revive la música del madrid de los austrias


Madrid ocupa un lugar fundamental en el desarrollo histórico de la música española por el hecho de haber sido residencia de la Corte y capital del Reino. Sus centros musicales, civiles y religiosos, fueron desde sus inicios pioneros en la introducción de nuevas tendencias, sobresaliendo por encima de todos la Corte y su institución musical más relevante: la Capilla Real.

El siglo XVI, a partir del establecimiento en 1561 de Madrid como capital del reino, estuvo marcado por los gustos y preferencias musicales que Felipe II eligió para su corte.

Felipe II “el Prudente” (Valladolid, 1527-San Lorenzo de El Escorial, 1598) fue amante de la música, al igual que de otras artes, y receptivo a las novedades, aunque en muchos aspectos continuara la tradición impuesta por su padre, el emperador Carlos I.

Uno de los rasgos continuistas respecto al reinado anterior fue su preferencia por lo flamenco en música religiosa. El desarrollo de la música en los Países Bajos durante el Renacimiento fue mucho mayor que el que había tenido en España. Por ello, Felipe II siempre prefirió la música y los músicos flamencos a los españoles.

La música se consideraba una expresión más del poder real y, como tal, interesaba ponerla de manifiesto de una forma rotunda.

La música de este periodo, tanto religiosa como profana, era música polifónica, es decir, compuesta por voces independientes pero todas de la misma importancia.

No existía una diferencia de estilo entre música vocal e instrumental ya que la misma composición se podía cantar o tocar, en función de si es trataba de música sacra o profana.

Tras del Concilio de Trento (1545 y 1563), la música religiosa se convirtió en uno de los pilares sobre los que se apoyó el culto, tanto en Madrid como en el resto de España y de la Cristiandad.

La liturgia debía realizarse cantada, ya que la rezada se consideraba propia de las iglesias más pobres. Cualquier centro religioso con medianos recursos tenía su capilla musical propia para solemnizar los actos religiosos. Aun así, las iglesias que no poseían capilla contrataban cantores e instrumentistas para la celebración de algunas festividades.

La música religiosa era de dos tipos: por un lado el “canto llano”, usado a diario en la misa y en el oficio, y por otro el “canto de órgano” o polifónico, en ocasiones con instrumentos, que se empleaba para solemnizar las fiestas más destacadas.

Los principales centros de música religiosa durante toda la dinastía de los Austrias fueron la Capilla Real y los monasterios de las Descalzas Reales y de San Lorenzo del Escorial.

La música profana también fue protagonista en este período. La música de ministriles y de músicos heráldicos tenía lugar en actos públicos y era fundamental para exaltar el poder terrenal del rey.

La música de cámara, por el contrario, se desarrollaba en el ámbito privado, en las estancias de palacio. Aunque su difusión ha sido menor y pudiera parecer que gozaba de menor importancia que la música religiosa, en realidad no fue así. Dos de los grandes instrumentistas de cámara de este siglo estuvieron al servicio de Felipe II: el teclista Antonio de Cabezón y el vihuelista Luis de Narváez.

Durante el siglo XVII, el Barroco supuso para la música una serie de cambios importantes que afectaron a todos los géneros artísticos del Siglo de Oro.

Uno de los principales objetivos fue el dotar de expresividad a la música, por lo que se desarrolló la llamada “teoría de los afectos”, que intentaba plasmar en la música el contenido afectivo del texto. Para ello se necesitaba que las letras fueran comprensibles, lo que originó la aparición y perfeccionamiento de la melodía acompañada y de la homofonía, en la que las voces cantan las mismas palabras de forma simultánea.

La influencia italiana en este siglo tomó el relevo a la flamenca del siglo pasado. De Italia llegaron los primeros violinistas y el estilo virtuoso propio del bel canto, que se impuso en voces e instrumentos como el violín.

La Corte siguió marcando los gustos y preferencias musicales, especialmente en la música profana. Madrid, como capital del reino, vió incrementado su papel de escenario para las ceremonias cortesanas, con celebraciones festivas en las que se mezclaban lo sagrado, lo profano y espectáculos como procesiones, fuegos artificiales, toros o representaciónes teatrales.

En este ambiente de la fiesta barroca la música tendrá una importancia fundamental en cantidad y variedad, ya que se emplearán todos los géneros y tipos de composición desarrollados durante el siglo. Destacarán maestros como el vihuelista Juan Bautista de Medina o Mateo Romero, que fue el maestro de capilla durante todo el reinado de Felipe III (1578-1621).

Con el reinado de Felipe IV (1605-1665) se incrementó aún más en la Capilla Real el número y participación de sus efectivos instrumentales, destacando, además de Mateo Romero, maestros como Carlos Patiño.

La época de Carlos II (1661-1700) supuso el desarrollo y la consolidación de las innovaciones que, procedentes de Italia, se habían introducido en la música religiosa.

Instrumentistas de la capilla como José de Torres, Antonio Literes o Sebastián Durón marcarán el pulso musical de estos años.

El Colegio de niños cantores, institución que proporcionaba voces a la Capilla y educaba a sus futuros integrantes, acusó a lo largo de todo el siglo XVII las sucesivas crisis económicas y el desplazamiento del interés por la música religiosa hacia la música profana, que siguió desarrollándose en torno a la Corte y se manifestó en las ceremonias civiles, la cámara, las fiestas y el teatro.

Los ámbitos en los que se interpretaba eran los mismos que en la centuria anterior… la única novedad fue el desarrollo de las representaciones teatrales en las que la música era un componente esencial, utilizándose en ellas todos los tipos de composición habituales en la música de cámara, y dando lugar a la creación de un género, la zarzuela, dialogado y cantado, y al desarrollo posterior de la ópera, totalmente cantada, con la dinastía de los Borbones.

 
 

 

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