Luces y sombras

Monumento a Francisco de Goya. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Monumento a Francisco de Goya. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Francisco de Goya, una vida tenebrista

Si tuvieras que resumir tu vida a través de un estilo pictórico… ¿elegirías una pintura alegre y luminosa o unas pinturas negras? Francisco de Goya, desarrolló ambas a lo largo de su trayectoria… y es que el pintor alternó momentos muy felices con otros muchos traumáticos que dejaron huella no sólo en su obra sino también en su personalidad. Casi todos ellos se desarrollaron en la ciudad de Madrid.

Francisco José de Goya y Lucientes​ (Fuendetodos, 1746-Burdeos, 1828) llegaba a Madrid con apenas veinte años con la ilusión de labrarse un nombre como pintor. Andarín empedernido, habitual de las primeras tertulias y gran amante de la naturaleza, Goya pateó la ciudad de arriba abajo. Durante su etapa madrileña residió en diferentes domicilios en las calles Fuencarral, esquina a San Onofre, Valverde y Santiago.

En 1773 contrajo matrimonio con Josefina Bayeu, familiar de una saga de artistas de Cámara que le abrirían las puertas de Palacio, tras haber destacado como pintor de cartones para la Real Fábrica de tapices. El éxito llamaría a sus puertas cuando Goya pasaba los cuarenta años.

Sin embargo, a partir de 1790, una acentuada bipolaridad de origen depresivo, que le acompañaría toda la vida, le alejó de los pinceles durante dos años. Las progresivas muertes de su mujer y hasta siete de sus ocho hijos, sumadas a una severa sordera a partir de 1791, habían aislado al pintor. A pesar de sobreponerse, la pintura posterior de Goya ya siempre mostraría estas cicatrices, dando origen a sus pinturas negras.

Tras el triunfo de la Revolución francesa en 1789, las ideas de los ilustrados franceses calaron fuera de sus fronteras. A lo largo de Europa, incluida España, una reducida élite ilustrada apoyaba las ideas revolucionarias de Napoleón, entre ellos el propio Goya. Sin embargo el precio a pagar fue terrible y la destrucción y muerte que provocó el paso de las tropas francesas por nuestro país quedaría grabada para siempre en las retinas del pintor aragonés.

Goya sería uno de los miles de españoles que se exiliaron a Francia, acusado de afrancesado, tras la salida de José Bonaparte. Aunque finalmente sería amnistiado por Fernando VII, en 1824 el pintor decidía abandonar España en un exilio voluntario que le llevaría a Burdeos. Viejo, amargado y completamente sordo, moría en la localidad francesa en 1828, a causa de un ictus apoplético.

Años después de su muerte, España reclamaría su cuerpo, que sería finalmente repatriado en 1899. Hoy descansa, a falta de su cabeza, en la ermita de San Antonio de la Florida de Madrid.

Junto al Museo del Prado, esta escultura de Mariano Benlliure rinde homenaje a Francisco de Goya uno de los pintores más importantes de nuestro país y de la Historia del Arte, determinante como influencia para el desarrollo de la pintura contemporánea, que vivió la capital con pasión desde el pueblo hasta la corte… un genio universal cuya vida y obra no se entenderían sin Madrid y sin la tragedia colectiva que le tocó vivir.

El pintor Francisco de Goya, 1826, Vicente López. Museo del Prado

El pintor Francisco de Goya, 1826, Vicente López. Museo del Prado

La fantasía, aislada de la razón, sólo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos
— Francisco de Goya


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