No se mira, se toca

Casa de Joaquín Rodrigo. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Casa de Joaquín Rodrigo. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

joaquín rodrigo: la música no se ve, se siente.

Seguro que muchas veces has escuchado el axioma que asegura que la ausencia de alguno de nuestros sentidos potencia los demás, ¿verdad? Pues es cierto. Está comprobado científicamente que cuando la pérdida de un sentido tiene lugar de forma temprana, durante su desarrollo, el cerebro humano experimenta cambios determinantes.

Nuestro cerebro es capaz de reconectarse en ausencia de información para impulsar otros sentidos, algo que es posible a través del proceso de neuroplasticidad por el que modifica su conducta y nos proporciona herramientas para sobrevivir.

Un claro ejemplo es el de los invidentes de nacimiento, cuyo sentido del olfato, tacto y especialmente el del oído están extremadamente desarrollados para compensar la deficiencia visual e interactuar con el entorno de una forma más eficaz, destacando en disciplinas como por ejemplo la música… y es que la música está muy por encima de cualquier sentido físico.

Este es uno de los motivos por el que los músicos ciegos han destacado notablemente en todo el mundo a lo largo de la historia. Uno de ellos, Joaquín Rodrigo, llegó a convertirse en el más sobresaliente y popular de los músicos ciegos del siglo XX… un lugar en el pódium de la música española conseguido a base de enorme esfuerzo y dedicación.

Y es que la historia de la comunidad de ciegos desde la excepcionalidad hacia la normalidad e igualdad real ha sido una dura travesía por el desierto.

La ceguera fue considerada por los gobiernos a lo largo de los siglos como un impedimento perpetuo y así fue transmitida a la sociedad.

En realidad, hasta por lo menos mediados del XIX, la única salida que la sociedad había ofrecido a las personas ciegas había sido la de la caridad, así que a lo largo del tiempo este colectivo se las había tenido que ingeniar para sobrevivir en la más absoluta marginalidad.

En el siglo XVI, Felipe II llegó a promulgar una Pragmática que equiparaba la ceguera con la vejez, algo sin solución, obligando a las poblaciones a que permitieran a los ciegos pedir limosna, ya que con su enfermedad no podían dedicarse a ningún oficio ni tampoco ingresar en el clero secular o regular.

En esta misma época era muy habitual asociar al ciego con el músico ambulante tradicional conocido como “ciego de los romances”, que solía tratarse de un mendigo invidente que viajaba errante de pueblo en pueblo, relatando, cantando o vendiendo los llamados “pliegos de cordel”. Esta tipología llegaría incluso a generar un cliché del ciego como personaje literario, de especial relevancia en la novela picaresca.

A principios del XVII los Concejos de las diferentes Villas propusieron en sus ordenanzas alguna distinción preferente del ciego con respecto al resto de los pobres. Así, los ciegos de Madrid llegaron a disfrutar de dos monopolios: la venta de gacetas y la música ambulante.

A principios del siglo XVIII los ciegos aún estaban excluidos de formar parte de hermandades, gremios y cofradías y, por lo tanto, de su mutualismo, ya que la ceguera permanecía considerada como "un impedimento" porque se interpretaba que los invidentes no podrían satisfacer de modo regular la cuota estipulada.

Para los gobernantes, los ciegos permanecían en el mismo grupo social que los vagos y pobres, y con estos serían incorporados a los planes reformistas de la Beneficencia pública.

En 1789 se estableció que en las ciudades y villas una ronda municipal acudiera diariamente a la puerta de las iglesias y conventos para disolver a los mendigos que ejercían la mendicidad exceptuando a los ciegos, puesto que gozaban de especiales permisos de los Concejos para pedir. Para gozar de estos favores se publicó una norma que precisaba que "solamente los verdaderamente ciegos y como tal fueran conocidos por los vecinos”, pudieran beneficiarse de esta medida.

