Un baño de dignidad

Casa de baños de Embajadores. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Casa de baños de Embajadores. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Casas de baños, la higiene como lujo

¿A quien no le gusta disfrutar de un baño relajante para liberarse del estrés y las preocupaciones causadas por nuestro agotador día a día? El gusto actual por los spas, balnearios y baños árabes están más relacionados con el ocio y el bienestar que con la mera higiene, ya que en este siglo XXI casi todas las viviendas cuentan con cuarto de baño o ducha. Sin embargo, la antigua costumbre de acudir a baños públicos por falta de uno propio en la vivienda particular se conserva actualmente en Madrid, a través de las denominadas casas de baño… una reminiscencia del siglo XIX que aún perdura en la capital.

Origen de los baños públicos_

Para encontrar el origen de los baños públicos en Madrid, debemos remontarnos al Mayrit musulmán.

Existen restos documentados de baños árabes en el primitivo barranco formado por el Arroyo de San Pedro (hoy en día Calle Segovia), aproximadamente a la altura de la Fuente de San Pedro o de los Caños Viejos, junto a la conocida como Casa del Pastor.

La llegada de los cristianos en el siglo XI acabó con la higiénica costumbre árabe de los baños. El rey Alfonso VI prohibió la construcción de nuevos establecimientos de este tipo, aunque los ya existentes continuaron funcionando gracias a las mujeres mudéjares que los regentaban atendiendo a cristianos, judíos y musulmanes.

La prohibición de los baños_

Este veto cristiano a los baños públicos continuó impulsado fundamentalmente por el poder eclesiástico, empeñado en ocultar el cuerpo desnudo por pudor y en prohibir el baño por puro disfrute, evitando así los peligros que para el alma acarreaban.

Además, estos espacios se convirtieron en punto de propagación de algunas de las enfermedades que arrasaron la Europa de la época, como la peste negra y la sífilis, esta última potenciada por un aumento alarmante de la promiscuidad sexual en los baños públicos, lo que provocó que en los siglos siguientes su presencia en la capital fuera casi anecdótica.

Alternativas higiénicas al baño_

Aunque estos baños dejaron de utilizarse con la asiduidad de siglos anteriores, la gente no dejó de lavarse.

En las casas siguieron utilizándose tinas de madera y demás recipientes para el aseo con agua, como palanganas, jarras, lebrillos, calderos, cubos y bacines que, al no existir un lugar específico para el baño, se colocaban en la alcoba o en la cocina, cerca del fuego, para poder calentar el agua con más facilidad durante el invierno.

Lo habitual era utilizar un trapo o paño seco untado con lejía de ceniza o jabón, para realizar una limpieza exhaustiva de determinadas partes del cuerpo (cara, manos, axilas, pies... y partes íntimas) y no un baño de cuerpo entero.

También existió otro tipo de limpieza “en seco”. Las fibras vegetales como el lino crudo y el cáñamo tienen la virtud de frotar la piel y limpiarla, por eso con ellas se elaboraban las camisas, las “calzas" (medias que cubrían las piernas) y la ropa interior.

La nueva vida del baño_

En la segunda mitad de XVI se volvió a recomendar el baño, pero con condiciones como la temperatura del agua, la tipología de la misma, cuándo y cómo, o a qué hora y cuánto tiempo se debía de permanecer dentro del agua.

Esta desconfianza no era nueva. Los médicos temían que los baños calientes pudieran facilitar el contagio de la peste. Como el calor abre los poros de la piel los galenos creían que así se introducían “miasmas” (efluvios malignos producidos por cuerpos corruptos o aguas estancadas) nocivos para el organismo.

Los baños del manzanares_

En el siglo XVII la carencia de baños fue sustituida por los madrileños con baños en el río Manzanares, cuyas orillas eran además escenarios de fiestas y romerías en primavera y verano que permitían al pueblo llano hacer su agosto mediante la instalación de puestos.

Nuevas casas de baños_

Sin embargo, los fríos inviernos madrileños propiciaron la construcción de nuevas casas de baños, en esta ocasión de inspiración católica. La primera abrió sus puertas en 1628, en la Calle de los Jardines.

Fue un italiano, el milanés Domingo de Lapuente, quien solicitó su apertura argumentando que el agua era necesaria para la salud en todas las épocas del año.

El Concejo de Madrid concedió al italiano la licencia de apertura bajo la premisa de llevar prescripción facultativa, al ser considerado exclusivamente su uso como medicinal. Además, quedaba terminantemente prohibido que hombres y mujeres coincidieran en la casa.

Una práctica asentada_

La costumbre de las casas de baños no llegaría a asentarse definitivamente en Madrid hasta el siglo XIX.

Darse un baño era un lujo que no se entendía sólo como higiene sino también como forma de ocio. Por este motivo cuajó primero entre las clases altas y burguesas y, posteriormente, entre el gran público, hasta alcanzar unas veinte instalaciones en la capital… una cantidad a todas luces insuficiente para una población que, en 1876, rondaba ya los 400.000 habitantes.

