo atrás. Los madrileños se agrupaban en “mojigangas”, comitivas ataviadas con ridículos disfraces de animales, que recorrían las calles de la capital representando danzas y cantes burlescos, alusivos a personajes y acontecimientos de la vida cotidiana, política y a los cotilleos de la villa.

En tiempos de Felipe IV se produjo el gran auge de las fiestas populares en Madrid, hasta el punto de que hubo años en los que los días de celebración superaron a los laborables.

Claramente, el “Rey Planeta” quería distraer a su pueblo de las gravísimas crisis que agitaban el reino a través de las fiestas y, en este sentido, el Carnaval fue la juerga más esperada.

En un Madrid de predominante población analfabeta, las representaciones teatrales, ya fuera en los corrales de comedias o en las propias calles, se convirtieron en una forma muy popular de entretenimiento.

Así, durante el Carnaval fueron frecuentes las funciones que representaba el mundo al revés… un mundo en el que la gente normal y corriente se disfrazaba con hábitos religiosos o coronas para acabar siendo objeto de burla y mofa por parte de otros madrileños.

Obras de Lope de Vega (La dama valenciana), Calderón de la Barca (Céfalo y Pocris) o Tirso de Molina (El pretendiente al revés), entre otros autores del Siglo de Oro, son ejemplos de comedia de influencia carnavalesca.

Este tipo de burlas no sólo duraban los días del Carnaval… tres semanas antes de su comienzo de los hombres casados celebraban el “jueves de compadres”, al que seguía la fiesta de las mujeres casadas, el “jueves de comadres”, dos festejos que iban preparando el ambiente para las celebraciones venideras.

No obstante, aun siendo una fiesta eminentemente popular, los carnavales también se extendieron a las clases pudientes. Tanto reyes como nobles celebraban su propio Carnaval, dejando que por unos días en la corte reinaran el desorden y la burla.

Se sabe que, en 1623, el Conde Duque de Olivares, valido del rey, se disfrazó de portero, y el Almirante de Castilla con ropa de mujer. Mientras, los escribanos de la corte abrían la marcha del desfile de Carnaval con un letrero en el que se podía leer: “los gatos de la villa”. Tras ellos, carros de basura desfilaban en caravana… siempre dentro del recinto del antiguo alcázar, para evitar mezclarse con el pueblo.

En general, durante el siglo XVII la costumbre de carnestolendas de usar disfraces y máscaras se acompañaba de bromas y tretas variadas:

  • Colocaban cuerdas entre las casas para que, quien no las viera, cayera o perdiera el sombrero.

  • Arrojaban a los transeúntes aguas inmundas o esportillas de ceniza o salvado.

  • Ponían estopas encendidas en las orejas de los caballos.

  • Lanzaban huevos rellenos con aguas sucias a quien pasara por la calle.

  • Ataban a la cola de un perro una garrafa rellena de vidrios, que producían gran ruido al romperse, mientras el perro huía asustado.

  • Untaban con inmundicia los picaportes de las puertas.

  • Golpeaban a los viandantes con escobones empapados en orines, con vejigas sujetas a un palo o con sartenes tiznadas.

  • Manteaban personas, animales o peleles que representaban a personajes públicos.

  • Ensuciaban los cuellos engolados de las camisas con agua sucia lanzada con jeringas.

  • Marcaban la mano impregnada en yeso sobre la ropa negra de quien pasaba.

  • Colocaban monedas clavadas en el suelo o sujetas con un hilo, del que se tiraba cuando alguien se agachaba a recogerlas.

  • Añadían garbanzos crudos al interior de los guisos.

  • Ofrecían caramelos y frutas escarchadas frotadas con acíbar (una planta muy amarga).

Aunque se asumía la presencia de trastadas controladas durante estas fiestas, en ocasiones era inevitable que el salvajismo se desbordara a causa de las bromas pesadas. Aunque la permisividad de las autoridades durante estas fechas constituía una válvula de escape para las clases populares, en épocas de inestabilidad política y social se tomaban medidas especiales de orden público.

