Es el vecino el que elige al alcalde...

Estatua Marqués viudo de Pontejos

Estatua de Joaquín Vizcaíno y Martínez. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

joaquín vizcaíno, el alcalde que reformó Madrid

Si tuvieras que elegir al mejor alcalde de Madrid de todos los tiempos… ¿cuáles serían tus tres candidatos? Seguramente Carlos III y Enrique Tierno Galván estarían entre los elegidos, el primero porque en el siglo XVIII engalanó la Villa al estilo de las grandes capitales europeas y el segundo porque, en el XX, amplió a los madrileños sus libertades tras 40 años de dictadura. Sin embargo, existe un tercero que se preocupó por resolver las necesidades más básicas de los ciudadanos de su época, Joaquín Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos, si no el mejor alcalde de Madrid, seguro que el más eficiente.

Aunque para la mayoría de las madrileñas y madrileños el primer alcalde de Madrid fue el Rey Carlos III, en realidad el que se considera primer edil de la Villa fue un noble de principios del siglo XIII llamado Rodrigo Rodríguez.

Por aquella época, Madrid no pasaba de los 2.000 habitantes. Había sido reconquistada por las tropas cristianas en 1085… de hecho, en aquel Mayrit árabe ya se utilizaba la palabra “al-cadí”, con la que se designaba a los jueces y de la que deriva el término “alcalde” actual.

En el año 1202, Alfonso VIII otorgaba a Madrid su primer Fuero municipal, que regulaba el funcionamiento del concejo. En 1219 Rodrigo Rodríguez era nombrado Justicia Mayor de Madrid, cargo dotado de autoridad suficiente sobre el municipio como para poder ser considerado antecedente de la figura del posterior corregidor y del alcalde actual.

Cuando Rodrigo Rodríguez se convirtió en el primer alcalde de Madrid, sus calles eran sucias e inseguras. La gran mayoría de ellas estaban sumidas en la más absoluta oscuridad por la noche y las frecuentes sequías originaban hambrunas y epidemias. Tan sólo tres años después, en 1223, Madrid recibía el título de Villa, gracias al buen trabajo del alcalde y, sobre todo, a sus buenas influencias.

Entre las medidas que adoptó este alcalde para mejorar las condiciones de la Villa estuvieron las prohibiciones a sus habitantes de cuestiones tan cotidianas como batirse en duelo, portar armas o arrojar estiércol a la calle o desperdicios al cauce del Manzanares.

Dispuso multas y penas de destierro a los dueños de las ventas y tabernas que aguaran el vino y a aquellos que hicieran trampas en el pesaje de los mercados públicos.

Pero quizá su decisión más curiosa desde los ojos de nuestro tiempo fue la de sancionar con cuatro maravedíes a quien tirara de las barbas a un vecino… con agravante de multa superior, si llegaba a arrancarle pelos.

En 1346, el Rey Alfonso XI dictaba un privilegio por el que nacía el ayuntamiento madrileño. Estaría formado por doce regidores (los actuales concejales) y dos escribanos con función de secretarios. La creación de un ayuntamiento supondría la primera representación popular del pueblo a través de unas personas elegidas previamente… desde entonces sí podemos afirmar que “es el vecino el que elige al alcalde…”.

Francisco Luján, miembro de una de las más destacadas familias de nobles de la Villa, sería el primero de una larga lista de corregidores previos a la figura del alcalde que más huella mediática dejaría hasta el momento: el Rey Carlos III.

Durante su reinado (1759-1788) fueron tantas las acciones que emprendió para mejorar la imagen de la capital que, desde entonces, ha sido conocido popularmente como "mejor alcalde de Madrid".

Cuando regresó a la capital, tras su reinado en Nápoles, el 9 de diciembre de 1759, el nuevo rey se encontró con una ciudad tan sucia y miserable que su mayor empeño fue darle la vuelta para adecentarla y engalanarla, convirtiéndola en una espectacular escenografía… pero sin llegar a profundizar en las reformas estructurales y el acondicionamiento que cualquier capital europea requería para resultar habitable para sus gentes. De ellos, de los madrileños y sus necesidades diarias, se ocuparía años más tarde otro alcalde: Joaquín Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos.

Joaquín Vizcaíno y Martínez fue un verdadero representante del romanticismo español. Aunque su familia era oriunda de Vicálvaro, el futuro alcalde nació en 1790 en A Coruña.

Se formó como soldado y participó en la Guerra de la Independencia contra los ejércitos napoleónicos. Liberal convencido, sirvió en la Milicia Nacional durante el Trienio Liberal, pero se vio abocado al exilio tras la invasión de los Cien mil hijos de San Luis y el desafortunado regreso del absolutismo de Fernando VII. A ese exilio le acompañó su esposa, María Ana de Pontejos y Sandoval, marquesa de Pontejos y condesa de la Ventosa, veinte años mayor que él y de quien obtuvo el título por el que hoy es popularmente conocido.

