Requiescat... ¿in pace?

Puerta de acceso a la vivienda del 3ºC de la Calle Antonio Grilo número 3. Historia de Madrid

Acceso al piso 3ºD de la calle Antonio Grilo número 3. Madrid. Foto: Pablo López Learte

3ºD de Antonio Grilo: o cómo convivir con fantasmas castizos

DÍA 1 — Ganga en Malasaña_

Nunca pensé que pudiera alquilar un piso en Malasaña sin vender un riñón. Bueno, en realidad lo pensé, pero asumía que si algo estaba dentro de mis posibilidades económicas sería porque no tenía cocina, ni ventanas, ni techo, ni perdón de Dios. Sin embargo, ahí estaba: 3ºD en la calle Antonio Grilo.

Suelo hidráulico original, balconcito a la calle, techos altos, molduras de escayola, aire vintage pero sin ser delictivo… Y lo mejor: 500 euros con comunidad incluida.

Mi primera reacción fue pensar que había una errata. La segunda, que en el piso de al lado vivía un grupo de mariachis que ensayaban a deshora. La tercera… fue firmar.

—¿Seguro que el precio es el correcto? —le pregunté al agente inmobiliario.

—Sí, bueno… es que es una finca… con historia.

—¿De interés patrimonial?

—Bueno... más bien de... interés policial.

Me reí. Él no.

Luego añadió, bajando la voz como si estuviésemos rodeados de micrófonos ocultos:

—Usted no pregunte. Ni googlee. Ni hable con la vecina del 2ºB. Y todo irá bien.

—¡JA! —le respondí con esa sonrisa nerviosa que se le pone al camarero cuando te dice que la paella lleva chorizo: una mezcla de duda, susto y resignación.

El piso

El 3ºD tenía ese aroma a madera vieja y gas ciudad que solo se percibe en los lugares con varias décadas de confidencias contenidas: estanterías empotradas, puertas con vidrieras opacas, radiadores de hierro fundido y una mesa camilla de las de verdad, con su brasero oxidado y su tapete de ganchillo testigo de todas las Navidades desde 1952.

Y en el centro del salón, un espejo. Grande. Pesado. Apoyado en la pared, como abandonado por alguien que nunca terminó de decidirse entre colgarlo… o salir huyendo.

Me dije que el lugar tenía “alma”. Ahora no estoy tan seguro de que no fuera al revés.

El primer detalle

Esa misma noche, al llegar con las primeras cajas de la mudanza, encendí la luz del baño.

Todo normal. Antiguo, pero funcional. Sanitarios color “marfil de geriátrico”, azulejos con cenefa azul y esa bañera que exige flexibilidad de contorsionista para entrar sin fracturarte una cadera.

El espejo estaba ligeramente empañado. Supuse que habría humedad acumulada. Lo limpié con la manga y ahí apareció. Una palabra escrita, con trazo redondo, fino y descendente, como garabateada con un dedo infantil:

“Papi”

Tuve un microinfarto. Luego pensé:

“Será de la anterior inquilina. Tendría niños. Sería un juego, una tontería…”

Pero recordé que el agente había dicho que el piso estaba vacío desde hacía años. Y que había sido repintado.

Culpé a la condensación, a la sugestión, al polvo… Al final, le eché Cristasol y me fui a dormir.

Primera noche

Dormí regular. Soñé con un señor mayor, muy repeinado, que me tomaba las medidas con cinta métrica mientras decía:

—Aquí caben tres más. Si se apilan bien.

Me desperté con la mano apoyada sobre el suelo hidráulico, que parecía… tibio. Como si alguien lo acabara de pisar, hace segundos.

Nota mental

  • Comprar incienso, cambiar cerradura, buscar iglesia cercana, mirar pisos en Vallecas por si acaso.

  • NO volver a mirar el espejo del baño por la noche.

DÍA 3 — El ascensor habla latín_

Hay cosas que uno asume cuando se muda a un edificio antiguo de Madrid:

  • Las puertas no cierran bien.

  • Las cañerías cantan.

  • El vecino del bajo tiene una teoría conspiranoica para todo.

Lo que no esperaba era que el ascensor empezara a hablar. Y menos en latín.

El ascensor

Subir al 3ºD es, en sí mismo, una experiencia. La puerta del ascensor es de esas rejas correderas que suenan como una jaula abriéndose. Dentro madera panelada, espejo manchado y una pequeña lámpara desnuda que parpadea como si declamara en morse.

En la botonera solo hay tres pisos, pero hay cinco botones: uno no tiene número, otro tiene una cruz y el último parece… quemado.

