La fuerza del cariño

Retrato de Clotide García del Castillo. Museo Sorolla. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Retrato de Clotide García del Castillo. Museo Sorolla. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Clotilde y Joaquín: inseparables

Dicen que detrás de todo genio siempre hay una gran mujer, pero curiosamente lo que nunca se menciona es que suele ser ella quien debe soportar la parte menos agradable del proceso creativo. Mujeres, por lo general, eclipsadas por la alargada sombra de grandes talentos a lo largo de la Historia.

Quizá el ámbito en el que mejor podemos ejemplificar esta situación sea el mundo del arte. Y es que los libros de Historia del Arte tienden a mostrarnos la vida y la obra de artistas masculinos obviando, o reduciendo a comentarios irrelevantes, el papel fundamental de las mujeres que, aun no siendo artistas, sí fueron determinantes para el éxito de aquellos.

En los tiempos en los que la mujer vio limitada sus roles a los de esposa y madre, la discriminación y la falta de oportunidades motivaron que fueran ignoradas como musas, marchantes y esposas de artistas varones, cuando en realidad resultaron fundamentales para mantener el equilibrio vital y familiar necesario en la existencia de cualquier persona, más allá de su genio creativo.

Muchas fueron extraordinarias mujeres, inteligentes, poliédricas, sensibles, inspiradoras y generosas, decididas a aparcar sus propias aspiraciones a cambio de brindar apoyo moral o físico a sus compañeros. Aunque hoy es muy difícil evaluar su contribución al arte a través de su propia historia, es seguro que dejaron su huella indeleble tanto en sus vidas como en sus obras.

Me refiero a mujeres como Misia Sert, evocación de pintores como Renoir, Toulouse-Lautrec, Bonnard y Vuillard y de poetas como Verlaine y Mallarmé; Kiki de Montparnasse y Dora Maar, inspiradoras de artistas como Man Ray o Pablo Picasso; o figuras tan relevantes para la Historia del Arte como Gala, musa y esposa de Salvador Dalí, de la que jamás se separó.

Pero si existe una mujer que encarna a la perfección ese papel de musa y apoyo de un gran genio artístico, esa fue Clotilde García del Castillo, esposa del gran pintor Joaquín Sorolla. Ambos formaron un tándem indisoluble y una de las parejas más entrañables del Madrid de principios del siglo XX.

Y es que sería imposible hablar de Sorolla sin mencionar a Clotilde. Su amada “Clota” (como la llamaba cariñosamente) no sólo fue para el pintor valenciano musa, esposa, modelo, cómplice y madre de sus hijos… también fue su incansable mecenas y administradora, su mayor apoyo y la piedra angular sobre la que se construyó como pintor.

Clotilde García del Castillo nació un 5 de enero de 1865 en Valencia.

Hija de Clotilde del Castillo y de Antonio García Peris, uno de los grandes fotógrafos españoles del siglo XIX y toda una institución en Valencia, fue la tercera de los cinco hijos que tuvo el matrimonio.

De estatus social acomodado y cosmopolita, en su familia el arte era más que un oficio, era una pasión, hasta el punto de que su hermano Juan Antonio llegaría a convertirse con el tiempo en un extraordinario fotógrafo y miniaturista.

Juan Antonio García y Joaquín Sorolla se conocieron de adolescentes, en la Escuela de Bellas Artes de Valencia, donde fueron compañeros. Juan Antonio, se lo presentó a su padre y este lo contrató para trabajar en su estudio iluminando (coloreando) fotografías en blanco y negro. Sin duda fue así como se conocieron Joaquín y Clotilde con apenas quince años. Corría el año 1879 y ya no se separarían jamás.

En 1888 la pareja contrajo matrimonio, iniciando así una convivencia que los llevaría inicialmente a Italia, donde Joaquín disfrutaba de una beca de estudios, instalándose en Asís.

Allí su vida transcurrió feliz y apacible. El único objetivo de Sorolla era pintar y el de su mujer acompañarle y facilitarle la dedicación absoluta a la pintura, ocupándose de mantener la tranquilidad práctica y doméstica que su marido necesitaba.

“Tú que antes de esposo y padre fuiste pintor, debes preferir pintar a todo lo demás”. Clotilde a Sorolla.

A su regreso a España a finales de 1889 establecieron su residencia en Madrid, donde pensaron que a Joaquín le resultaría más fácil desarrollar su carrera artística. Inicialmente la joven pareja se instaló en la Plaza del Progreso (actual plaza de Tirso de Molina).

