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Antigua casa del Conde Duque de Olivares en Madrid

Antiguas casas del Conde Duque de Olivares. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

conde-duque de olivares: la mirada del poder

¿Pensabas que el enchufismo era una práctica exclusiva de la política de nuestro tiempo? Te equivocas, desgraciadamente los enchufados existen prácticamente desde que existe el poder, individuos capaces de “arrimarse” a la persona adecuada en el momento oportuno para sacar partido, con escasos méritos.

Y es que, aunque no se puede generalizar, pues siempre han existido políticos muy válidos, una de las frecuentes críticas al actual sistema de partidos en España es su mecanismo de ascensos y colocaciones, que muchas veces prima la sumisión al partido y no los méritos, generando fatales consecuencias al abrir la puerta a una mediocridad que históricamente ha pagado la sociedad.

Tanto hoy como en el siglo XVII, por ejemplo, si una persona quería acceder a un cargo o iniciar una lucrativa carrera política, sabía que debía congraciarse con el líder de turno, en aquel momento el valido del rey.

Los validos fueron protagonistas indiscutibles de la política española del Siglo de Oro, al saber hacerse con los mandos de la Monarquía Hispánica e imponer su voluntad sobre el resto… para bien o para mal.

Tras la muerte de Felipe II en 1598, la Administración del Imperio se había convertido en un colosal cuerpo burocrático inabarcable para una sola persona.

El Rey Prudente había sabido gestionar, con más o menos éxito, aquel monstruo de papeles y despachos apoyándose en sus secretarios y en los Consejos. Sin embargo, la llegada al trono de su hijo Felipe III, un monarca carente de carácter, talento y laboriosidad cambió radicalmente el tratamiento de los asuntos de Estado introduciendo la figura del valido.

La denominación de “valido” se debe a que de ellos se valía el monarca de turno para delegar sus tareas de gobierno, así como para trasladar a otros hombros la responsabilidad de reinar. Aunque no se trataba de un cargo con nombramiento formal, el de valido era el puesto de mayor confianza del monarca en cuestiones temporales.

Normalmente los validos provenían de estratos sociales privilegiados, generalmente nobiliarios o eclesiásticos, pero existieron también ejemplos de validos con un bagaje de gestión eficaz a sus espaldas… ministros eficientes en el desempeño de cargos donde habían demostrado su capacidad.

Habitualmente los validos comenzaban su camino de ascenso personal y cortesano a partir de unos lazos de amistad con el monarca, aunque también gracias a otra serie de circunstancias como saber ganarse la confianza de la reina o conseguir la amistad y confianza del príncipe heredero, que con el tiempo habría de convertirse en rey. A partir de esa intimidad afectiva irían ganando la confianza del soberano como paso previo a la colaboración directa en el gobierno.

Los validos concentraban en su persona la doble faceta de secretarios de consejo y secretario personal del rey, asumiendo las tres grandes funciones: la burocrática, el conocimiento y manejo de la correspondencia (unido a las peticiones de mercedes) y el “despacho a boca” con el rey.

El “despacho a boca”, era un de las principales prerrogativas de las que gozaba el valido y que se convirtió en fundamental para su concentración de poder. Se trataba de una vía directa con el monarca, es decir, el privilegio de poder departir sin intermediarios con el soberano los asuntos de Estado, algo que hasta entonces había sido facultad exclusiva de los secretarios, cuyas competencias habían quedado limitadas a un mero papel administrativo.

Pero los validos no solían conformarse con ejercer una privada y secreta influencia sobre el rey, sino que ambicionaron actuar por sí mismos y mandar sin intermediarios. Además, se convirtieron en un instrumento Real para controlar la corte… una tarea realmente complicada al actuar como dispensador de la gracia soberana, lo que les convertía en filtro entre el monarca y los pretendientes de concesiones, haciendo inevitables las intrigas y envidias cortesanas.

Aristócratas, nobles y alto clero, muy vinculado a las casas reales por ser sus confesores, configuraban la corte madrileña. Espacio de poder por antonomasia y lugar ideal para estrechar lazos que facilitaran el ascenso social y la promoción personal, en su seno el valido desempeñaba un papel primordial.

La nobleza cortesana sentía recelos de la figura del valido por lo que sus esfuerzos se concentraban en censurarle y conspirar para sucederlo, o al menos para conseguir que lo hiciera alguien de su entorno más cercano.

A pesar de estas intrigas y fabulaciones constantes en su contra, muchos validos supieron mantenerse en el poder durante períodos extensos, incluso durante décadas, bien actuando con puño de hierro contra quienes se oponían a su política o bien con un gran talento para manejar la voluntad regia de acuerdo con sus intereses.

Por otro lado, la pérdida de la protección real podía convertirse en el reverso de la moneda provocando el declive y exclusión del valido de la esfera de poder.

Las razones para que esto sucediera podían ser muy variadas, pero la más común era el desprestigio provocado por sus enemigos y la torpeza de los propios privados en ocasiones, incapaces de controlar su auténtico poder sin eclipsar el de los soberanos… y es que, embriagados de poder, algunos olvidaron que el rey era la verdadera fuente de autoridad.

Todos ellos suscitaron numerosos sentimientos en la sociedad del siglo XVII, por ello fueron odiados, respetados, obedecidos y adulados como ningún otro… pero al mismo tiempo acusados de traidores, usurpadores, acaparadores de la voluntad real, corruptos y causantes de los males padecidos por el reino. Demasiadas imputaciones para sobrevivir… y para contrarrestarlas, los validos contaban con “voceros” y pregoneros callejeros anunciadores de alabanzas relativas a sus actuaciones.

El reinado de Carlos II no sólo pondría fin a la Casa de los Austrias en el trono español, también acabaría con la figura del valido.