El día que me mudé, el ascensor estaba estropeado. Lo achacaron a la humedad. Dos días después, lo arreglaron. O eso dijeron.

El suceso

A las 03:03 de la madrugada (¡capicúa!), el ascensor subió solo. Lo escuché desde la cama: motor en marcha, rejilla chirriante…

"Ding".

Me asomé al pasillo. La luz del rellano se encendió sola. Y eso era raro, porque en este edificio no hay sensores de movimiento, solo interruptores con más años que la Constitución.

El ascensor estaba en mi planta, abierto y vacío… o eso parecía.

Dio un sonido metálico, grave. Y entonces lo oí: una voz antigua, cavernosa, retumbando como si viniera desde las tripas del aparato, pronunció una frase incomprensible en latín que no paraba de repetir:

“Requiescat in pace.”

Me quedé de piedra.

Lo grabé con el móvil.. o eso intenté. El vídeo se guardó con una interferencia y un archivo llamado “NO_ESTÁS_SOLO.mp4”.

Cerré la puerta de casa con la mano temblorosa.

Se viene otra noche sin dormir.

Investigación express

Al día siguiente, con ojeras y mala cara, pregunté a la vecina del 2ºB, la de los gatos.

—¿Usted ha oído hablar al ascensor?

—¿Esta noche o en general?

Me metí en internet y busqué la frase. Resulta que “Requiescat in pace” significa “Descanse en paz”… y que habitualmente se usa en funerales. Y yo que esperaba que la traducción literal fuera un “Amigo, recuerde cerrar la puerta”.

—¡JA! —otra vez mi sonrisa nerviosa.

Intenté mantener la calma. Pensé:

“Seguro que alguien ha instalado un altavoz por Halloween. Una broma, un susto comercial…”

Pero es septiembre y el edificio lleva sin portero desde los 80.

Catastrazo

Decidí consultar el catastro online. Lo quise haber hecho antes por curiosidad… pero ahora lo hice por miedo.

El resultado fue claro y escalofriante:

  • Piso 3ºD.

  • Año de construcción del edificio: 1898.

  • Último uso declarado: cerrado desde 1981.

Eso no tiene sentido. Yo vivo ahí, duermo ahí, he pintado las paredes, he fregado el suelo, he limpiado el espejo… esto último me lo podía haber ahorrado.

Llamé al Ayuntamiento.

—Disculpe, ¿puede confirmarme que el 3ºD de Antonio Grilo, número 3, está registrado como vivienda?

—Lo sentimos, ese piso figura como “cerrado por fallecimiento del titular sin herederos conocidos”.

Clic. Fin de la llamada.

Noche de insomnio

Otra noche sin dormir.

El ascensor volvió a subir a las 03:03 am. Lo escuché abrirse y esta vez no me moví de la cama.

Pero sentí algo. No un frío cualquiera… un frío que sabía mi nombre.

Sé práctico

  • He decidido no volver a usar el ascensor. Subir escaleras fortalece el corazón y reduce la posibilidad de infarto por actividad espectral.

  • También he tapado la botonera del ascensor con cinta aislante. La cruz me estaba empezando a mirar raro.

DÍA 5 — El primer ruido_

Me había prometido a mí mismo racionalizar, no dejarme llevar por la sugestión. Ignorar las voces, los reflejos, los “Requiescat in pace” del ascensor…

“Esto es Madrid, no Salem”, me repetía.

Pero en la madrugada del quinto día, el piso decidió hablar. Y no fue con palabras.

03:03 am

Otra vez esa hora. Siempre esa hora.

Los romanos decían que en la tercera vigilia era cuando se abría la puerta entre mundos. Los madrileños decimos que a esa hora solo pasa el camión de la basura y algún vecino que vuelve borracho del Maderfaker.

Pero lo que oí esa noche no era basura ni resaca. Fue un golpe seco en la pared del dormitorio… corto, directo, como una llamada con los nudillos.

Toc-toc-toc.

Me incorporé. Otro microinfarto y respiración contenida. Parece que se ha ido luz.

Esperé.

Toc-toc… TOC

Ahora más insistente. Como una llamada a mi atención, no a la puerta.

Pensamientos automáticos:

  • “Será el vecino”: pero el del 3ºC está de vacaciones en Benidorm. Lo sé porque me lo repitió veinte veces antes de irse (“yo aquí no me quedo en el puente, que esta finca da yuyu”).

  • “Será la cañería”: aunque no suena a agua. Suena a alguien que quiere pasar al otro lado.

  • “Será el viento”: ¿dentro de una pared medianera?

  • “Será un cuadro mal colgado”: claro, de esos invisibles, que golpean sin estar.