Entre 1890 y 1895, Clotilde daría a luz tres hijos: María, Joaquín y Elena. Por aquel entonces, y especialmente desde 1900, los éxitos comenzaron a distinguir la producción de Sorolla. Clotilde aceptó asumir su papel de madre y esposa del famoso pintor, facilitando su trabajo por el bien de la familia.

“Supones bien, querida Clota mía, al pensar que debo estar muy contento. Verdaderamente lo estoy y mucho, y más cuando como tú dices bien, no lo esperaba. Te felicito, pues a los dos nos pertenecen por igual tanto las alegrías como las tristezas”. Sorolla a Clotilde.

En 1904 los Sorolla se trasladaron a una nueva casa en la Calle Miguel Ángel. Fue entonces cuando Clotilde tomó definitivamente las riendas de la administración, no sólo del hogar y la familia, sino también de todo el trabajo relacionado con las actividades artísticas de su marido: gestionaba toda su documentación, llevaba la contabilidad de su actividad laboral (Sorolla la llamaba cariñosamente “mi Ministro de Hacienda”), cuidaba las relaciones institucionales, le enviaba materiales allí donde el pintor se encontrara en cada uno de sus viajes, etc.

“Clota” se encargaba de todo y permitía a Sorolla centrarse únicamente en la pintura. También gestionaba las relaciones públicas de Joaquín en la sombra y atendía la correspondencia y a las celebridades que querían contactar con su marido: Alfonso XII, Unamuno, Ortega y Gasset… entre otros.

Por si fuera poco, se dedicaba a enumerar los cuadros para las exposiciones de su marido, a hacer las listas de invitados y las descripciones de las obras... era una especie de “comisaria” moderna, hasta tal punto que ella sola se encargaría de llevar a efecto la primera exposición individual de Sorolla en París.

En 1909, Clotilde, junto a toda la familia, viajó a Nueva York para la exposición que había ayudado a coordinar y con la que se inauguraba la Hispanic Society de Nueva York bajo los auspicios de Archer Milton Huntington, quien llegaría a convertirse en amigo personal de la familia Sorolla. El magnate americano definiría así a la todoterreno Clotilde:

“Mi pobre y querida Clotilde ha tenido que soportar todo el peso de la familia y de convivir con un genio, y su menudo cuerpecillo ha librado casi tantas batallas como el de su eminente marido. Sin ella seguramente no habría llegado a donde ha llegado.” Archer Milton Huntington

Mientras, en Madrid, se iniciaban las obras de la nueva casa familiar que ella misma supervisaría, esta vez en el Paseo del Obelisco (actual calle General Martínez Campos). Un remanso de paz en pleno centro de la capital, reflejo de la refinada y culta vida familiar de los Sorolla.

La pareja mostró expreso interés en que sus tres hijos tuvieran una educación progresista. Fue Clotilde quien se encargaría de dirigir personalmente la formación de sus vástagos, bajo la tutela de la Institución Libre de Enseñanza, cuya sede se encontraba a escasos metros de su nueva casa.

Clotilde no se limitó al discreto papel que reservaba a la mujer la sociedad de finales del siglo XIX y principios del XX. Fue, además de una madre y esposa entregada, una mujer plenamente moderna y cosmopolita… y así la reflejó su marido a lo largo de toda su carrera a través de decenas de retratos que no dejan de ser pequeños homenajes a su admirada esposa y musa.

La retrató de mil maneras y en escenarios diferentes, posando segura, leyendo y cosiendo, preparada para ir de fiesta, de paseo frente al mar y junto a sus hijos, hasta convertirla en una de las mujeres más representadas de toda la Historia del Arte.

No obstante, Clotilde siempre guardó por la pintura un sentimiento de amor/odio, considerándola su “rival” por restarle tiempo vital para disfrutar junto a su marido:

“Me alegro estés ya bien de tu pequeña molestia y deseo que mi rival no te obligue a hacer imprudencias que pueden ser en contra de tu salud. Realmente es un rival terrible pues no te expondrías por mí lo que por la dichosa pintura te has expuesto, siendo lo más gracioso que no puedo ni debo quejarme sino desear que mientras vivas no pierdas esa ilusión, que es para ti el todo en este mundo.” Clotilde a Sorolla.

