Un chapuzón de glamour

Antigua Piscina-Club Stella de Madrid

Piscina Ciub Stella. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

Piscina stella: icono del madrid moderno

Que en Madrid no hay verano sin piscina es algo que hemos aprendido todos los que hemos tenido que pasar los calurosos meses de julio y agosto en la vacía urbe, lejos de la brisa de la costa… y es que la capital nunca ha tenido playa, pero sí mucha nostalgia del mar.

Los madrileños, marineros de asfalto, cuentan no obstante con la posibilidad de refrescarse en verano gracias a sus piscinas municipales y públicas, aunque en un número claramente insuficiente para tanto habitante sofocado y desanimado por las largas horas de cola o la falta de aforo que suelen impedir el acceso a estas instalaciones.

Sin embargo, hubo un tiempo en el que el madrileño sí tenía opciones a su alcance para refrescarse a discreción gracias a las numerosas piscinas construidas en la capital durante la primera mitad del siglo XX. Una de las pocas que hoy permanecen en pie, aunque inactiva, es esta Piscina-Club Stella, una de las joyas arquitectónicas del Madrid moderno.

Aunque su construcción tuvo mucho que ver con el florecimiento de la construcción de piscinas en Madrid, iniciado en la década de 1930, la primera piscina de Madrid se inauguró en 1879, en la Cuesta de San Vicente número 14, con el nombre de Piscina Niágara.

Anunciada como "la primera pila para natación" de la capital, fue inicialmente un recinto de baños medicinales a cielo descubierto. En 1931, y tras varias remodelaciones, llegó a alojar el Club de Natación Canoe.

No obstante, la mayoría de las piscinas llegaron a la capital en los años 30, impulsadas por la Segunda República.

Los aires de modernidad que imprimió el nuevo gobierno republicano alumbraron los primeros espacios públicos para practicar deportes acuáticos en la capital, un tipo de instalaciones que hasta entonces habían sido exclusivos de la élite económica y aristocrática a través de los clubs náuticos y balnearios, construidos desde finales del siglo XIX y principios del XX en el norte de España.

La necesidad de generar instalaciones higiénicas suficientes para el verano de los madrileños, en una época en la que el río Manzanares y las pozas en la Sierra eran, para muchos, el único alivio, propició una intensa cultura de piscina en la capital.

El Ayuntamiento republicano llegó a acordar en 1932 tramitar el proyecto para instalar parques infantiles con piscina en diferentes plazas, parques y jardines de Madrid, como la actual Plaza de Felipe II, e incluso convertir el estanque del Retiro en unos baños populares.

Pero no sólo fue el asfixiante verano el generador de esta nueva moda piscinera… sino el ocio de masas. La reivindicación laboral de las cuarenta horas semanales de trabajo, que empezaba a instaurarse en Europa, cambió también la idea de tiempo libre y ocio para los madrileños.

Las piscinas, como reivindicación social, empezaron a popularizarse en el periodo de entreguerras y Madrid no fue una excepción. Modernidad, salud, higiene, aire libre y democracia cambiaron radicalmente el concepto de esparcimiento, desembocando en una asistencia masiva a las primeras piscinas madrileñas.

Estos nuevos edificios imitaban con fidelidad la estética de los clubes náuticos costeros, presidiendo un ficticio paseo marítimo de asfalto. De hecho, el estilo racionalista del Club Náutico de San Sebastián sirvió de inspiración para gran parte de los proyectos arquitectónicos de las primeras piscinas modernas de Madrid, muchas de las cuales hoy han desaparecido.

Complejos acuáticos fluviales históricos con estética racionalista como La Isla o La Playa de Madrid, desaparecieron en los años 50 del siglo XX.

Apartadas del Manzanares, en las proximidades del barrio de Ciudad Lineal, se encontraban las piscinas Formentor, Mallorca y Stella. La única de las tres que permanece hoy en pie, aunque clausurada, es la esta última… una de las construcciones más singulares de la vanguardia arquitectónica madrileña del siglo pasado.

Manuel Pérez-Vizcaíno y Pérez-Stella (de donde viene el nombre del negocio), propietario de la finca del número 135 de la Calle Arturo Soria, acertó al seguir los consejos de su hijo, quien le animó a utilizar parte de los terrenos de la finca familiar para construir una piscina.