El ruido se traslada

El golpe se detuvo. Me quedé en silencio. Y entonces, el grifo del baño se abrió solo.

Me acerqué a oscuras. El agua salía tibia, perfecta. Pero al tocarla, tuve una sensación extraña, como si algo más frío me tocara a mí.

Me miré al espejo. Todo normal: solo yo, mi pijama… y el reflejo de una sombra que se movió medio segundo después de que yo me moviera.

—¡JA!

Recurro a Google

No busqué “fantasmas Madrid”, ni “pisos embrujados”, ni “poltergeist castizos”.

Busqué: “psicofonías de cañerías + Antonio Grilo”.

Y encontré un vídeo. Casero, mal grabado. Subido por un tal “EspíritusUser666”.

En él, se escucha un sonido muy parecido al que yo oí. Una mezcla de golpe, gemido y eco metálico. Y una voz, casi imperceptible, que susurra algo como:

“No era mi culpa.”

Apagué el móvil. Me metí en la cama y me tapé hasta la nariz. Apreté fuerte el rosario que encontré en la mesilla del dormitorio al mudarme (nota mental: no estaba ahí antes).

Bonus: el papel higiénico

Antes de dormirme, pasé al baño con la linterna del móvil a modo de sable láser.

Algo se había movido. El portarrollos. No el rollo… el soporte entero. Estaba en el suelo, desatornillado. En la pared, alguien había escrito, con lápiz o algo parecido:

“No mires detrás del espejo.”

No miré. No porque sea cobarde… porque soy de Madrid y aquí, si algo no es asunto tuyo… tú a lo tuyo.

Yo, como si nada

  • He dejado el grifo del baño abierto. Prefiero escuchar el agua que el silencio.

  • Mañana me compro una radio a pilas, por si me vuelven a hablar desde la pared… esta vez quiero fondo musical.

DÍA 6 — El tour del horror_

Hoy he descubierto que mi casa sale en las guías. No las inmobiliarias… en las de terror.

Todo empezó esta tarde. Estaba en casa comiéndome un sándwich de atún y ansiedad, cuando escuché voces bajo mi balcón. Muchas. Risas, cuchicheos, alguien imitando psicofonías…

Asomo la cabeza y veo lo imposible: unas 20 personas en semicírculo mirando hacia arriba, como si esperaran al repartidor de Glovo en paracaídas.

En el centro, con micro inalámbrico y mochila con altavoz, un tipo vestido de negro y sombrero fedora narrando con solemnidad:

—Aquí, en el número 3 de Antonio Grilo, se produjo uno de los crímenes más espeluznantes de la historia reciente de Madrid. Un sastre llamado José María Ruiz mató a su esposa, a sus cinco hijos y luego se suicidó. Todo, en este mismo piso. El tercero… D.

Silencio. Los turistas alzan el cuello.

—¿Y ahora quién vive ahí? —pregunta una chica, medio en broma.

—Nadie. —dice el guía con seguridad—. Ese piso lleva cerrado desde 1981.

Yo, con el pan en la boca, los miro desde la ventana.

La señora de la gorra con la frase “I want to believe” me señala y dice:

—¿Ese no es alguien?

El guía duda.

Yo desaparezco del marco.

La multitud aplaude.

Investigación callejera

Bajo al portal. Hay un cartel con códigos QR plastificados colgado en la verja.

Título: “Ruta de los Crímenes de Madrid: de la Inquisición al Sastre de Grilo”.

Incluye un mapa interactivo y reseñas.

¡RESEÑAS!

Entro en el bar Musty, del que ya me he convertido en parroquiano, aún con el café de la mañana en las mesas.

—¿Tú sabías que esto es una parada turística?

—Claro. Cada tarde vienen mexicanos, americanos, hasta un grupo de noruegos vino una vez. Flipan con los crímenes.

—¿Y no avisan a los vecinos?

—A ti no. A los fantasmas sí. Es un acuerdo tácito.

El soborno

A la hora del vermú, me para un tipo frente al portal. Serio. Mochila de cuero y camiseta de “La Ruta de los Misterios”.

—¿Eres tú el del 3ºD?

—Depende. ¿Es legal contestar eso?

—¿Te importaría abrirme el portal? Te doy 100 euros.

Saca un billete arrugado. Pienso: “¿Qué vale más: mi integridad… o unos cascos nuevos con cancelación de fantasmas?”

Al final le digo que no.

El tipo, frustrado, saca un pequeño spray de su mochila, dibuja un pentáculo en el suelo frente al portal y se marcha murmurando en hebreo o arameo.

Lo limpio con la fregona comunitaria. Ya estoy hasta el gorro.

