El poder oculto

Antigua logia del Gran Oriente Español. Madrid, 2021. ©ReviveMadrid

Antigua logia del Gran Oriente Español. Madrid, 2021. ©ReviveMadrid

masonería en Madrid, EL MIEDO A LO DESCONOCIDO

¿Alguna vez te has preguntado por qué nos gusta tanto creer en teorías conspiranóicas? Por si no tuviéramos suficiente con afrontar lo absurdo y rocambolesco de la realidad que vivimos cada día, muchas veces damos pábulo a teorías que presumen realidades paralelas… y estas teorías pueden ser de todo tipo: desde que Elvis fingió su propia muerte, pasando porque el hombre nunca llegó a la Luna, que la Tierra es plana, que el mundo lo manejan extraterrestres reptilianos o que la vacuna contra el coronavirus inyectará en nuestros cuerpos microchips con el fin de rastrearnos. Ya no nos sorprende nada.

Las teorías de la conspiración han existido desde siempre y perduran hoy día. Son parte de nuestra Historia y muchas veces han ocultado la manipulación y falta de transparencia de los poderes fácticos para afianzar su supremacía.

Uno de los casos más notorios son las llamadas sociedades secretas, entendidas como una mano negra que mueve los hilos del mundo y muchas veces confundidas con sectas, herejías o grupos conspirativos, siempre envueltas en un aura de misterio que ha dificultado su conocimiento e históricamente ha derivado en castigo y represión hacia sus miembros. De entre todas ellas, las logias masónicas son una de las sociedades más antiguas que todavía perduran, de las más afectadas por los mitos y de la memoria oculta de Madrid.

Desde sus orígenes, la masonería ha vivido envuelta en una aureola de misterio, en parte porque la propia historiografía masónica “fabricó” un origen manipulado y legendario a fin de dotarlo de antigüedad y prestigio, llegando a incluir en la nómina de primitivos masones a figuras como Adán, Noé, Buda, Salomón o Jesucristo.

Al margen de la leyenda, su verdadero origen está en la Europa de la Edad Media, especialmente en Francia, relacionado con los gremios y cofradías medievales: es la conocida como masonería operativa.

Entre los siglos VIII y XI, el desarrollo de la arquitectura religiosa reunió en torno a los templos en construcción a numerosos talleres de albañiles (maçons, en francés), separados del resto de obreros, que se transformaron en verdaderas escuelas de arquitectura.

Estos masones originarios se reunían para sus ritos y oficios en las logias, pequeñas edificaciones con mesas de trabajo y un suelo de yeso donde trazaban planos y dibujos para trabajar en la construcción de los edificios religiosos.

Todos los que convivían en una misma logia estaban bajo el mando del maestro albañil. Por debajo del maestro, en cuanto a jerarquía, se encontraban los compañeros y los aprendices. Los ritos de iniciación de los neófitos así como de aquellos que cambiaban de estamento eran muy solemnes y la mayoría de ellos han pervivido hasta la actualidad.

Dado que la construcción de los grandes edificios solía durar años, las relaciones entre los miembros de estos talleres se hacían muy sólidas. Al igual que los gremios, cada logia poseía un fondo de solidaridad para satisfacer las necesidades de los afiliados enfermos o sin trabajo.

Los masones no eran una sociedad secreta ya que su labor era pública, pero sí eran secretos sus conocimientos sobre arquitectura, matemáticas y física.

Una logia no compartía estos conocimientos con ninguna otra y ni tan siquiera estaban al alcance de todos sus integrantes, hasta el punto de que la enseñanza de la arquitectura se realizaba mediante un lenguaje secreto, denominado consigna verbal. Sus miembros contaban incluso con un saludo secreto, a base de contraseñas y toques para identificarse, todo ello con el fin de mantener a salvo sus conocimientos, que quedaban registrados por escrito en un libro protegido por un custodio.

Desde el instante de su iniciación como aprendices, los masones juraban no revelar ni los secretos de su oficio ni los conocimientos que se adquirían.

Le otorgaban un significado simbólico a sus herramientas de trabajo: la escuadra, como símbolo de la virtud; el compás, representación de los límites con los que debía mantenerse cualquier masón respecto a los demás; y el nivel, como atributo de rectitud. Estos eran sus principales emblemas.

Asimismo, consideraban números sagrados el 3, 5, 7, 9 y los colores azul, dorado y blanco.

Todos estos símbolos eran asumidos como representación de la divinidad máxima y omnipresente, que para los masones era el Gran Arquitecto del Universo.