Uno de los establecimientos más destacadas fueron los Baños de Oriente, inaugurados en 1830 en la Plaza de Isabel II, donde permanecieron hasta 1974.

La tipología de casa de baños_

Las pilas de los baños de estos locales estaban generalmente elaboradas en piedra blanca de Colmenar o de mármol y, además de los baños normales, se podía disfrutar de baños de “salvado, aromáticos, emolientes y de minerales”.

El procedimiento utilizado para llenar estas pilas era manual: dos hombres sacaban el agua de los pozos y la depositaban con cubos dentro de cada una de las bañeras.

También existían baños a domicilio.

Los baños del pueblo_

Mientras tanto, las clases trabajadoras vieron empeoradas sus condiciones de vida a finales del siglo XIX, a causa de los procesos de industrialización.

Las duras condiciones laborales y los procesos de urbanización rápidos y desordenados en Madrid provocaron su hacinamiento en casas insalubres, cuya falta de higiene ayudó a propagar enfermedades como el cólera, la tuberculosis, el paludismo o el tifus.

Lo habitual en la época era que los edificios de viviendas populares y corralas no contasen más que con el “escusado” o cuarto donde se ubicaba el “retrete“, que solía ser común y estar situado fuera de las viviendas.

No se disponía de espacio para la higiene personal, lo que provocó graves problemas sanitarios, tanto en el espacio público como en el privado.

Serán las corrientes higienistas las que promoverían, nuevamente, la necesidad de mantener unas condiciones sociales de salubridad mínimas, entre otras la necesidad de alcantarillado, agua corriente, luz en las calles y que volvieran a construirse casas de baños públicas en los núcleos de población abundante.

A comienzos del siglo XX surgieron nuevas políticas para hacer la higiene accesible a todos los madrileños de la mano de la Institución Libre de Enseñanza. Sin embargo, aún en los años 20 y 30 del pasado siglo, no era para nada habitual contar con ducha propia en las casas e incluso el acceso a las casas de baño estaba muy limitado por los precios.

Casa de baños municipal_

Por este motivo se decidió construir la primera casa de baños municipal de Madrid, ubicada en la glorieta de Embajadores. Fundada en 1928 tenía ocho cuartos de baño, trece duchas, salas de espera para hombres y mujeres, conserjería, urinarios, calderas y carboneras.

Continuando con los intentos por promover el cuidado de la higiene, durante la II República se construyeron otros baños en la Avenida de los Toreros y en Bravo Murillo bajo las ideas del Racionalismo, tal y como estaba ocurriendo con la construcción de Dispensarios antituberculosos y antisifilíticos.

Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil dio al traste de manera abrupta con todos los avances conseguidos en el campo de la higienización social.

Finalmente, las casas de baños casi desaparecieron con la miseria de la posguerra y la progresiva llegada del agua corriente a los hogares madrileños… un proceso lento que no se generalizó hasta mediados de la década de 1960, unos años en los que lo habitual todavía era la falta de ducha o bañera en las viviendas populares.

Casas de baños en el siglo xxi_

Aún hoy, en pleno siglo XXI, no todas las viviendas de la capital cuentan con un baño para la higiene personal de sus inquilinos, especialmente en los inmuebles del casco antiguo, en el entorno del barrio de Lavapiés y del Madrid de los Austrias, donde conviven edificios de lujo con otros que cuentan como única dotación higiénica con un retrete por planta para todos los vecinos. Es el Madrid de los contrastes.

Actualmente tan solo quedan en activo dos casas de baños en Madrid, la de Bravo Murillo y esta de la glorieta de Embajadores, reedificada en 2005, pero a la postre uno de los edificios más emblemáticos de la capital por su significado, a disposición de las personas sin hogar, inmigrantes y vecinos de inmuebles cercanos que carecen de duchas en sus viviendas… unos verdaderos baños de dignidad.

Y es que, aunque las casas de baños nos parezcan un recuerdo de tiempos inmemoriales en los que el acceso a un baño estaba al alcance de muy pocos, no debemos dejar de valorar el privilegio que supone hoy poder ducharnos cada día en nuestras casas.

Ramón de Mesonero Romanos (Madrid, 1803-1882)

Ramón de Mesonero Romanos (Madrid, 1803-1882)

Sencillez y naturalidad en el aparato, eso sí; como podrían ser los baños en tiempo de Adán; media docena de sillas y un arcón supletorio para sentarse; una tinaja de agua, emblema del edificio; una sala interior, bien caldeadita, por supuesto, con los efluvios de los baños que la rodean, y hasta una docena de aposentos estrechos, conteniendo cada uno la menguada pila en que con dificultad una anguila podría revolverse
— Ramón de Mesonero Romanos


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