El tour desde dentro

Por la tarde, el grupo vuelve. Pero ahora estoy preparado.

Pongo el móvil en la repisa de la ventana, grabando. Escucho lo que dicen del “último inquilino vivo” y cómo la medium de Cuarto Milenio sintió la presencia de “una niña con toquilla rosa corriendo por el pasillo del 3ºD mientras gritaba ‘Papi, papi’”.

Cuentan que una vez, el ascensor no bajó hasta que no se rezó un Padrenuestro completo en latín. Y que hay un espejo en el baño que muestra imágenes… pero no reflejos.

Me pregunto si me estarán observando.

Y entonces el guía dice:

—A veces, los muertos aún no saben que lo están.

La gente se gira. Un niño me señala. Su madre le tapa los ojos.

Yo cierro la ventana con disimulo.

Sácale partido

  • He entrado en Google Maps y he marcado mi casa como “Lugar cultural”. Si me van a visitar, al menos que me den cinco estrellas.

  • Nota: comprar gorra, gafas de sol y cortina opaca. Estoy harto de ser la Cibeles de lo paranormal.

DÍA 8 — El bar Musty y las croquetas psicofónicas_

El alma de cualquier barrio madrileño no está en sus monumentos, ni en sus plazas: está en su bar. Y el mío es el bar Musty, justo en el bajo del número 3 de Antonio Grilo.

Un local pequeño, de azulejo blanco y servilleteros cromados, donde el tiempo se paró en 1984, justo después de que Mecano dijera adiós a la movida y de que lo paranormal formara parte de la carta.

Musty, el dueño

Musty es de esos hosteleros de raza: voz ronca, camiseta sin mangas y sabiduría secular con aroma a lejía y fritanga.

Hoy he bajado a hablar con él. Ya no podía más. Necesitaba respuestas… o al menos, una caña bien tirada.

—Musty, ¿puedo preguntarte algo?

—Si es sobre el IVA, no. Si es sobre los muertos, adelante.

Directo al grano.

Confesiones entre tapas

Me ha servido una caña y un pincho de tortilla que desafía las leyes de la física.

Le cuento lo del ascensor, lo del espejo, lo de los golpes en la pared, el grifo que se abre solo y el guía turístico que me negó la existencia.

Musty no parpadea.

—Mira, chaval. Esta finca tiene lo suyo. Pero si te digo la verdad…

—¿Me vas a decir que no es para tanto?

—No, te voy a decir que lo peor no es lo que se ve.

—¿Entonces?

—Lo que se oye.

Y ahí me cuenta lo suyo.

Las croquetas que hablan

Una noche, limpiando el local, la mujer de Musty se puso a fregar la plancha y escuchó una voz suave que venía del microondas apagado. Una voz infantil. Que decía:

—“Papi…”

…con el mismo tono exacto que yo vi escrito en el espejo.

Después de eso, cada vez que fríen croquetas, el aceite burbujea con algo que suena vagamente a susurros.

—El otro día me pareció escuchar que decían “villalba”, “quinielas” y “sastre”. Pero puede que fuera el transistor… lo tengo estropeado desde 2002.

La anécdota de la trastienda

Musty duerme a veces en el almacén. Tiene un catre, una radio y una mantita del Atleti.

Me dice que una noche, se levantó al baño y vio una figura pasar por el bar, de espaldas, como una sombra.

Cuando se asomó a la barra, los sifones de cerveza estaban abiertos solos. Y en el espejo de la máquina del tabaco apareció una frase escrita con vaho:

“3 de mayo cae en el día.”

Le pregunto si sabe qué significa. Dice que no. Pero que desde entonces, no trabaja los días 3 de ningún mes… ni acepta billetes de 100 euros (“por si acaso”).

Filosofía castiza

—Pero… ¿y tú cómo lo llevas, Musty? ¿No te da miedo?

—Miedo da Hacienda. Esto son recuerdos con mala leche.

—¿Y por qué nadie hace nada?

—Porque Madrid es así. Aquí, cuando algo chirría, pones la radio más fuerte.

¡JA! Definitivamente, necesito un transistor.

Invita la casa

Antes de irme, me ofrece unas croquetas de jamón.

—Estas están recién hechas. Pero si alguna te habla… escúpela. Será de la tanda anterior.

Cañas paranormales

  • He decidido almorzar más en casa. Aunque en el fondo me tranquiliza saber que los espíritus del 3ºD también bajan a tomarse una caña de vez en cuando.

  • Nota mental: revisar si mi microondas emite frases latinas o solo recalienta. Y nunca abrirlo a las 03:03.

