REVIVE LA MÚSICA DEL MADRID DE LOS borbones


El siglo XVIII supuso, en cuanto a música, unos cambios radicales con respecto a los siglos anteriores con la dinastía de los Austrias.

Las influencias francesas, italianas y, más tarde alemanas, provocaron una evolución de la música española desde las características puramente barrocas a las propias del estilo clásico.

Durante la primera mitad del siglo XVIII se continua el estilo musical anterior, tanto en la música religiosa como en la profana. Sin embargo en la segunda mitad, con el triunfo de la razón y la Ilustración junto con sus ideales educativos, supuso cambios importantes que se tradujeron en nuevos instrumentos musicales, composiciones y estilos.

La evolución musical de este siglo estuvo marcada por el auge de la música de cámara, cultivada en los salones aristocráticos con poder adquisitivo y deseosa de lujo y refinamiento, comenzó a acercarse poco a poco a las manifestaciones artísticas reservadas a la nobleza.

El interés ilustrado por la educación y por el desarrollo de la industria artesanal se plasmó, a lo largo del siglo XVIII, en diversos intentos de creación de escuelas de canto y en la construcción de instrumentos, especialmente de teclado.

Madrid, por la presencia de la Corte, siguió siendo el núcleo generador de modas y se convirtió en el centro del comercio musical español, tanto de partituras como de instrumentos, con cantidad de constructores instalados en ella.

La nueva y enriquecida burguesía deseaba acceder a los lujos y refinamientos de los que hasta entonces sólo podía disfrutar la nobleza… y la música era uno de esos lujos. La principal consecuencia fue el aumento en la producción de determinados instrumentos musicales.

Con el tiempo, en Madrid comenzaron a aparecer comercios especializados en música, centrando su actividad en la compra-venta de instrumentos nuevos y usados, así como en la venta de partituras y métodos de aprendizaje musical.

La música siguió produciéndose en los mismos lugares que en los siglos anteriores, pero apareció un nuevo tipo de oferta musical: los conciertos públicos. A ellos podía acceder cualquier persona previo pago de una entrada, lo que contribuyó a la difusión de la música entre quienes no habían tenido acceso a ella por no pertenecer a las clases nobles.

Otra innovación fue la aparición del piano, fundamental en la evolución de la música de cámara. La Corte fue la introductora de estos instrumentos, cuyos primeros ejemplares llegaron a España procedentes de talleres florentinos. A partir de la década de los sesenta del siglo XVIII su uso se extendió entre la nobleza y la burguesía, empezándose a construir pianos en la capital. El constructor de pianos más importante en Madrid a fines de siglo fue Francisco Florez.

En la construcción de instrumentos de cuerda punteada sobresalió la de salterios y especialmente guitarras. La guitarra se difundió entre las clases populares y entre la burguesía.

Entre los instrumentos de cuerda, los violines y chelos comenzaron a importarse ejemplares desde Italia, procedentes de los talleres cremoneses de Amati, Stradivarius o Guarneri.

Los instrumentos de viento cambiaron completamente con respecto a la etapa anterior y poco a poco fueron estableciéndose los propios de la orquesta clásica: flautas, oboes, fagotes y trompas.

El enorme desarrollo de la música profana marcó la música madrileña del siglo XVIII, destacando dos tipos: la música teatral y la música de cámara.

La música teatral, fue la expresión más clara de la música profana de este siglo. Desde la llegada de los Borbones se desarrolló un movimiento en favor de la ópera italiana y numerosas compañías se asentaron en nuestro país.

Todas las fiestas reales contaban con una ópera como centro de la celebración. Además, se crearon teatros, como el de los Caños del Peral, y se reformaron otros, como el del Buen Retiro, para adaptarlos a las necesidades de la representación operística y de su exigente escenografía.

En la música puramente instrumental destacan dos tipos de composición, cada vez más cercanos al estilo clásico: la sonata, para un reducido número de instrumentos, y la sinfonía, para orquesta.

Sin duda, la principal razón de la riqueza musical de nuestro país en el siglo XVIII fue la gran afición de los Borbones por la música.

El 18 de Febrero de 1701, Felipe V entraba en Madrid como primer monarca de la Casa de Borbón en nuestro país. Su primera esposa, María Luisa de Saboya, promovió en un primer momento el afrancesamiento de la música en la corte española, ya que el Rey quería reproducir en la corte española el ambiente musical de Versalles.

Con la dinastía entrante se incrementó notablemente la actividad musical de la Capilla Real, primera institución musical en España, que hubo de adaptarse al gusto de los nuevos monarcas, obligando al exiliarse s importantes músicos de la etapa anterior como Sebastián Durón.