La idea se la dio el vecindario que, en las tardes de verano, desfilaba por la casa familiar para sofocar los calores estivales en el pilón que daba riego a sus viveros.

La idea parecía tan extravagante como arriesgada en plena década de los 40: inaugurar un club con piscina en el barrio de Ciudad Lineal, destinado a una clientela elitista y atendido por serviciales empleados, mientras en el resto de la ciudad se vivían las estrecheces de la posguerra.

El lugar de ubicación era estratégico, muy cerca de la base militar norteamericana de Torrejón de Ardoz, para atraer la presencia de militares estadounidenses con poder adquisitivo a los que se ofrecería un lugar exclusivo donde refrescar el caluroso verano madrileño.

El proyecto inicial se le encargó al arquitecto Fermín Moscoso del Prado, que llevó a cabo las obras entre 1945 y 1947.

La piscina se convirtió rápidamente en un éxito y el “Stella” pasó de ser solo un lugar de baño a convertirse en un elitista club social y en uno de los primeros ejemplos de centros de diversificación de ocio en España, ya que no sólo era posible bañarse, también contaba con peluquería, gimnasio, pista de baile, bar, restaurante e incluso una bolera.

Tal fue el éxito del Stella en esos primeros años que, en 1952, los dueños encargaron su ampliación a Luis Gutiérrez Soto, afamado arquitecto responsable del Madrid moderno y uno de los más importantes del siglo XX en Madrid.

Las limpias líneas y su blancura, propias de un estilo racionalista tardío, así como la evocación marinera de su diseño, pronto colocaron este conjunto en la vanguardia arquitectónica madrileña.

El servicio ofrecido a los clientes era exquisito, dispensado por un batallón de los mejores profesionales en hostelería que se podía encontrar… muchos de ellos bilingües, todo un lujo para la época. Con estas condiciones, la alta sociedad, famosos y artistas de la época encontraron el lugar perfecto para reunirse.

Aristócratas, artistas como Antonio Machín o Xavier Cugat e incluso estrellas internacionales como Ava Gardner, fueron algunos de los habituales bañistas de la piscina Stella. Todo ello bajo una atmósfera de lujo y farándula más propia de Hollywood que del Madrid de la época de Franco.

Y es que, las instalaciones del Club Stella aportaron modernidad a las estrictas normas morales del franquismo. Mientras fuera casi todo eran vicisitudes y prohibición, dentro del Stella se vivía un mundo donde las costumbres se relajaban y el uso del bikini primero y el topless más adelante, se convirtieron en algo tan habitual como impensable para la época.

La Piscina-Club Stella vivió décadas de esplendor en las que, en los meses de más calor, podía superar holgadamente las mil personas por día. Sin embargo, poco a poco su éxito fue apagándose, hasta que en los años 80 las instalaciones del Stella se vieron obligadas a competir con las piscinas privadas y las cada vez más completas (y baratas) instalaciones municipales.

A pesar de los esfuerzos, el Stella no fue capaz de hacer frente a estas nuevas formas de ocio en la capital y en 2006 echó el cierre.

Aunque en 2011 el Ayuntamiento de Madrid integró este conjunto arquitectónico dentro de un plan de protección que impide modificar su fachadas o jardines, actualmente su estado es peor que nunca, visiblemente abandonado y deteriorado.

Este tipo de edificios poseen un valor patrimonial y cultural extraordinario. Sin embargo, lo que subyace al problema de la protección de la arquitectura moderna es una mezcla de ausencia de conciencia ciudadana y escasa voluntad de las administraciones públicas por su conservación.

La Stella, una piscina icónica que hoy hace aguas, pero también un pedazo de la historia moderna de Madrid cuya preservación y recuerdo exige el sacrificio de todos.

Retrato de Ava Gardner

Ava Lavinia Gardner (Carolina del Norte, 1922-Ciudad de Westminster, 1990)

Yo no entiendo a la gente a la que le gusta trabajar y hablar de ello como si fuera una especie de deber maldito. Al no hacer nada es como estar flotando en el agua caliente. Encantador, perfecto.
— Ava Gardner


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