DÍA 9 — Junta de vecinos_

En toda comunidad encantada hay un fantasma principal: la presidenta vitalicia, con carpeta de anillas. Este ente suele tomar forma humana en un aquelarre denominado “junta de vecinos”.

En mi edificio, el número 3 de Antonio Grilo, esa junta se celebró ayer, en el rellano, entre la papelera de la publicidad y un extintor que no parece haber sido revisado desde el Mundial del 82.

La presidenta

Doña Virtudes. Edad indeterminada. Pelo azul metálico. Chaqueta de punto aunque haga 38º.

Lleva siendo presidenta desde antes de la Ley de Propiedad Horizontal y por unanimidad (porque nadie ha tenido narices de quitarle el puesto).

Cuando llegué al rellano con mi bloc de notas y un bolígrafo, me miró con desconfianza:

—Ah, el del 3ºD. El nuevo.

—Sí. He traído propuestas para…

—Aquí no se propone. Aquí se sobrevive.

Orden del día

  1. Malos olores en el cuarto de contadores.

  2. Pintura del portal desconchada.

  3. Ruidos inexplicables en la madrugada.

  4. Un par de apariciones menores (sin lesiones).

  5. Propuesta de nuevo sistema de cámaras de seguridad.

  6. Solicitud de exorcismo comunitario.

  7. Ruegos y preguntas.

Mi propuesta

—Perdonen, vecinos. Quería proponer instalar cámaras de seguridad en los rellanos. Para… bueno… documentar los fenómenos, prevenir ocupas del más allá y tener pruebas si vuelve a sonar el ascensor sin que nadie lo llame.

Silencio.

Doña Virtudes me mira. El del 2ºB se santigua.

La del 1ºD, que está convencida de que es médium desde que le hablaron las lentejas, levanta la mano:

—Y si las cámaras graban algo que no queremos ver… ¿quién lo borra?

—¿El administrador? —digo yo.

—No. Él se fue en 2004. Desapareció. Solo dejó una nota: “He visto cosas”. No volvió a firmar un acta.

Otros puntos destacados

  • El vecino del 4º que no existe, pero tiene correspondencia.

  • Una vecina del primero jura que el espejo del ascensor le guiñó un ojo.

  • La señora del 2ºB asegura que alguien llama a su puerta desde dentro.

  • Se decide posponer la instalación de cámaras “por si se arma la de la ouija”.

  • En cambio, sí se aprueba comprar ambientador de pino para el portal.

El exorcismo (propuesta denegada)

Yo insistí:

—¿Y si pedimos una limpieza energética? Un sacerdote. O un chamán. Lo que sea. Por probar.

Virtudes se ajusta la chaqueta, se levanta y dice con voz grave:

—Ya vino un cura. En el 62. Salió llorando.

—¿Y desde entonces?

—Aquí se vive con respeto. Y si se aparece alguien… se le saluda y se le da los buenos días.

Votación:

  • A favor del exorcismo: 1 (yo).

  • En contra: 6.

  • Abstención: 1 (la señora del 1ºA, que siempre duerme en la reunión).

Resultado: exorcismo rechazado.

Cierre de la junta

La junta termina con un aplauso tibio. Doña Virtudes cierra su carpeta, me mira y dice:

—Si quieres sobrevivir en este edificio, aprende esto:

—Lo que suena, no existe.

—Lo que ves, no se comenta.

—Y si hueles algo raro… es la bajante del 2ºB.

Tomaré medidas

  • Me he comprado incienso, una cruz de San Benito y una copia de los estatutos de la comunidad.

  • A partir de ahora, cuando escuche un ruido raro, tomaré nota… y lo llevaré como “ruego” al próximo trimestre.

DÍA 10 — El cajón_

Hoy me he levantado poseído… por el espíritu de Marie Kondo. He decidido ordenar. Purificar. Buscar paz interior entre trastos ajenos.

Qué ingenuo. En el 3ºD, cuando algo “no da alegría”… no se tira. Se esconde.

El armario del dormitorio

Nunca le había prestado demasiada atención. Un armario antiguo, de madera de nogal, con espejo central y dos alas laterales. Típico de abuela coleccionista de reliquias.

Hasta hoy solo había abierto el lado izquierdo, donde guardo mis camisas (todas iguales, porque soy hombre). El lado derecho siempre estaba duro, atascado, como hinchado por la humedad o por el resentimiento acumulado.

Esta mañana, por alguna razón, cedió.

El dichoso cajón

Dentro, varias mantas dobladas con olor a naftalina. Un rosario, tres postales sin sello, una estampita del Sagrado Corazón… y abajo del todo, un cajón de madera carcomida que crujía solo con mirarlo.

Intenté abrirlo. Nada.

