¿Aquí no hay playa?

Lugar en el que se ubicaron las Piscinas La Isla. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Lugar en el que se ubicaron las Piscinas La Isla. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

La playa de Madrid, UN MAR INTERIOR

Quienes amamos Madrid sabemos que es una ciudad maravillosa, pero no perfecta. Su Historia, su cultura, su gente, su carácter, su vitalidad… son cualidades que la convierten en una ciudad única. Sin embargo, aunque parezca que, a priori, nada le falta para convertirse en la mejor ciudad del mundo, los que adoramos el verano, el calor y los chapuzones en el mar sabemos que la playa es su único déficit.

Y es que tener playa es un viejo sueño de la ciudad de Madrid, tan humillada por no tener mar que hasta la famosa canción de The Refrescos, de 1989, se convirtió en un icono musical de la capital a través de su pegadizo estribillo: “Aquí no hay playa, vaya, vaya”.

Sin embargo, no siempre fue así… Madrid tuvo carácter marinero en los años 30 del pasado siglo XX, cuando espacios emblemáticos como La Playa de Madrid y las Piscinas La Isla se convirtieron en lugares de refugio del caluroso verano para los madrileños que comenzaban a disfrutar del hasta entonces desconocido ocio.

El gusto de los madrileños por los baños y el poder terapéutico del agua nació en el siglo XVII, momento en el que comenzarían a popularizarse en Madrid las casas de baños, en un principio utilizadas exclusivamente por prescripción facultativa.

No obstante, no sería hasta el siglo XIX cuando se entenderían las instalaciones acuáticas como parte del ocio, limitadas al uso de las clases altas madrileñas. Hasta entonces las actividades y deportes acuáticos eran propios de la élite y la aristocracia, que en verano podían disfrutar de los prohibitivos clubs náuticos establecidos en San Sebastián y Santander.

Las corrientes científicas de la época propagaron los efectos terapéuticos del agua de mar y, a mitad del siglo XIX, tras la epidemia de cólera que recorrió Europa, se empezaron a recetar los primeros “baños de olas”; unos ejercicios que combatían el asma, la depresión o problemas circulatorios y que atrajeron a las playas del litoral cantábrico a los primeros veraneantes.

A finales del siglo XIX surgió un inusitado interés por la naturaleza como escenario vinculado a las actividades físicas. El nuevo humanismo otorgaba al cuidado del cuerpo una importancia que no había tenido desde los tiempos clásicos.

Surgieron así primitivos grupos de naturistas, excursionistas, gimnastas, vegetarianos y culturistas, vinculados a ateneos y otras instituciones culturales, que propugnaban el cuidado cuerpo y mente.

La pasión por el agua se abrió paso, rompiendo las ancestrales barreras de temor y definiendo una nueva relación a través de las actividades al aire libre.

Todo este conglomerado de nuevas ideas de salud determinó la aparición de nuevas instalaciones deportivas y de ocio, incluidas las piscinas, enfocadas a la diversión o al deporte.

En el caso de Madrid se cree que la primera piscina de la capital se ubicó en los llamados Baños del Niágara, una casa de baños, inicialmente terapéutica, que abrió sus puertas en la Cuesta de San Vicente 14 en 1879, y que en 1931, tras varias remodelaciones, se convirtió en un nuevo establecimiento de baño con pilas de natación que llegaría a alojar el primitivo Club de Natación Canoe (llamado así porque sus socios compraron una canoa especial a Canadá para descender el río y en el envoltorio se podía leer “Canoe”).

Ya en el siglo XX, tras la Primera Guerra Mundial, en Europa se vivió un redescubrimiento del cuerpo, de su atractivo y de su exposición pública.

El cuerpo comenzó a descubrirse al sol y el moreno que antes resultaba vulgar, por considerarse un rasgo propio de la clase trabajadora, se convirtió en atractivo. Se fueron dejando atrás las anticuadas polveras que las mujeres llevaban en el bolso para blanquear el rostro y sus trajes de baño con falda y bombachos dieron paso al maillot.

