Amores brujos

Casa de Manuel de Falla en Madrid

Casa de Manuel de Falla. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

Manuel de Falla, un innovador… muy conservador

Warhol, Picasso, Dalí... es curioso que, además de excelentes artistas, estos nombres coincidieran en ser personas desordenadas, polémicas, excéntricas, altivas y un tanto egoístas, ¿verdad? Pero… ¿por qué muchos de los grandes genios del siglo XX desarrollaron la creatividad y el despotismo a partes iguales? Y lo que es aún más curioso… ¿por qué la sociedad se lo permitió justificándolo como parte de su proceso artístico?.

Revisando la historia del siglo XX encontramos cómo, a partir de la Primera Guerra Mundial, la idea romántica del genio artista se deformó hasta el exceso.

Las vanguardias artísticas concedieron al genio una autoridad a la vez despótica y liberadora… una posibilidad que en ningún otro aspecto de la vida toleraríamos.

El genio se convirtió en un tirano con derecho a todo, al que todo le era permitido y concedido: vejaciones pasionales, desarreglo vital, promiscuidad, violencia, desprecio… todo justificado, muchas veces, como parte del proceso creativo inherente a la elaboración de una obra de arte.

El genio podía permitirse ser un monstruo, un personaje caricaturesco o una marca a la que un carácter extraño y pintoresco ayudaban a multiplicar el precio de su obra.

Aunque no todos los grandes genios artistas del siglo XX desarrollaron este difícil carácter distintivo, probablemente sí lo hicieran aquellos que primero nos vienen a la memoria: los Picasso, Dalí, Buñuel… En un panorama así, es curioso que genios discretos y sencillos como Manuel de Falla se hayan convertido en una verdadera rareza.

Hombre menudo y pulcro, que permaneció casto y soltero toda su vida, católico de misa diaria, pasó casi toda la vida con su hermana María del Carmen, con quien cada tarde rezaba el rosario en su diminuto “carmen” granadino donde podía disfrutar del sosiego y el silencio que siempre buscó y bajo cuyo arropo compuso alguna de las piezas musicales más innovadoras del siglo XX, hasta convertirse en uno de los compositores españoles más importantes de todos los tiempos.

Manuel María de los Dolores Clemente Ramón del Sagrado Corazón de Jesús Falla y Matheu nació el 23 de noviembre de 1876 en Cádiz, en el seno de una familia burguesa dedicada al comercio.

Manuel, junto a sus hermanos, recibió una buena formación musical en casa. Su madre, intérprete de piano, no sólo les impartiría sus primeras lecciones de piano y solfeo, sino que les enseñaría numerosas canciones de cuna y populares que estimularían la imaginación del futuro genio, dejando huella en él para siempre.

En 1896, el joven Manuel se trasladaba a Madrid para continuar su formación musical. Tras matricularse en la Escuela Nacional de Música y Declamación (Actual Real Conservatorio Superior de Música de Madrid), consiguió superar en tan sólo dos años el equivalente a tres de solfeo y cinco de piano, obteniendo por unanimidad el primer premio en su graduación.

Desde 1901 y hasta 1907, Manuel de Falla viviría en esta casa de la Calle Serrano, 72. Instalado en ella, disfrutaría al máximo de la vida cultural madrileña, asistiendo asiduamente a las óperas del Teatro Real y a tertulias artísticas y musicales, especialmente a las del Ateneo, que le permitieron ampliar sus horizontes musicales gracias al contacto con intérpretes contemporáneos como Conrado del Campo, Rogelio Villar o Joaquín Turina.

Precisamente en el Ateneo de Madrid, Falla conocería al compositor catalán Felipe Pedrell, quien se convertiría en su maestro y en la más notable influencia para su posterior carrera. Con él entraría en contacto con el estudio del folklore y de la música histórica española, en especial el flamenco y el cante jondo.

Sin tener nada claro su porvenir, el joven músico gaditano decidió dedicarse por un tiempo al género de moda en la época, la zarzuela. El título que siempre recordaría con más cariño fue su primera composición, La Juana y la Petra o la Casa de Tócame Roque.