En este momento destacaron músicos como Santiago de Murcia, principal compositor de obras para guitarra durante la primera mitad del siglo XVIII.

Tras la prematura muerte de la reina María Luisa de Saboya, la segunda esposa de Felipe V, la italiana Isabel de Farnesio, provocó que los gustos cortesanos cambiaran y se aproximaran a las modas italianas. De esta manera, por la corte española pasarán importantes músicos italianos entre los que destacará el famoso castrati Carlo Broschi, “Farinelli”, cuya voz sirvió como bálsamo para intentar curar a Felipe V de sus ataques de melancolía.

Tras la muerte de Felipe V en 1746, le sucedieron en el trono el Rey Fernando VI y su esposa María Bárbara de Braganza, gran aficionada a la música y alumna del clavecinista napolitano Doménico Scarlatti, que llegaría a la corte española con la obligación de tocar todas las noches ante la familia real.

Carlos III, a pesar de su educación musical, no sentía una especial predilección por este arte y una de sus primeras medidas fue el despido de Farinelli, que volvió a Italia percibiendo íntegro su sueldo. Sin embargo, el infante Don Gabriel de Borbón, sí fue un gran melómano, recibiendo clases de clavecín del músico José de Nebra y especialmente del padre Jerónimo Antonio Soler Ramos.

Pero sin duda, uno de los músicos italiano más destacados en la Corte borbónica de la segunda mitad del Siglo XVIII, fue Luigi Boccherini, que ocupó el cargo de maestro de capilla del hermano del Rey, el Infante Don Luis Antonio de Borbón, y acabó sufriendo el más desdichado olvido y desprecio por parte de Carlos IV… quien prefirió como músico de cámara a otro italiano, Gaetano Brunetti.

A imitación de la Corte y sus modas, las casas nobiliarias madrileñas dieron una gran importancia a la música durante todo el siglo XVIII. De todas ellas, fueron dos las que más contribuyeron a la vida musical de la capital: la Casa de Alba y la Casa de Osuna. Ambas apadrinaron a los músicos más sobresalientes del momento.

La condesa-duquesa de Benavente y duquesa de Osuna, doña María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel, fue una de las figuras más emblemáticas en el desarrollo de la música del último tercio de siglo. Mujer culta, atrevida e innovadora, en 1783 llegó a establecer un contrato, a través de un representante, con Franz-Joseph Haydn, por el que éste quedaba obligado a enviarle todas sus composiciones musicales, salvo las que fuesen encargadas por otros para uso privado.

Por su parte, la creciente burguesía organizaba tertulias, academias de música y fiestas con bailes.

En la difusión de la música en el Madrid del siglo XVIII también destacó el papel de instituciones como las Sociedades Económicas de Amigos del País, la Academia del Buen Gusto y la tertulia de la Fonda de San Sebastián.

En las últimas décadas del siglo surgió una curiosa reacción contra lo extranjero, en especial contra lo francés, que reivindicaba lo popular y lo tradicional español en los gustos y modas, un fenómeno denominado “majismo”.

El nombre procede de la palabra “majo”, con la que se designaba a los hombres de clase media que defendían una vuelta a los estilos y costumbres tradicionales frente al amaneramiento foráneo.

Esta corriente tuvo éxito debido, sobre todo, al impulso concreto de tres damas de la alta sociedad: la reina María Luisa de Parma, la condesa- duquesa de Benavente y la duquesa de Alba, que pusieron “lo popular” de moda entre la aristocracia.

Desde el punto de vista musical, este “majismo” se reveló en varios aspectos. El primero fue la reivindicación de la guitarra como instrumento representativo de lo popular, así como de las castañuelas y del pandero que le servían de acompañamiento, especialmente, en las seguidillas.

El segundo aspecto en el que se evidencia ese impulso de lo popular en la música es la recuperación de la tonadilla escénica, como género que recuperaba los estilos y bailes tradicionales, entre otros la tonadilla, el fandango, las folías, las jotas y las tiranas.

Las tonadillas se cantaban en espectáculos públicos y en las academias privadas de la nobleza y la burguesía. Entre las clases más bajas se difundieron a través de los ciegos cantores que las cantaban por las calles y las vendían en pliegos sueltos.

En cuanto a los bailes, a lo largo del siglo XVIII se abandonaron los minuetos y las contradanzas de complicados pasos, que fueron sustituidas por otros bailes de carácter popular como fandangos, boleros, seguidillas o tiranas… más cercanos a la naturalidad y simplicidad que propugnaba la filosofía de la Ilustración.

 

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