Tiré fuerte. Saltó, literalmente, y cayó al suelo con un golpe sordo.

Dentro, envuelto en papel cebolla amarillento, estaba el horror.

Una toquilla rosa. Y dentro… una muñeca.

No de las modernas. No de esas que cierran los ojos y dicen “mamá”. No. Una muñeca de porcelana de 1930, con cara inexpresiva, ojos fijos de cristal… y la cabeza ligeramente ladeada como si escuchara cosas que no quieres saber.

Y en el borde de la toquilla, bordado a mano:

“Para Laurita. Mayo del 51.”

Intenté racionalizar:

“Una muñeca antigua. Una reliquia sentimental. Cualquier cosa menos lo que parece.”

Entonces, el móvil se encendió solo. Pantalla negra. Solo una frase:

“¿Te gusta mi regalo?”

Llamadas sin respuesta

Marqué a Musty. No lo cogió.

Llamé a la señora del 2ºB. Saltó el buzón con el Ave María como tono.

Abrí el grupo de WhatsApp de la comunidad. (Nombre: “Vecinos Grilo 3. Vivos o muertos”).

Escribí:

“¿Alguien conoce a una tal Laurita? Encontré una muñeca suya en mi armario.”

Solo recibí un GIF de Chucky bailando y un emoji de fantasma.

Buscando a Laurita

Esa tarde bajé a la hemeroteca digital. Busqué entre registros antiguos. Y allí estaba. Una nota breve, enterrada en un diario de 1951:

“Se ruega información sobre la pequeña Laura Ruiz, de cinco años, desaparecida en el barrio de Universidad. Se sospecha que pudo haber sido sustraída por un familiar directo. Última vez vista: en el portal de la calle Antonio Grilo, 3.”

La misma dirección. El mismo año bordado en la toquilla.

El espejo del armario

Volví a casa. Dejé la muñeca donde la encontré y cerré el cajón.

Justo antes de irme, vi algo en el espejo del armario.

No mi reflejo. No la habitación. Vi un pasillo oscuro, lleno de puertas abiertas. Y al fondo, una niña de espaldas, con toquilla rosa, que murmuraba:

—“Papi…”

Entonces, el espejo volvió a mostrar mi cara.

Y por primera vez en mi vida, me asusté de mí mismo. Porque tenía una sonrisa que no recordaba haber puesto.

—¡JA! ¡JAJA! ¡JAJAJA!

• el Maldito armario

  • He metido la muñeca en una caja, la caja en una maleta y la maleta en el fondo del trastero.

  • Y encima he puesto los libros de Derecho Tributario, que según Musty, espantan cualquier cosa viva o muerta.

DÍA 11 — Me da igual que la casa esté maldita, no puedo ducharme en frío_

Hoy he tocado fondo. Y no hablo del plano espiritual… hablo del fondo de la bañera, donde he estado encogido quince minutos, tiritando, con los pezones como faros antiniebla y la esperanza de vida en pausa.

El detonante

Todo empezó esta mañana, cuando decidí armarme de valor y darme una ducha, tras tres días huyendo del baño por culpa de:

  • El espejo.

  • El grifo que gotea mensajes.

  • Y la sensación de que alguien respira detrás de la cortina.

Hoy dije:

“Se acabó. Me ducho. Como Dios (o Satán) manda.”

Abrí el agua. Esperé… Esperé más.

Nada. Agua helada.

Giré la llave del termo. Nada.

Toqué el calderín. Estaba más frío que la nariz de un esquimal.

Reacción en cadena

Lo que pasó a continuación no fue miedo, fue cabreo.

Grité al aire, al techo, al espejo. Grité algo así como:

—¡Mira espíritu, ente, demonio, Laurita o quien seas! ¡ Los vivos tenemos derechos y uno de ellos es salir de la ducha sin castañetear los dientes! ¡Puedes mover muebles, abrir grifos, hasta colarte en mis sueños! ¡PERO NO ME QUITES EL AGUA CALIENTE! ¡HASTA AQUÍ!

El espejo… se empañó. Sin agua caliente. Sin vapor. Y en el vaho apareció escrita, una palabra:

“Negociemos.”

El pacto

Encendí incienso (marca blanca, pero eficaz). Encendí tres velas, una a cada lado del lavabo y otra en la tapa del váter. Y me senté a negociar.

—¿Qué quieres? —dije al aire.

—[Silencio]

—¿Es por Laurita? ¿Por el espejo? ¿Por las croquetas del Musty?

—[Goteo inquietante]

—¿Quieres que me vaya? ¿Que deje el piso? ¿Un ritual de paso?