Si hoy conocemos la personalidad de Clotilde, no es sólo gracias a la pintura y a los ojos de Sorolla, sino a las numerosas cartas (más de dos mil) que la pareja se escribió durante las frecuentes ausencias del pintor, con fragmentos que muestran el amor que el pintor profesaba a su mujer, y viceversa.

“Está visto que Dios nos unió de verdad, pues no sueño más que estar contigo, y para ti”. Sorolla a Clotilde.

“En casa hasta me molesta que venga gente porque me privan de pasar la vida a tu lado en el estudio”. Clotilde a Sorolla.

“La misma pintura no creo que me compensase si tú no me hicieras feliz, Dios en todo me atiende, muchos y apasionados besos. Pintar y amarte, eso es todo. ¿Te parece poco?”. Sorolla a Clotilde.

“Todo mi cariño está reconcentrado en ti y si bien los hijos son los hijos, tú eres para mí más, mucho más que ellos, por muchas razones que no hay para qué citarlas, eres mi carne, mi vida y mi cerebro, llenas todo el vacío de mi vida de hombre”. Sorolla a Clotilde.

Cuando Sorolla no viajaba, durante los descansos de sus largas sesiones de trabajo en el estudio la pareja disfrutaba de su tranquila vida familiar en el precioso jardín de su casa madrileña. Un jardín que ellos mismos habían decorado a su gusto, con objetos artísticos adquiridos en sus innumerables viajes por todo el mundo.

Sería en este jardín donde el artista sufriría un derrame cerebral mientras pintaba el retrato de la mujer de Pérez de Ayala en junio de 1920, provocándole una hemiplejia que le obligaría a abandonar los pinceles.

Clotilde soportó el golpe más duro de su vida sin separarse del lado de su marido. Se conservan imágenes de ella intentando animarle mientras él, enfermo, mira a la cámara, confundido.

Joaquín vivió tres años más de agonía, durante los cuales su amada “Clota” no dejó de cuidarle. Cuando el pintor murió en Cercedilla el 10 de agosto de 1923 fue como si Clotilde también muriese.

Los últimos años en la vida de la viuda fueron de una completa discreción, como había sido toda su existencia. Prácticamente se encerró en la casa familiar, donde veló por la obra de Joaquín Sorolla.

Antes de morir, Clotilde legó al Estado español tanto la casa familiar como las colecciones que a ella pertenecían, para que se proyectara un museo en memoria de Joaquín Sorolla, cerrando así un círculo de amor y respeto incondicional por su marido y su arte.

El 5 de enero de 1929, fallecía Clotilde en su casa madrileña. Hoy Joaquín y Clotilde descansan juntos en el Cementerio General de Valencia.

Tras la muerte de Clotilde, sus hijos enriquecieron el legado inicial donado por su madre al Estado con más obras del artista para que, finalmente, el Museo Sorolla pudiera ser inaugurado en 1932.

El legado de la familia Sorolla marcó un hito en la historia de los museos en España, ya que cuando abrió sus puertas las casas-museos no eran tan comunes en nuestro país, convirtiéndose en un referente que inspiraría la creación de museos similares.

Sin Clotilde a su lado habría existido un Sorolla, pero no sería el que todos conocemos. Por este motivo, los amantes del arte debemos estarle agradecidos a aquella extraordinaria mujer, de aspecto frágil pero de voluntad férrea, que nunca quiso brillar por encima del artista… sino acompañar al hombre en el camino de la vida.

“¡Me gustaría tanto que no se acordasen de mí! He nacido yo tan poco para estos jaleos; ser mujer de un gran artista como es mi Joaquín y estar siempre en mi rinconcito metida es muy difícil.” Clotilde a Sorolla.

P.D: Dedicado a Helena, mi compañera, mi amiga, mi apoyo y, en pocas horas, mi esposa. Porque juntos sepamos luchar por diseñar un camino tan pleno de amor, cariño y respeto como el que construyeron Clotilde y Joaquín. Gracias por permitirme seguir pintando junto a ti el fascinante lienzo de nuestra vida.

SJ.

Clotilde García del Castillo y Joaquín Sorolla, en 1923

Clotilde García del Castillo y Joaquín Sorolla, en 1923

No es bastante muchas veces el cariño, para pasarlo bien. Hay que sentir lo mismo, hay que vivir la misma vida para entenderse y pasarlo agradablemente... Menos mal que tú y yo nos entenderemos siempre y nuestro cariño podrá consolarnos de otras penas
— Clotilde García del Castillo