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Jardines de Sabatini en Madrid

Jardines de Sabatini. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

Francesco Sabatini, el modernizador de madrid

Si Madrid es hoy una de las ciudades más hermosas del mundo, mezcla de historia y modernidad, lo es gracias a la determinación de quienes supieron ver en una villa medieval, sucia e insalubre, el potencial de una gran capital europea… pero también a la habilidad de quienes convirtieron ese anhelo en realidad. Así, si hace casi tres siglos el rey Carlos III fue el brillante cerebro capaz de idear un Madrid “ilustrado”, Francesco Sabatini fue el brazo ejecutor que le dio forma.

A lo largo del siglo XVIII, “el siglo de las Luces”, las monarquías europeas de corte absolutista comenzaron a impulsar la reforma y modernización de todo tipo de estructuras, tanto administrativas como intelectuales, en sus capitales.

En este siglo se produjo una renovación científica y cultural de gran magnitud y proyección. El poder de la “razón” comenzó a prevalecer sobre los ancestrales valores “espirituales”.

Este nuevo enfoque propició una forma de pensar diferente, una renovación de las ideas y un creciente interés por la investigación y los avances científicos. Este fenómeno social y cultural, conocido como “Ilustración”, fue común a toda Europa, desde donde acabaría llegando a América.

El auge de este espíritu modernizador coincidió en España con la llegada de la nueva dinastía Borbónica que, de la mano de Felipe V, se decidió a fundar las instituciones y organismos que ayudarían a asimilar los valores de la Ilustración en nuestro país en campos tan diversos como la política, la filosofía, la economía, la educación, las ciencias o las artes.

De la mano de los Borbones, a lo largo del siglo XVIII, desde nuestro país se organizaron expediciones científicas a tierras lejanas y se crearon Jardines Botánicos en los que poder cultivar, entre otras, plantas medicinales.

En Madrid, se construyeron colegios militares de cirugía que favorecieron el avance de la medicina, así como observatorios astronómicos y laboratorios de química.

Se promocionaron centros no universitarios de Enseñanza Superior donde formar profesionales en las distintas ramas del saber, como el Real Seminario de nobles o la Escuela de Mineralogía, ambas en la capital.

Se fundaron las Sociedades Económicas de Amigos del País, fundamentales para conocer la situación real de España y poder así proyectar reformas que contaran con una formación profesional adecuada.

Se construyeron las Reales Fábricas, en las que trabajaban numerosos artistas y artesanos con la misión fundamental de suministrar todo tipo de obras y objetos a los Palacios Reales.

Se crearon las Reales Academias con el fin de defender las ideas de la Ilustración y proteger las Artes, las Letras y la cultura en general: la Real Academia de la Lengua, de la Historia, de la Medicina y la de Bellas Artes.

Además, el triunfo de los Borbones contribuyó a un cambio institucional y una transformación política decisiva para la España posterior. Se reforzó el Estado, se centralizó la Administración, se crearon ministerios dirigidos por nobles y personas ilustradas, se organizó racionalmente el territorio, se creó un marco económico más fuerte, se favoreció la cultura y la educación, etc.

En definitiva, los nuevos monarcas ilustrados supieron preocuparse por el progreso y el bienestar de su reino. Para ello, además, dotaron a sus ciudades de un carácter de modernidad que conllevaba una búsqueda, dentro de lo aceptable por un gobierno absolutista, de la felicidad de sus súbditos.

Por primera vez se introdujeron en la planificación de las ciudades nociones de buena vida para los ciudadanos. El espacio público comenzó a entenderse como un mecanismo de gobierno y se convirtió en un asunto de Estado… un proceso que culminaría durante el reinado de Carlos III, quien sabría transformar las sombras de una capital anticuada en las luces de la modernidad.

Hijo de Felipe V, el nuevo monarca pasaba a hacerse cargo del trono español en 1759, sustituyendo a su hermanastro fallecido, Fernando VI.

Procedente de Nápoles, la tercera ciudad más poblada de Europa tras Londres y París, durante veinticinco años Carlos había sido rey de las Dos Sicilias, por lo que su objetivo inicial fue promover en Madrid lo que previamente había ensayado en la ciudad napolitana. Con el fin de acometer sus cambios, al llegar a la capital para tomar posesión de la Corona española, el nuevo rey se hizo acompañar de colaboradores italianos, tanto del mundo de la política como de las artes.