—[Un golpe en la pared. Luego otro. Luego… el agua caliente comenzó a salir. Solita.]

La ducha más intensa de mi vida

No sé si fue el agua caliente o la adrenalina, pero sentí que me estaba duchando con algo más que agua. Como si cada gota me estuviera mirando… como si alguien dijera: “Vale, pero date prisa.”

Canté, por si acaso. “Resistiré”, de El Dúo Dinámico… por si estaban escuchando.

Un regalo inesperado

Al salir de la ducha, me encontré un sobre en el felpudo, sin remitente.

Dentro, un vale manuscrito que decía:

“Bonificación: vale por 7 duchas calientes.

Condición: no abras más cajones.”

Firmado: “La Propiedad”.

Lección aprendida

  • He aprendido que en esta casa, lo paranormal tiene límites… y el agua caliente es uno de ellos.

  • A partir de ahora, cada ducha será una ceremonia. Con incienso, cántico y quizás un rosario de propina.

DÍA 12 — El cura del cuarto_

Llevo casi dos semanas viviendo en el 3ºD y me creía conocedor de todos los personajes de esta tragicomedia: la médium de las lentejas, la presidenta eterna, el bar Musty con croquetas sobrenaturales… Pero lo que no sabía es que en el cuarto interior del primer piso vive un cura. Y no uno cualquiera, uno que se retiró “por salud” después de un exorcismo que salió regular.

El encuentro

Me lo crucé en el patio de luces, regando una planta marchita con agua bendita. Llevaba bata marrón, pantuflas y una cruz al cuello del tamaño de un abrelatas.

Ojos claros, mirada directa, voz templada de quien ha dado muchas misas… y ha callado muchas cosas.

—Tú eres el del 3ºD.

—Sí, padre. ¿Cómo lo sabe?

—No hace falta saber. Solo escuchar.

Silencio incómodo. Yo, con las llaves en la mano como si eso sirviera de crucifijo moderno.

—¿Le molesta si le hago una pregunta personal?

—Adelante, pero ya no prometo secreto de confesión.

La conversación

Nos sentamos en el descansillo, con café soluble en vasos de plástico.

Le conté lo que ya sabes: el ascensor, la muñeca, los susurros, las duchas negociadas con el más allá… Él solo asentía, como quien escucha una historia mil veces contada.

—¿Usted cree en todo esto?

—Yo he visto cosas que harían temblar al Vaticano.

—¿Y no se asusta?

—Hijo, yo he trabajado con feligreses de tres parroquias y dos juntas de monjas. El infierno ya me llama de usted.

Su historia

En 1980, fue enviado como joven sacerdote auxiliar a la parroquia de San Andrés.

Una noche, un matrimonio del barrio lo llamó desesperado: algo pasaba en la casa del número 3 de la calle Antonio Grilo.

—Decían que el niño hablaba con alguien en la cocina… y contestaba en latín.

—¿Y qué hizo usted?

—Subí. Entré, recé y sentí… algo.

—¿Y?

—No he vuelto a dormir bien desde entonces.

Le pregunté si había hecho un exorcismo.

Me miró fijo.

—¿Tú sabes qué es un exorcismo de verdad?

—No.

—Es limpiar una casa de algo que no quiere irse. Y a veces… tampoco quiere que tú salgas.

El consejo

Antes de irse, me dio una hoja vieja, arrancada de un misal. En ella, una oración manuscrita:

“San Benito, guía de los que no ven, protector de los que no entienden, abre la puerta y cierra el eco.”

—Léela cuando sientas que no estás solo.

—¿Funciona?

—No siempre. Pero consuela, que es casi lo mismo.

El amuleto

Antes de despedirse, me dio una pequeña medalla.

—¿Esto es una protección?

—No. Es mi ficha del bingo de la parroquia.

—¿Cómo?

—Pero tiene el rostro de San Benito. Así engañamos al Mal… y al sacristán que reparte los premios.

Y se fue, arrastrando las pantuflas por el pasillo, tarareando lo que juraría que era "Bamboleo" en gregoriano.

Eso que me llevo…

  • Hoy he conocido al primer ser humano de esta casa que inspira respeto en vez de miedo.

  • He colgado la medalla del cura en la ducha. Si con eso consigo agua caliente sin invocar demonios… ya vale su peso en incienso.

DÍA 14 — Se escuchan psicofonías… Pero con acento de Zamora_

Hoy ha sido un día raro. Y eso que, después de muñecas en cajones, juntas de vecinos con puntos de exorcismo, croquetas que gimen y espejos que no devuelven tu cara, creía que ya nada podría sorprenderme.