La edad de oro de esta masonería operativa tocó a su fin a comienzos del siglo XVI, con la conclusión de los trabajos en las grandes catedrales y la transición hacia el Renacimiento, cuando comenzaron a construirse otro tipo de edificios como palacios y castillos. Además, los saberes de los masones operativos ya no eran imprescindibles, pues empezaron a crearse academias de arquitectura que democratizaban el acceso a los conocimientos arquitectónicos y constructivos.

A lo largo del siglo XVII fueron incorporándose, a las logias operativas que aún subsistían, individuos cuya profesión nada tenía que ver con las artes constructivas (médicos, literatos, abogados, aristócratas...). Fueron los llamados masones aceptados, que a la postre acabarían por hacerse con el mando de las sociedades masónicas.

Este paso cuajó plenamente en 1717, cuando cuatro logias londinenses fundaron la Gran Logia de Inglaterra. En ese año nacía la masonería contemporánea, conocida como masonería especulativa.

Si la labor de los albañiles medievales había sido levantar catedrales, la masonería moderna, entendida más como una sociedad que como una asociación de profesionales, se dedicaría a construir templos morales: los nuevos masones perseguían el orden ético y moral y sus logias se concibieron como un centro de unión por encima de cualquier división política o religiosa, en favor del perfeccionamiento espiritual, intelectual y social de toda la humanidad. Estas logias fueron, desde sus orígenes, exclusivamente masculinas.

La masonería se extendió rápidamente por toda Europa y posteriormente por América. A España llegaría en el primer tercio del siglo XVIII y, desde su instauración en nuestro país, vería alternarse etapas de persecución con otras de tolerancia e incluso de influencia en los círculos de poder.

La primera logia masónica que se fundó oficialmente en España lo hizo en 1728 en Madrid, en un edificio de la calle Ancha de San Bernardo. Fue llamada La Matritense, French Arms o Tres Flores de Lys y sus miembros eran todos militares extranjeros residentes en la capital que, previamente, habían recibido aprobación de la Gran Logia de Inglaterra.

La razón de la nula presencia de españoles en estas logias está en la prohibición que pesaba sobre las actividades masónicas… un veto que, tras Felipe V, también mantuvieron Fernando VI y Carlos III. Todos ellos expidieron edictos en contra de las sociedades secretas, aplicando una bula papal que condenaba a excomunión a los masones.

Esta actitud antimasónica bien pudo deberse al miedo, por parte de los poderes fácticos, a aquella nueva sociedad que promovía el pensamiento racional, la filosofía y la libertad política y religiosa, poniendo en peligro los privilegios tanto de las monarquías absolutas como de la Iglesia… y es que, desde el siglo XVIII y hasta el XX, se han sucedido cerca de 500 edictos eclesiásticos contra los masones.

La Inquisición intervino en España a finales del XVIII, acusando a los masones de conspirar no solamente contra el trono sino contra la religión y alentando a la población a que los delatara, garantizándoles el secreto. Finalmente, el Santo Oficio abrió proceso a aquellos individuos a quienes sus vecinos delataron por comportamientos sospechosos de masonería.

Habría que esperar a 1808 y la invasión napoleónica para que la masonería despegara en nuestro país, siendo el ejército invasor el que haría crecer el número de logias por toda la península. A estas logias se uniría un gran número de afrancesados, hasta conformar la primera Gran Logia Nacional de España. El cargo de gran maestre de esta sociedad lo ostentaba el rey, José Bonaparte.

Por vez primera en la historia española, la orden masónica disfrutó de plena libertad… una autonomía que desaparecería con el regreso de Fernando VII y la Inquisición. Los miembros de las logias fueron ejecutados, encarcelados o condenados al exilio por haberse puesto de parte de un gobierno extranjero y por propugnar la existencia de un dios, el Gran Arquitecto del Universo, que no era del gusto de la Iglesia católica.

Durante el Trienio Liberal la represión cesó. Tras el pronunciamiento de Riego en 1820, los masones recobraron de nuevo la libertad.

El rey Fernando juró de mala gana la Constitución liberal de 1812, y durante casi tres años los masones llegaron incluso a ocupar cargos gubernativos.

Sin embargo, tras la ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis, la revolución liberal volvió a ser de nuevo derrotada por el absolutismo. Esta vez la brutal represión se cebó con las logias. Todo aquel que ejerciera un empleo público estaba obligado a jurar su no pertenencia a sociedad secreta alguna, bajo pena de muerte.

La opresión de los masones sólo cesó con la muerte del “rey felón” y el posterior gobierno de su esposa y regente, María Cristina. Los masones pudieron reincorporarse a la administración y desarrollar sus trabajos con libertad relativa.

En 1868 estallaba la Revolución Gloriosa, que acabaría derrocando a la monarquía borbónica y enviando al exilio a Isabel II. Se iniciaba el llamado Sexenio Revolucionario, una época dorada para las logias masónicas en España y en Madrid, con representantes tan destacados en el estado como Castelar, Pi y Margall, Nicolás Salmerón, Estanislao Figueras o Práxedes Mateo Sagasta.