Por entonces, y al tiempo que se dictaban medidas para acabar con la mendicidad en las calles, surgió la preocupación ilustrada, siempre práctica y benéfica, de hacer de los vagos y mendigos unos "vecinos útiles y contribuyentes", buscando que se les instruyera en las buenas costumbres y les enseñara un oficio... o, dicho de otro modo, que recibieran una educación a fin de que por sí mismos pudieran vivir de un salario y no de las arcas públicas.

Una Real Resolución en 1802 ordenó que este colectivo que a lo largo del tiempo había acumulado prebendas de consideración, en adelante no debía gozar de inmunidad ni de exenciones de las contribuciones reales, sino que pasarían a estar sujetos a las que pagaban los demás vasallos.

A partir entonces se inició un costoso camino desde la excepcionalidad hacia la normalidad en el colectivo invidente, ya que las personas ciegas debían educarse y formarse para salir de la pobreza en la que generalmente habían vivido durante siglos.

En esas primeras décadas del siglo XIX, empezó a tener lugar la reunión de los sordomudos primero, y los ciegos después, en asilos, hospicios y otras instituciones similares, no sólo para darles cobijo y sustento sino especialmente para procurarles una educación.

Pero el punto de inflexión definitivo para la inclusión de los ciegos en el panorama educativo europeo vino de la mano de Louis Braille (1809-1852) un pedagogo francés quien, con tan sólo tres años, jugando en el taller en el que su padre fabricaba arneses, sufrió un accidente que le provocaría una infección en ambos ojos, desembocando en la ceguera total a los cinco años de edad.

Con el tiempo, y tras un ímprobo esfuerzo, Braille conseguiría destacar en distintas ramas del saber como historia, gramática, retórica, álgebra o geometría, así como en la invención de su sistema de lecto-escritura para ciegos: el conocido alfabeto “braille” para invidentes. Poco a poco la ceguera dejó de ser un impedimento para quienes la padecían y fueron adquiriendo iguales derechos y obligaciones que otros que estudiaban lo mismo pero no eran ciegos.

Además, Louis Braille fue alumno y profesor de música en el Instituto Nacional para Jóvenes Ciegos de París, donde había aprendido a tocar el piano, el violonchelo y el órgano, llegando a convertirse en organista de la Iglesia de San Nicolás de los Campos.

Vinculando su sistema de escritura en relieve y su formación musical, llegó a idear también un sistema de notación musical llamado “musicografía Braille” que permitió desde entonces leer y escribir música a personas ciegas.

Para los músicos ciegos, Braille supuso un antes y un después, el paso de la incomunicación a la comunicación, de la ignorancia al conocimiento. Poder leer y escribir música fue, para ellos, la chispa que prendió la mecha de su creatividad, así como de su crecimiento personal y profesional.

En el año 1830, el “lenguaje braille” empezó a difundirse lentamente en España y se comenzó a institucionalizar la educación para ciegos.

El primer Colegio de Ciegos de Madrid data de 1842 y estuvo patrocinado por la Sociedad Matritense Económica de Amigos del País.

Diez años después, en 1852, se dispuso que el Colegio de Ciegos se incorporase a la sección de escuelas especiales del Ministerio de Fomento, fusionándose con la Escuela de Sordomudos y pasando a convertirse en el Real Colegio Oficial de Sordomudos y Ciegos de Madrid, ubicado en la calle del Turco (actual Calle Marqués de Cubas), número 11.

Su primer director, Juan Manuel Ballesteros, médico de profesión además de pedagogo, trabajó y colaboró con uno de los personajes más relevantes en la historia de la enseñanza para ciegos en España, Francisco Fernández Villabrille.

Tanto Ballesteros como Villabrille eran profesores de educación especial y ambos contaban con experiencia en el campo de los sordomudos. Ambos consideraban que la música era “el complemento indispensable de todos los conocimientos” y que, al carecer de vista, todos los invidentes, sin excepción, estaban especialmente dotados de buen oído para el arte musical y eran menos propensos a distracciones.