Desde el punto de vista político, contó con la ayuda de secretarios y asesores como Jerónimo Grimaldi o Leopoldo de Gregorio, Marqués de Esquilache, que le ayudaron a asentar la creciente administración del gobierno, tanto en España como en sus dominios europeos y americanos.

Desde el punto de vista formal y funcional, era necesario hacer de la sede de la Corte una ciudad moderna, decorosa y representativa. Esto suponía desde la construcción de nuevas edificaciones gubernamentales hasta la construcción de paseos o instituciones científicas, culturales y sanitarias… un despliegue renovador que debería abarcar todos los ámbitos de la capital, tanto arquitectónicos como urbanísticos.

Para la ejecución de estas iniciativas, Carlos III, depositaría su confianza en Francesco Sabatini, arquitecto a quien ya conocía de su etapa italiana y el gran artífice de los ideales racionalistas de la Ilustración en la arquitectura y el urbanismo madrileño.

Arquitecto e ingeniero militar, Francesco Sabatini (Palermo, 1721-Madrid, 1797) llegaba a Madrid en 1760 para ponerse al servicio del nuevo Rey de España. Su doble formación en las disciplinas de Ingeniería y Arquitectura le servirían para aglutinar una serie de capacidades, tanto teóricas como artísticas, fundamentales en el desempeño de la diversidad de encargos que recibiría en adelante.

Como responsable de convertir Madrid en una capital monumental, Sabatini tenía claro que el primer paso era volver a convertirla en una metrópoli digna. Y es que, desde que pisó Madrid, había comprobado cómo la ciudad sufría problemas intolerables propios de una ciudad medieval: suciedad, la insalubridad y oscuridad. Solucionarlos sería su primer reto.

En 1761, el siciliano redactó las instrucciones de alcantarillado, empedrado y limpieza de la corte, un plan que sistematizaba la instalación de desagües de aguas mayores y menores en las viviendas, canalizaciones y pozos negros, así como las pavimentaciones de aceras y el diseño de un sistema de iluminación nocturna. Un trabajo decisivo, hoy no visible, que ayudó a enaltecer la ciudad a través de la higiene.

Mientras se aseguraba de que su plan de equipamiento urbano se cumpliera, Sabatini proyectó una serie de edificios que garantizaran las necesidades del Estado y reforzaran su capacidad administrativa. El más destacados de todos ellos, la Real Casa de la Aduana, en la Calle de Alcalá, ocupa hoy el Ministerio de Hacienda.

Complacido por su labor, el rey nombró a Francesco Sabatini Arquitecto del nuevo Palacio Real de Madrid que debía sustituir al antiguo de los Austrias, incendiado en 1734.

Si bien las obras de la nueva mansión real, promovidas Felipe V, estaban a punto de concluirse, el resultado no convencía a Carlos III, quien decidió apartar a los arquitectos Juan Bautista Sachetti y Ventura Rodríguez en favor de Sabatini.

El arquitecto palermitano se encargó de la reordenación y ampliación del nuevo Palacio, así como del diseño de sus interiores. Aunque hoy solemos atribuir a Sabatini la autoría total del Palacio Real, lo cierto es que, siendo su mayor responsable, ni lo empezó ni lo terminó, ya que fue Carlos IV quien dio por concluidas las obras en 1803, seis años después de la muerte de Sabatini.

El favor del Rey hizo que muy pronto Sabatini recibiera todo tipo de cargos y honores: miembro de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Coronel Ingeniero de los Reales ejércitos, Superintendente de Policía, Consiliario de la Real Congregación de Arquitectos, Caballero de la Orden de Santiago, Mariscal de Campo y Gentilhombre de Cámara… muchos de ellos títulos generalmente reservados a los nobles que le daban acceso a la vida palaciega y a una considerable fortuna.

Su ascendente y meteórica carrera en España solamente corrió peligro con motivo del “Motín de Esquilache” de 1766. Sabatini, como italiano, se vio entonces afectado por las revueltas populares en contra de las reformas propuestas por el ministro, Leopoldo di Gregorio, Marqués de Esquilache.