Los diez años que vivió exiliado en París y Londres permitieron al futuro edil estudiar el urbanismo e infraestructuras de las capitales europeas más modernas de la época… un aprendizaje que pronto podría aplicar en su patria.

A su vuelta a España, sus ansias de modernidad eran similares a las de muchos exiliados, intentando aprovechar la mentalidad abierta de la regente María Cristina para transformar el país en una capital europea avanzada. En 1834 fue nombrado corregidor de la Villa, un cargo que ostentaría hasta 1836… dos años de mandato que, como veremos, darían para mucho.

Para comenzar, el marqués de Pontejos se ocupó de reorganizar la ciudad, encargar un preciso plano topográfico de la Villa. Dividió la ciudad en 5 distritos y 50 barrios y ordenó el sistema de calles con nombres y números en el sentido que hoy conocemos, estableciendo que los primeros fueran los más cercanos a la Puerta del Sol.

Con el fin de acabar con los barrizales que se formaban en invierno por la lluvia y con las polvaredas del verano, elevó las aceras y reformó el empedrado de las calles… algo que hoy la ciudad vuelve a pedir a gritos.

Para hacer más seguras las calles durante la noche, reglamentó las funciones de los serenos y la policía urbana y mejoró el alumbrado mediante farolas de gas, mucho más eficaces que los antiguos faroles de aceite y petróleo.

Luchó por acabar con la insalubridad de las calles, acabando con la costumbre de la venta de alimentos en cajones, estableciendo las normas de funcionamiento de mercados y mataderos y estableciendo los primeros baños públicos de la capital.

Ordenó retirar las basuras de los portales de las casas y puso en marcha su recogida en carros cerrados, creando un servicio municipal de limpieza.

Impulsó la mejora de los hospitales y la mejora de las infraestructuras de las cárceles y las condiciones de vida de los reclusos.

Plantó numerosos árboles en calles y avenidas y abrió el Paseo de las Delicias de Isabel II.

Por si todo esto fuera poco, junto a su amigo Mesonero Romanos ayudó a fundar el Ateneo de Madrid, fue socio fundador del Casino de Madrid y uno de los más activos miembros de la Sociedad Madrileña de Amigos del País.

Gracias a su dedicación, e incluso a su propio patrimonio, con el que afrontó muchos de los gastos que generaron todas estas mejoras, la Villa y Corte pasó de ser una ciudad anárquica, desordenada y sucia, a transformarse en una urbe limpia y bien organizada.

A pesar de conseguir llevar a cabo todas estas mejoras en tan sólo dos años, Joaquín Vizcaíno fue incomprensiblemente destituido en 1836… No se conoce la razón oficial, más allá de las envidias y odios que su buena gestión había generado en gran parte de la clase política.

A pesar de abandonar sus cargos públicos, el exalcalde no dejó de trabajar en favor de los ciudadanos y se dedicó en cuerpo y alma a uno de sus sueños: la filantropía.

No sólo fundó con su propio dinero la Escuela de Párvulos y el Asilo de San Bernardino para los más necesitados, con el fin de acabar con la mendicidad urbana y creó, además, la primera Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, con el objetivo de ofrecer créditos a interés cero para que la gente humilde pudiera crear sus propios negocios… una intención piadosa, en origen, que en nuestros días se corrompió por una avariciosa gestión… algo de lo que nuestro buen marqués de Pontejos se sentiría avergonzado.

En 1840, con tan sólo cincuenta años, Joaquín Vizcaíno fallecía en su residencia del palacio de Miraflores, situado en la Carrera de San Jerónimo.

En tan sólo dos años al frente de aquel Ayuntamiento, Joaquín Vizcaíno, fue capaz de sentar las bases que convirtieron la capital en una ciudad moderna y ordenada. Madrid se lo agradeció dando su nombre a una calle, a una plaza y a un paseo en el Parque del Retiro, además de erigiendo esta estatua en la plaza de las Descalzas, frente al edificio de su querida de Caja de Ahorros, en la que se representa al marqués portando los atributos del trabajo y el ahorro: un haz de trigo, un yunque, un martillo y una hucha.

Es palabras del propio marqués viudo de Pontejos, "dichosos los seres que por sus talentos, méritos y virtudes hacen imposible el olvido"... una máxima aplicable a quien fue, en mi opinión, el mejor alcalde de Madrid.


Joaquín Vizcaíno y Martínez (A Coruña, 1790 - Madrid, 1840)

Joaquín Vizcaíno y Martínez (A Coruña, 1790 - Madrid, 1840)

Dichosos los seres que por sus talentos, méritos y virtudes hacen imposible el olvido
— Joaquín Vizcaíno y Martínez, Marqués viudo de Pontejos


¿Cómo puedo encontrar la estatua de Joaquín Vizcaíno, Marqués viudo de Pontejos, en Madrid?