La playa cambió así su función social, cambiando el paseo terapéutico por el veraneo. Comenzaba así la era del moreno playero… pero también de las piscinas, para aquellos madrileños que no podían permitirse viajar a la costa.

Pero… ¿cuál fue el verdadero origen de las piscinas en la capital? En contra de lo que cabría pensar no fue el calor del verano… sino el nuevo concepto de ocio y tiempo libre de las masas lo que impulsó su desarrollo.

La reivindicación laboral de las cuarenta horas semanales de trabajo que empezaba a instaurarse en Europa cambió también la idea de tiempo libre y de ocio, para todos.

En España se logró reducir la jornada laboral a 8 horas a partir de 1929 y fue entonces cuando se comenzó a hablar de legalizar el derecho a descansar. El fin de semana como concepto arraigaba… aunque hasta 1976, con la Ley de Relaciones Laborales, sólo la tarde del sábado y el domingo completo eran libres.

A más tiempo libre, mayor consumo… y con el consumo nacía una incipiente industria del ocio. Se promovieron todo tipo de ocupaciones para la tarde del sábado, que buscaban apartar a la gente de los excesos de su único hobby hasta entonces: la bebida.

Por este motivo, se empezó a fomentar la integración, en la vida de la sociedad española de la época, del deporte y las actividades físicas entendidas como ocio y salud.

La cultura progresista de comienzos del siglo XX, impulsada entre otros por Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, siempre tuvo entre sus objetivos un desarrollo armónico de mente y cuerpo.

Ya a finales de los años 20, las reivindicaciones sociales de las diferentes asociaciones políticas y sindicatos, comenzaron a centrarse en reclamar lugares de ocio al aire libre que fomentaran el contacto de los madrileños con la naturaleza.

Sin embargo, no sería hasta 1931, con la llegada de la Segunda República, cuando se impulsaría la construcción de dotaciones deportivas, públicas y privadas, en la capital, incluidos los primeros espacios públicos para practicar deportes acuáticos, hasta entonces exclusivos de la élite económica y de la aristocracia.

Modernidad, salud, higiene, aire libre y democracia desembocaron en una fiebre por el agua para las masas que generó multitud de proyectos para la construcción de piscinas durante estos años, instalaciones que servirían para aliviar el calor del verano y para aminorar la histórica nostalgia que los trabajadores madrileños sentían (y aún sienten) por el mar.

Algunas de estas nuevas piscinas urbanas aprovecharon como ubicación la ribera del río Manzanares. Su famélico cauce, que hasta entonces había servido a muchos madrileños para refrescarse, dejó paso a la planificación arquitectónica: frente a lo precario de las pozas surgió el boom de las piscinas, una nuevas tipología arquitectónica que servía como reivindicación social. En resumen, los años treinta redescubrieron a los madrileños el río Manzanares y, a los arquitectos, las piscinas.

Mediante el Plan General de Ordenación Urbana de Madrid de 1930, el consistorio madrileño republicano propuso dotar a la capital de dos zonas de baños y equipamientos sobre el río Manzanares, intentando trasladar al centro de la península el novedoso fenómeno de los clubes sociales que habían comenzado a aparecer en la costa norte del país durante el primer cuarto de siglo. La primera de estas instalaciones estaría incluida en el cauce mismo del río y la segunda, alrededor de un embalse, en el Monte de El Pardo. Sus nombres: las Piscinas la Isla y la Playa de Madrid… ambos establecimientos, hoy desaparecidas, forman parte tan sólo de la memoria de la capital.

Las Piscinas la Isla estuvieron situada a escasos metros del actual Puente del Rey, a la altura de la estación de Príncipe Pío.

Su nombre se debe a que, fueron construidas sobre una verdadera isleta… un espacio de terreno natural de unos seis mil metros cuadrados que ya aparece en la cartografía de Pedro Teixeira de 1656, y que la primera canalización del río, acometida entre 1914 y 1925, decidió respetar.

En esa lengua de tierra, el arquitecto Luis Gutiérrez Soto (autor, entre otras obras en la capital, del Ministerio del Aire, el Cine Barceló o el Cine Callao) planteó la que se convertiría en una de las joyas de la arquitectura racionalista madrileña: un edificio de inspiración marinera que tomaba como referencia el Club Náutico de San Sebastián.