Este suceso alteró la política urbana de Carlos III. El rey y sus ministros decidieron a partir de entonces invertir esfuerzos económicos en la periferia de la capital, reformando su muralla y accesos mediante la construcción de las puertas de Alcalá y San Vicente, iconos de todo un plan de ajardinamiento y paseos urbanos, desde el Palacio Real hasta el Prado, que debía apaciguar los tumultos populares. En ambos casos, su autor fue Francesco Sabatini.

También Sabatini se encargaría de realizar las trazas y diseñar la Puerta Real del nuevo Real Jardín Botánico que impulsaría la política científica borbónica, así como de levantar, junto a José de Hermosilla, el Hospital General de Madrid (hoy Museo Reina Sofía), que centralizaría la asistencia médica del reino junto con el Colegio de Cirugía de San Carlos. Ambas construcciones cerraban los límites de un nuevo espacio urbano, ubicado entre Atocha y Recoletos, conocido como “Salón del Prado”, que se convertiría en el verdadero eje de las ciencias españolas.

En los años siguientes, Sabatini continuó trabajando en proyectos de creación y adecuación del patrimonio de la capital, rehabilitando el monasterio de las Comendadoras, reconstruyendo (junto a Juan de Villanueva) la Plaza Mayor tras su incendio, levantando la fachada y las torres de la iglesia y convento de San Francisco el Grande y construyendo el Cuartel de San Gil, un espacio militar cuya desaparición dio origen a la actual Plaza de España.

Sabatini fue un verdadero “hombre del Renacimiento”, ya que además de las obras de arquitectura (palacios, iglesias, casas, cuarteles, etc.), de ingeniería (caminos, canales, puertos, puentes, etc.) o de urbanismo (jardines, barrios, pueblos de nueva planta, etc.), diseñó muebles, tapices, estucos, uniformes militares e incluso mobiliario urbano, aportando soluciones imaginativas para embellecer Madrid, como los carros de basura que él mismo diseñó y que popularmente se denominaron “chocolateras de Sabatini”.

Para dar solución a toda esta variedad de encargos, el polifacético artista ilustrado solía recurrir al conocimiento de una nutrida biblioteca, que le acompañaba en cada uno de sus viajes, así como de una gran colección de obras de arte de sus contemporáneos que le permitían estar al corriente de las novedades en cada disciplina.

Sabatini utilizó la Historia del Arte como un repositorio de soluciones de las que iba echando mano con cada encargo ya que, como buen ingeniero, si bien la organización funcional y la resolución de problemas era su punto fuerte, siempre se le reprochó su limitada pasión artística.

El genio siciliano trabajó para Carlos III hasta la muerte del monarca en 1788 y, posteriormente, para su hijo, Carlos IV.

A la muerte de Sabatini, en 1797, la ciudad que cuarenta años antes deslucía sucia e insalubre, se había transformado en una verdadera capital europea en la que no faltaban palacios, paseos, jardines, hospitales, fuentes y monumentos conmemorativos… un cambio de rostro que marcaría la identidad de la ciudad hasta nuestros días.

La huella del arquitecto italiano perdura hoy en multitud de rincones de Madrid. A pesar de ello, el único espacio bautizado con su nombre son estos Jardines de Sabatini, situados junto a la fachada norte del Palacio Real y que curiosamente no fueron diseñados por el siciliano. Por contra, en este lugar se ubicaron las Reales Caballerizas que sí fueron obra suya y que, en 1932, la Segunda República decidió demoler y construir en su lugar los actuales jardines para disfrute de los madrileños.

Francesco Sabatini es, sin duda, una de las grandes figuras de la historia madrileña. Sus obras han presenciado guerras, hambrunas y revoluciones, hasta convertirse en verdaderos iconos para generaciones y generaciones de madrileños… y ahí permanecerán mientras todo y todos pasemos, porque ese es el verdadero poder de la buena arquitectura: ser testigo del tiempo.

Retrato de Francisco Sabatini

Francesco Sabatini (Palermo, 1721-Madrid, 1797)

Sabatini fue un prosista de la arquitectura y no un poeta
— Delfín Rodriguez Ruiz.


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