A pesar del aval del gran Federico Chueca, que apoyaría intensamente sus obras, Falla tan sólo conseguiría estrenar una de sus zarzuelas, Los amores de la Inés, el 12 de abril de 1902, en el Teatro Cómico de Madrid.

Los años de estudio del compositor andaluz en la capital culminarían con la composición de la ópera La vida breve, con la que ganaría el primer premio de un concurso convocado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1904.

Aunque las bases del concurso estipulaban que la obra ganadora debería representarse en el Teatro Real, Falla no pudo ver estrenada su partitura en Madrid. La decepción por no conseguir estrenar su ópera lo animaría a abandonar la capital para trasladarse a París.

El compositor gaditano llegó a la Ciudad de las Luces en 1907, cuando lo español estaba de moda en la música, gracias a las obras de temas hispanos de Debussy y Ravel. Sin embargo, los inicios parisinos del gaditano no fueron sencillos, viéndose obligado a reunir cupones de periódicos para obtener comida gratuita.

Tras unos meses de dificultades en la capital francesa, Falla empezó ganándose la vida como pianista, director de una pequeña compañía de pantomima y profesor de piano para los hijos de familias adineradas.

El contacto con la vida musical parisina ejerció poco a poco una gran influencia sobre él, con Claude Debussy a la cabeza, quien lo introdujo en los círculos musicales de la ciudad y le permitió conocer a otros artistas españoles en la ciudad, como Enrique Granados, Pau Casals, Miguel Llobet, Ángel Barrios, Enrique Fernández Arbós, Josep Maria Sert, Pablo Picasso o Ignacio Zuloaga.

Pero sin duda, sería Isaac Albéniz quien marcaría al músico gaditano y le inspiraría en la creación de un lenguaje español contemporáneo, a través de su obra magna, Iberia, que el compositor gerundense estaba terminando de componer en esos años.

De esta relación surgiría la inspiración que Falla necesitaba para sus mejores composiciones, de innegable esencia española, pero con matices impresionistas en la instrumentación, como Noches en los jardines de España.

Sin embargo, la situación económica del andaluz en estos años seguía siendo muy penosa… algo que cambiaría con el estreno, finalmente, de su archivada ópera La vida breve, en el Casino de Niza, el 1 de abril de 1913, con un considerable éxito.

Las noticias del triunfo en su estreno llegaron hasta España, desde donde se promovieron nuevas funciones de la obra.

La genial personalidad musical de Manuel de Falla se iba forjando y sería a su regreso a Madrid, tras estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, cuando el genio andaluz compondría sus obras más célebres: la pantomima El amor brujo y el ballet El sombrero de tres picos, las Siete canciones populares españolas para voz y piano y la Fantasía bética para piano, algunas de ellas en colaboración con el productor Gregorio Martínez Sierra y su mujer, la escritora en la sombra, María Lejárraga.

Su segunda etapa madrileña se consagraba con el homenaje que, el 15 de enero de 1915, le brindaba el Ateneo de Madrid junto a Joaquín Turina.

En 1919 fallecían, con pocos meses de diferencia, los padres de Manuel de Falla. Esta triste situación le hizo plantearse la posibilidad de trasladarse a vivir a Granada junto a su hermana. Allí se instalaría en un pequeño “carmen” (casa típicamente andaluza), que el compositor decoró, según su propia personalidad, de manera tradicional y austera.

Rápidamente, el compositor gaditano se integró en círculo cultural de la ciudad nazarí, descubriendo con nuevas amistades y jóvenes colaboradores, entre los que destacaría Federico García Lorca, quien le ayudaría a profundizar en el folklore de la zona.

Este nuevo período creativo en la vida de Manuel Falla cristalizaría con el estreno de su obra El retablo de maese Pedro.

A estas alturas, Falla ya era valorado como uno de los grandes compositores de su tiempo, a la altura de Stravinsky, Ravel o Bartok, con los que mantenía una fluida relación. Sus obras ya se escuchaban por todo el mundo, desde Buenos Aires hasta Estados Unidos, así como por los principales auditorios europeos.