Inaugurada en 1931, las Piscinas la Isla tenían forma de barco y constaban de tres espacios de baño: uno en la “proa”, otro en la “popa” y otro central, cubierto y dotado de un sistema de calefacción para calentar el agua, que procedía del propio río y era filtrada y clorada.

Además es estas zonas de baño, contaba con solarium, restaurante, bar, zona de juegos y gimnasio. El acceso se hacía a través de dos pasarelas peatonales, situadas en ambas orillas del río Manzanares.

La Isla fue una de las primeras piscinas de Madrid y, aunque se trataba de una instalación privada, su éxito fue tal que a menudo sus instalaciones se llenaban de bañistas de toda condición, que se colaban en el recinto para disfrutar de una de las piscinas más hermosas en la Historia de Madrid.

La Playa de Madrid fue el segundo gran proyecto fluvial de la Segunda República en Madrid.

Ubicada en el Manzanares, a su paso por el Monte del Pardo, tras su inauguración en 1932 se convirtió en la primera playa artificial de España, con su arena, su orilla, sus tumbonas, sus sombrillas, sus barcas y, por supuesto, sus bañistas. Contaba, además, con espacios para practicar remo, natación y otros deportes acuáticos. Todo ello fue posible gracias a un embalse con una capacidad de almacenamiento de 80.000 metros cúbicos de agua, arrebatados al Manzanares.

El proyecto se le encargó al arquitecto madrileño Manuel Muñoz Monasterio, autor de espacios tan emblemáticos como la plaza de toros de Las Ventas o el estadio Santiago Bernabéu, quien diseñó las nuevas instalaciones de la Playa de Madrid según el estilo racionalista de la modernidad arquitectónica imperante.

A diferencia de las Piscinas la Isla, de carácter privado y elitista, la Playa de Madrid era de titularidad pública y, por lo tanto, mucho más popular… para todos los públicos. El impacto social que generó su apertura fue tal que pronto se convirtió en una de las señas de identidad de la ciudad.

A pesar de que ambas instalaciones, La Isla y La Playa, fueron pioneras en cuanto a tipología en España, ninguna de las dos consiguió sobrevivir a los pocos años de su apertura.

Apenas cinco años después de la inauguración de La Isla, en el verano del 36, estallaba la Guerra Civil. El frente de Madrid pronto alcanzó las inmediaciones de esa zona y un obús impactó en la edificación de esta emblemática piscina.

Sus dependencias fueron reconstruidas tras la contienda, pero el desbordamiento del Manzanares en 1947 volvió a dañarla y, finalmente, fue clausurada definitivamente en 1954.

Las secuelas de la Guerra también afectaron a La Playa, cuyas instalaciones quedaron parcialmente destruidas, al igual que la presa. Sin embargo, y a diferencia de La Isla, pudo ser reconstruida en 1947 por el mismo autor que la había proyectado, aunque apartándose radicalmente de las pautas arquitectónicas iniciales.

El nuevo complejo se revistió de tejados y chapiteles de pizarra, en la línea imperialista impuesta por el régimen franquista, y fue reconvertido en el Parque Sindical (actualmente denominado Parque Deportivo Puerta de Hierro) inaugurado en 1958, con sus inmensas piscinas populares.

Hoy día, los chorros de agua verticales de Madrid Río son lo más parecido al ambiente playero que podemos disfrutar en la capital… el único vestigio presente de aquellas antiguas instalaciones que dotaron a Madrid de carácter costero, recuerdo de los días de esparcimiento que los madrileños pasaron disfrutando de su recién estrenado ocio y de un baño al aire libre… un derecho hoy irrenunciable para tolerar los calurosos veranos en la capital.

Antigua Piscina La Isla. Madrid

Antigua Piscina La Isla. Madrid

Es preferible el bien de muchos a la opulencia de pocos
— Josep Pla


¿Cómo puedo encontrar el lugar en el que se ubicó la antigua piscina La Isla en Madrid?