A partir de entonces, ya con la dinastía Borbón en el poder, el gobierno pasaría a estar dirigido por un primer ministro, figura impuesta al rey que igualmente llegaba a lo más alto de la Administración, pero no por una amistad o relación de confianza con el monarca.

Personajes como el duque de Lerma, el duque de Uceda, Luis de Haro, el padre Nithard y Valenzuela, fueron los validos más destacados de nuestro Siglo de Oro que, ya en su momento, generaron gran desconfianza y resentimiento. No obstante, por encima de todos ellos, destacó una figura determinante no sólo para la política sino para las artes de nuestro país: el Conde-Duque de Olivares.

Gaspar de Guzmán y Pimentel nació el día de los Reyes Magos de 1587 en Roma, ciudad en la que su padre era embajador.

Al ser el segundo hijo, la vida de Gaspar estuvo condicionada desde su nacimiento a la carrera eclesiástica, por ello estudió cánones y leyes en la Universidad de Salamanca.

Sin embargo, primero la muerte de su hermano mayor en 1604, haciéndole cambiar de estado y obligándole a vivir en la Corte, y la de su padre, tres años después, proporcionándole una cuantiosa herencia, le otorgaron los medios para un futuro brillante.

Además, la boda con su prima Inés de Zúñiga y Velasco, le permitió destacar en palacio.

Por último, las intrigas y rivalidades entre los favoritos de Felipe III, el duque de Lerma y su hijo el duque de Uceda, favorecieron su nombramiento como gentilhombre de cámara del príncipe y futuro Felipe IV, que pasaría a ocupar el trono en 1621 con Gaspar de Guzmán como valido.

Desde el principio, la habilidad de Olivares para moldear al nuevo rey según sus propios designios fue enorme. Pero no sólo esta habilidad de persuasión para con Felipe IV encumbró a Olivares… también se mostró como un gran estadista y un ministro con las mejores condiciones para hacerse cargo del gobierno: capacidad de trabajo, entendimiento de los negocios, liderazgo y autoridad.

Olivares también fue un hombre culto, mecenas de artistas, dramaturgos y eruditos, que siempre valoró la importancia de la imagen en la política.

Fue el gran protector de Francisco de Quevedo y Diego Velázquez en la corte y de él surgió la idea de construir el Palacio del Buen Retiro, ejemplo del arte como propaganda de la monarquía en sus horas de declive, del que hoy tan sólo se conserva el Salón de Reinos.

España se encontraba inmersa en una profunda crisis. La monarquía había perdido el poder acumulado en el pasado, así como sus territorios europeos. Además, el pueblo español pasaba hambre, a causa de las enormes deudas contraídas para poder afrontar las constantes guerras.

Pero Olivares estaba decidido a recuperar los días heroicos de Felipe II… y durante un tiempo pareció que era posible.

A través de un programa denominado el Gran Memorial, el valido se propuso concentrar el poder en su persona. Además, mediante la llamada Unión de Armas, pretendía formar un ejército común mantenido con el esfuerzo de todos los territorios, no sólo de Castilla.

Este planteamiento fue muy criticado por los estados y reinos no castellanos, especialmente en la Corona de Aragón, entendido como un paso hacia la centralización y la superación de sus propios ordenamientos jurídicos.

El ambicioso programa reformista del conde-duque de Olivares se estrelló además contra la resistencia de la burocracia, la nobleza y la Iglesia, que veían sus privilegios amenazados.

Finalmente, las rebeliones de Cataluña y Portugal y los fracasos de las tropas españolas en las guerras del momento forzaron a Felipe IV a destituir a su valido y desterrarlo en 1643.

Su salida de Madrid de incógnito y por caminos poco frecuentados, como un vulgar delincuente, debió dejar huella en el ánimo de quien llegó a ser el hombre con más poder del siglo XVII. Demenciado y exiliado, Gaspar de Guzmán y Pimentel, falleció en Toro en 1645.

Las huellas del Conde-Duque de Olivares siguen hoy presentes en Madrid. Primero en este lugar, la Calle de la Cruzada de Madrid, donde estuvieron las Casas de los Guzmanes en las que habitó desde que heredó el mayorazgo de su padre y hasta que se trasladó a vivir junto al Monarca en el vecino Alcázar Real. Segundo, en el Museo del Prado, donde podemos encontrar el maravilloso retrato ecuestre que Diego Velázquez le dedicó en 1636 y que no sólo constituye una obra maestra de la pintura universal sino también una pieza incontestable de poder y propaganda política.

Y es que, en un imperio tan grande como el dominado por los Austrias en los siglos XVI y XVII, era muy probable que la mayoría de los súbditos nunca vieran al propio monarca o a sus validos. Los retratos permitían dar a conocer la imagen de los gobernantes… pero no actuaban como simples cuadros, sino como su verdadera personificación.

Así, lienzos, tapices o esculturas se exponían públicamente en grandes recepciones, acontecimientos públicos, etc. y no actuaban sólo como una efigie del soberano, sino como el monarca mismo. Por ese motivo sus representaciones debían ser enormemente verosímiles y mostrar a los modelos en toda su magnificencia.

La intensa mirada del famoso valido le sigue mostrando en la famosa pinacoteca, cuatro siglos después de su exilio y ante miles de personas, como guía y guardián del imperio más grande jamás conocido. ¿Cuánto pagarían nuestros políticos actuales por una campaña de imagen como esta?. No tendría precio.

Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo. Diego Velázquez. Hacia 1636. Museo del Prado

Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo. Diego Velázquez. Hacia 1636. Museo del Prado

Dios es español y está de parte de la nación estos días
— Conde Duque de Olivares


¿Cómo puedo encontrar el lugar en el que estuvieron las casas del conde duque de olivares en madrid?