Cada una de sus nuevas obras era plenamente original, de una manera totalmente distinta a todas las anteriores, siempre despojadas de elementos accesorios para sacar a la luz la esencia de lo popular.

Considerado el representante más importante de la llamada Generación de los Maestros, equivalente musical a la Generación del 98 literario, la influencia de Falla se extendería además sobre el llamado Grupo de los Ocho y la Generación literaria del 27.

Manuel de Falla vivía el que quizá era el mejor momento profesional y personal de su vida… un espejismo que se iba a desvanecer al iniciarse los años 30 del siglo XX, cuando todo parece sucederse de forma desbocada en la sociedad española.

En 1931 se proclamaba la II República española. Aunque en un principio Falla recibió este hecho con alegría, al sentir que podía aportar estabilidad al país, pronto surgieron dudas debido al carácter religioso del compositor… y es que el gobierno republicano comenzaba a definir un nuevo modelo de Estado no confesional.

Incapaz de asimilar la escalada de tensión que sacudía a la sociedad española y el clima prebélico desatado, Falla se fue aislando poco a poco, buscando refugio en lugares apartados y recogidos, lejos de la obligación de posicionarse políticamente.

El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936, no hizo más que sumar a sus padecimientos personales la preocupación por la suerte que pudieran correr sus amigos, de uno y otro bando.

Los tempranos asesinatos de Federico García Lorca, por quien Manuel de Falla intentó mediar inútilmente ante las autoridades locales, y del abogado y político Leopoldo Matos, a manos de milicianos republicanos, sumieron al compositor en una profunda depresión. Desde entonces y hasta el final de la guerra, en abril de 1939, permanecería recluido junto a su hermana en su casa granadina.

Al finalizar la contienda, el músico se encontraba en una delicada situación económica, lo que le obligó a reducir al mínimo sus gastos. Fue en ese momento cuando recibió una invitación de la Institución Cultural Española de Buenos Aires para estrenar sus obras, y hasta allí se trasladarían los dos hermanos ese mismo año.

Durante los siete años que pasó en Argentina, fueron muchos los intentos del gobierno franquista por facilitarle el regreso de Manuel de Falla a través de cargos honoríficos o suculentas pensiones, entre otras una renta anual vitalicia de 25.000 pesetas, “pagaderas a partir de su regreso a la patria”. Esta sería una de las iniciativas de un Régimen que ansiaba la vuelta del músico a España como baza política en un momento de profundo aislamiento internacional.

Sin embargo, Falla siempre rechazaría los ofrecimientos del gobierno franquista alegando un delicado estado de salud… y en la localidad argentina de Alta Gracia, fallecería el 14 de noviembre de 1946, nueve días antes de cumplir setenta años.

El músico andaluz sólo volvería a su país en enero de 1947, cuando sus restos fueron embarcados rumbo a España para ser enterrados en la cripta de la catedral de Cádiz, su ciudad natal, donde reposan en la actualidad.

El compositor gaditano dedicó los veinte últimos años de su vida casi exclusivamente a la composición de su oratorio escénico Atlántida, la que es considerada su obra maestra y que, tras su muerte, quedó inconclusa. Sería su discípulo, Ernesto Halffter, quien la culminaría a partir de los esbozos de su maestro.

A pesar de ser considerado el compositor español más importante del siglo XX y uno de los más determinantes de la historia de la música, Manuel de Falla ocupa hoy un papel tan discreto en nuestro imaginario como el que desempeñó toda su vida… un hombre discreto en el siglo de los insaciables egos literarios y artísticos, pero capaz de componer una música tan sólo al alcance de unos pocos elegidos.

Retrato de Manuel de Falla

Manuel de Falla (Cádiz, 1876-Argentina, 1946)


Error funesto es decir que hay que comprender la música para gozar de ella. La música no se hace, ni debe jamás hacerse para que se comprenda, sino para que se sienta
— Manuel de Falla


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