Apostaron por la formación de niños invidentes en el piano, ya que les proporcionaría un buen futuro. Un buen pianista pronto se convertía bien en organista (profesión por excelencia de los músicos ciegos), bien en afinador de pianos.

Entre las materias impartidas desde los primeros años de funcionamiento del Colegio de ciegos de Madrid estuvieron desde el principio las disciplinas musicales. Los niños ciegos prendían música vocal e instrumental de piano, órgano, violín, violonchelo, contrabajo, instrumentos de viento, de madera y metal, guitarra y bandurria. Por su parte, las niñas estudiaban lo mismo salvo los instrumentos de cuerda frotada y los de viento.

A partir del año 1857 entró en vigor una de las leyes más importantes del panorama educativo español, la Ley de Instrucción Pública o Ley Moyano. Desde este momento el Estado español quedaría obligado a educar a los discapacitados físicos en centros especialmente preparados.

Junto a esta ley, la puesta en marcha de la Institución Libre de Enseñanza por parte de Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, en 1876, tendría una enorme influencia en el complicado panorama de la enseñanza especial en España y especialmente en las instituciones de educación para niños ciegos.

Finalmente, durante la II República (1931 -1936) se trabajaría decididamente en mejorar las "cuestiones sociales". Se modificaron las estructuras educativas de los colegios nacionales de sordomudos y ciegos y, por fin, se logró una cuidada separación de las enseñanzas y un profesorado especializado.

En todo este tiempo de evolución y conquista de derechos del colectivo invidente, muchos han sido los músicos ciegos que han conseguido destacar a lo largo de la Historia de nuestro país. Nombres como Antonio de Cabezón, Eugenio Canora Molero, Ricardo Giner Brotóns, Zacarías López Debesa, Rafael Rodríguez Albert o Julio Osuna Fajardo, contribuyeron con su trabajo y sus obras a engrandecer la historia de la música española, aunque sin duda fue la personalidad y la obra de Joaquín Rodrigo, el compositor español más internacional desde Falla y Albéniz, la más sobresaliente de todas.

Joaquín Rodrigo Vidre nació en Sagunto (Valencia) el 22 de noviembre de 1901, día de Santa Cecilia, patrona de los músicos.

Penúltimo de diez hermanos, a los tres años una epidemia de difteria que afectó a gran parte de la población infantil de su localidad, le dejó prácticamente ciego.

Sus padres hicieron todo lo posible por la recuperación de la vista de Joaquín y viajaron a Barcelona para que el prestigioso oftalmólogo Dr. Barraquer le operara. Su vista mejoró vagamente, conseguía ver algo de luz y apreciar colores, pero esto fue todo y, finalmente, el glaucoma le cegó por completo.

Ante este resultado, la familia Rodrigo se trasladó a la ciudad de Valencia donde el pequeño Joaquín podía asistir a un colegio especial para ciegos, donde pronto mostraría sus dotes para la literatura y la música.

A los ocho años el joven invidente ya estudiaba solfeo, piano y violín en braille y a los 20, Rodrigo era un excelente pianista y un destacado compositor.

Pero fue a principios de 1920 cuando se consolidó como un gran conocedor de las vanguardias y de los principios armónicos, lo que le hizo trasladarse a París, en 1927, siguiendo los pasos de Falla, Albéniz y Turina, para estudiar con Paul Dukas.

En París no sólo recogió las influencias de Claude Debussy, Maurice Ravel e Igor Stravinski… también en la capital francesa conoció a su futura esposa, la pianista turca Victoria Kamhi, que se convertiría en adelante en pilar fundamental de su desarrollo artístico.

Trabajaron siempre juntos y ella relegó a un segundo plano su carrera como pianista para ayudar a su esposo en todo: correcciones, lecturas, revisión de pruebas, intérprete, etc. además de ser su constante fuente de inspiración.