En las crónicas de febrero de 1636 se nos cuenta, por ejemplo, que las autoridades madrileñas quedaron conformes porque en la última noche de Carnaval, en la capital habían muerto tan solo cinco personas.

Los Carnavales alcanzaron su máximo esplendor en el Madrid del siglo XVIII. Todo cambió en su aspecto formal, instaurándose los bailes de máscaras, exclusivos de la élite gobernante, por influencia italiana.

Mientras, el pueblo continuó celebrando romerías y mojigangas, así como las costumbres propias de siglos pasados. Pintores como Francisco de Goya supieron reflejar estas prácticas populares en cuadros como El pelele.

Las fiestas de carnaval llegaban a su fin con la representación del Entierro de la Sardina, inmortalizado por Goya en otro de sus lienzos.

Esta tradición ponía punto final a la locura del Carnaval y daba paso a la seriedad de la Cuaresma. Consistía en un desfile que parodiaba un cortejo fúnebre y concluía con la quema de una figura en forma de sardina.

Según la leyenda popular, su origen está en un cargamento de sardinas en mal estado que llegó a los mercados de Madrid en unos carnavales durante el reinado de Carlos III.

Era tal el hedor que se propagó en la Villa que el rey, temiendo por la salud de los madrileños, ordenó el enterramiento de todas las sardinas podridas en la ribera del río Manzanares.

Actualmente, la Cofradía del Entierro de la Sardina de Madrid finaliza su tradicional “cortejo” en La Fuente de los Pajaritos de la Casa del Campo, ya que, según se cree, fue allí donde quedaron enterrados los pescados hace casi tres siglos.

El primer baile de carnaval celebrado en Madrid fue el autorizado o por Carlos III en 1766, y tuvo lugar en el Teatro del Príncipe, actual Teatro Español. Para su celebración fue necesario cubrir el patio de butacas con una tarima hasta la altura del escenario, obteniéndose así un amplio salón.

Posteriormente, a lo largo del siglo XIX, los llamados “bailes de máscaras” continuaron celebrándose en teatros, casinos y palacios privados. De todos ellos, el que adquirió más fama y renombre fue el del Círculo de Bellas Artes. Inaugurado en febrero de 1891 en el Teatro de la Comedia, no sólo se convirtió en un fenómeno social de gran relevancia en el Madrid de la época, sino también en un hecho vital para el origen y asentamiento del cartelismo y la ilustración gráfica en España, a través de los concursos que cada año convocaba la institución.

Actualmente el prestigioso baile de carnaval del CBA se sigue celebrando, ya en su emblemático edificio, obra del arquitecto Antonio Palacios, de la Calle de Alcalá.

Los carnavales siguen constituyendo hoy para los madrileños una de las citas más divertidas del año, para cuya celebración es fundamental pensar en un original disfraz, bien de elaboración casera o bien adquirido en alguna de las míticas tiendas de disfraces que, desde hace décadas, y a pesar de las dificultades, perviven en las calles de Madrid. Una de ellas, disfraces Maty, ubicada en esta Calle Maestro Victoria, mantiene viva desde 1943 una tradición que ya es historia de la capital.

Tras unos años en los que nos hemos visto obligados a cambiar las máscaras por mascarillas higiénicas, ya es hora de escoger un buen atuendo y dejar escapar el miedo, las frustraciones y los malos humos de nuestra sociedad mediante la sátira, la chufla y la chirigota de una buena fiesta de disfraces.

Retrato fotográfico de Pío Baroja

Pío Baroja y Nessi (Guipúzcoa,1872 - Madrid, 1956)

Dos o tres veces vi el manteamiento del pelele como en uno de los tapices de Goya. No era fácil hablar con aquella gente, porque el hombre de las afueras es desconfiado y suspicaz
— Pío Baroja


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