Sin embargo, esta racha de bonanza tuvo su contrapartida en el ansia desmedida de protagonismo de ciertos líderes masones y la falta de ética de algunos de sus miembros… una situación que Benito Pérez Galdós describiría en la novela El Grande Oriente, el cuarto de sus imprescindibles Episodios Nacionales, comparando la finalidad de la masonería española con la extranjera:

“Los masones de todos los países existen tan solo para fines filantrópicos, independientes en absoluto de toda intención y propaganda políticas. En España, en cambio, la institución era una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objetivo [...]: proporcionar destinos, levantar y hundir adeptos”.

Esta época dorada de la masonería española se prolongaría durante los años de la Restauración borbónica, dando como resultado la fundación, en 1889, del Gran Oriente Español. Convertida en la logia masónica más importante en la Historia de España, su sede se ubicó en este edificio de la madrileña Calle Pretil de los Consejos.

Al mismo tiempo que crecían sus adeptos, también aumentaba la antimasonería en España. Los masones pedían concordatos, enseñanza laica, cementerios civiles, abolición de las Órdenes regulares y de los jesuitas, libertades políticas, etc, lo que les enfrentaba directamente con la Iglesia Católica… una nueva lucha de intereses que se desencadenaría a finales del siglo XIX.

Cuando estallaron las insurrecciones cubana y filipina en 1896, la masonería fue acusada de colaborar con los independentistas. La sede del Gran Oriente Español fue clausurada y sus dirigentes detenidos.

Durante el primer tercio del siglo XX, las logias masónicas sobrevivieron nuevamente a la política represiva de la Dictadura de Primo de Rivera. Dejaron de ser un lugar exclusivo de las clases medias y comenzaron a incorporar a miembros de la clase obrera.

De esta manera, la llegada de la Segunda República, en 1931, volvió a sonreír a los intereses de los masones que nuevamente llegaron a contar hasta con diecisiete ministros en el gobierno republicano.

Sin embargo, la Guerra Civil y la posterior acción represiva del franquismo se llevaría por delante a la mayoría de los masones españoles. Los pocos que sobrevivieron a los fusilamientos lo hicieron en el exilio.

Francisco Franco convirtió la masonería en uno de sus principales enemigos a batir, protagonista junto con el comunismo de uno de sus famosos contubernios. En 1940 se publicaba la ley para la Represión de la masonería, el comunismo y cualquier sociedad clandestina, en la que se establecían penas de hasta treinta años de prisión para los altos grados y de doce años para los inferiores.

La larga historia de exilio de la masonería en España finalizó recién estrenada la Democracia, en 1977, cuando finalmente la orden quedó legalizada en nuestro país.

Actualmente, existen vestigios de la historia de la masonería en forma de símbolos diseminados por la capital con los que convivimos cada día. El Ateneo, por ejemplo, es uno de los edificios que más han marcado la historia de la masonería en Madrid, no sólo porque muchos de sus socios han sido destacados masones, como el presidente de la II República Manuel Azaña, sino porque los símbolos de la orden están repartidos por todo el inmueble, como por ejemplo en la decoración del techo del salón de actos, con motivos de columnas y triángulos, ambos símbolos masónicos.

Muchos de los personajes que han marcado la historia de la capital fueron destacados masones, entre otros Esquilache, Jovellanos, Campomanes, Floridablanca, el Conde de Aranda, Juan Álvarez Mendizábal, Manuel Azaña, Manuel Becerra y Bermúdez, Vicente Blasco Ibáñez, Emilio Castelar, Francisco Cea Bermúdez, Baldomero Espartero, Francisco Espoz y Mina, José Francos Rodríguez, Francisco Pi y Margall, Juan Prim, Alejandro Lerroux, Juan Gris, Ángeles López de Ayala, Clara Campoamor o Victoria Kent.

En pleno siglo XXI, muy atrás han quedado las persecuciones, el misticismo y el secretismo de una asociación hoy abierta a la sociedad, que incluso cuenta con redes sociales y una página web en la que se informa periódicamente de sus actividades, se explican sus diferentes ritos y se enumeran los requisitos para convertirse en miembro de la logia masónica. Y es que, aunque el miedo a lo desconocido es natural, no lo es decidir temer lo que no estamos dispuestos a conocer.

Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920)

Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920)

Yo tengo para mí que antes de 1809, época en que los franceses establecieron formalmente la masonería, en España ser masón y no ser nada eran una misma cosa
— Benito Pérez Galdós


¿Cómo puedo encontrar la logia del Gran Oriente Español en Madrid?