Después de una difícil temporada en Francia y en medio de la inestabilidad a causa de la Guerra Civil en España y el ambiente prebélico de la II Guerra Mundial en Europa, el 3 de septiembre de 1939 los Rodrigo cruzaron la frontera franco-española de vuelta a la patria de Joaquín, con apenas unas maletas en sus manos, pero un tesoro en su interior: el manuscrito de su obra más exitosa y universal, el Concierto de Aranjuez.

El estreno mundial de su magna obra tendría lugar un año después, en 1940, en el Palau de la Música Catalana de Barcelona, en unas condiciones muy precarias ya que no había músicos dispuestos a interpretar un concierto para guitarra y orquesta, reticentes porque no se había escrito nada igual hasta el momento.

Nadie imaginaba la belleza que se escondía dentro de esta música leve, delicada, cordial, graciosa y melancólica, evocadora, de la España de finales del XVIII y comienzos del XIX, plena de aires tonadilleros y sones de guitarras que nos recuerdan a Granados o incluso al mismo Luiggi Boccherini.

El Concierto de Aranjuez de Joaquin Rodrigo fue el primer concierto para guitarra y orquesta de la historia de la música española del siglo XX. Con él contribuyó al renacimiento de la guitarra en el mundo y a su dignificación y consagración internacional como instrumento de concierto…. algo que años después reforzaría Paco de Lucía con la guitarra flamenca.

Tras el éxito de su Concierto, Rodrigo ya no paró de componer. Lo hizo en todos los géneros y estilos: musicó ballets y películas, escribió canciones, zarzuelas, piezas vocales, para piano y para orquesta, conciertos para distintos instrumentos, como la guitarra o el violín, poemas sinfónicos, etc.

Una vez instalado en Madrid, en esta su casa de la Calle General Yague 11, el compositor trabajó además como crítico musical en los diarios Pueblo, Marca y Madrid, y como jefe de la sección de Arte y Propaganda de la ONCE, actividad que ejercería durante muchos años, al igual que la docencia.

También, desde entonces, recibió innumerables galardones, entre otros el Premio Nacional de Composición, el Premio Nacional de Música y el título de marqués de los Jardines de Aranjuez. En 1996 le fue concedido otro gran honor, el Premio Príncipe de Asturias, que él recibió su habitual modestia, respondiendo: "¿Y a mí por qué?".

En 1997 fallecía Victoria, su esposa, compañera y asistente inseparable. Dos años después, el 6 de julio de 1999, fallecía el compositor, dejando un legado musical insustituible. Hoy ambos descansan en el cementerio de Aranjuez.

Joaquín Rodrigo no fue sólo uno de los principales embajadores de la cultura española en el siglo XX, sino una persona entrañable cuya ceguera no sólo no le restó luminosidad, sino que ayudó a posicionar al colectivo invidente y sus posibilidades artísticas en el mundo entero.

Junto a sus características gafas y su bastón, el primero plegable que hubo en España, supo asumir con optimismo una enfermedad que le sirvió de vía para acercarse a la música.

“Mi vaso es pequeño, pero es mi vaso”, solía decir el maestro Rodrigo, demostrando así un espíritu de superación, valentía, tesón y trabajo constantes, que lo encumbraron como fuente de inspiración, hasta dejar en la música su mejor legado… una música que hoy nos acercará a su espíritu vitalista si somos capaces de cerrar los ojos y sentir.

P.D: dedicado a Jose Javier, mi amigo y profesor de guitarra. Gracias por transmitirme tu pasión por la música y conocimientos siempre con una sonrisa… y por enseñarme que la música es mucho más que saber interpretar un instrumento, es fundamentalmente compartir emociones.

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Joaquín Rodrigo Vidre, (Sagunto, Valencia, 1901-Madrid,​ 1999)

Para mí lo esencial no es entender de música, sino sentirla; es decir, conmoverse, gozar con ella... En España el público está más interesado en cómo se toca que en lo que se toca; y como yo creo que cómo se toca es secundario, creo que vamos hacia atrás
— Joaquín Rodrigo


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