Pero esta casa siempre se guarda un as en la manga… y esta vez ese as venía con boina, voz nasal y cierta obsesión con la matanza incluidas.

Todo comenzó con la grabadora

Me dio por hacer un experimento. Siguiendo el consejo del cura del cuarto, decidí dejar el móvil grabando durante la noche. Lo dejé en la cocina, junto a la muñeca de Laurita (sí, la devolví a su cajón, pero ella insiste en salir a estirarse).

Al día siguiente, revisé el audio esperando susurros infernales, lamentos espectrales o alguna risa psicótica. Pero no. Lo que escuché fue:

—“¿Y la morcilla la has colgado o la has dejado sudar encima del hule?”

—“¡Que te digo que la casquería de la plaza no abre los lunes, Julián!”

—“Vete tú a decirle eso al cochino, que en paz descanse.”

El descubrimiento

Al principio pensé que eran voces de la radio, que se había encendido sola. Pero luego escuché un murmullo más bajo:

—“Aquí huele a gas, Julián. Díselo al sastre.”

—“¿Y pa’ qué? Si ya está muerto.”

Pausa.

—“¡Pues díselo al nuevo!”

—“¿Al que tiene el baile de San Vito?”

—“Sí, al flojito.”

Flojito.

Yo.

Reflexión inevitable

Vamos a ver.

— Tengo psicofonías.

— Pero son cotidianas.

— Y encima tienen acento zamorano.

¿Qué significa esto? ¿Que hay fantasmas que siguen haciendo la compra mental? ¿Que en el más allá también se habla del mercado de abastos? O peor: ¿que he entrado en una dimensión paralela donde solo hay jubilados charlando sin parar?

El misterio de Julián y Teresa

Empecé a tirar del hilo. Busqué en hemerotecas y en registros vecinales antiguos. Y ahí estaban:

  • Julián y Teresa, matrimonio natural de Toro (Zamora), vivieron en el 3ºC hasta 1962.

  • Julián era portero de la finca y Teresa, costurera.

  • Fallecieron con una semana de diferencia. Uno en el hospital, la otra en casa.

  • En el libro de defunciones aparece una nota curiosa: “Dejaron dicho que seguirían en casa... ‘por si alguien pedía judiones de Sanabria’. “

Llamada a Musty

Esto no podía guardármelo.

—Musty, creo que tengo fantasmas zamoranos.

—¿Hablan mucho?

—Sí.

—Entonces no son fantasmas, son jubilados.

—Pero… están muertos.

—¿Y qué cambia eso? Muerto… jubilado de la vida… aquí en Grilo hay muertos más vivos que tú y yo juntos.

Grabación paranormal

He subido la grabación a un grupo de investigación paranormal que encontré en internet. El admin, nick: “SéptimoSello33”, me ha escrito emocionado:

—¿Dónde lo grabaste?

—En mi cocina.

—Esto no es una psicofonía.

—¿No?

—¡Esto es la primera prueba sonora del “fenómeno de la posvida cotidiana”!

—¿Y eso qué es?

—¡Fantasmas que no se enteran de que han muerto y siguen con su rutina!

—O sea… zamoranos con mucho tiempo libre.

—Exacto.

Ante todo, hospitalidad

  • He dejado un par de sillas en la cocina, por si vuelven Julián y Teresa. He pensado que, ya que están, les puedo poner el parte del tiempo en Zamora o alguna copla en la radio.

  • Y si les apetece hablar… yo escucho. Pero eso sí: que no me despierten a las tres con lo de la morcilla.

DÍA 16 — Viene la televisión_

Esta mañana me despertaron golpes en la puerta. No tres como siempre. Veinte. Acompañados de una voz nasal y adulteradamente optimista:

—¡Hola! ¿Es usted el inquilino del 3ºD? ¡Somos de la televisión!

Me asomé en pijama. Delante de mí: una reportera de sonrisa inoxidable, un cámara con camiseta negra y cara de resaca y una tercera figura bajita cargada con cables, trípodes y ojeras.

—Venimos de “Misterios Ibéricos”, de la TDT.

—Estamos haciendo un especial sobre casas malditas de Madrid.

—La suya, gracias a usted, está arrasando en redes.

Yo, sin café ni dignidad y con la sudadera del Decathlon:

—Pasad. Total, el Mal ya vive dentro.

El rodaje

Montaron luces, micros y una especie de antena que medía “frecuencias extrañas”.

A mí me pusieron una base de maquillaje color ladrillo. El cámara me dijo: “Es protocolo. Si apareces pálido, la audiencia no empatiza”.

La presentadora, sonriente:

—¿Qué se siente al vivir con presencias?

—Depende. ¿Presencias humanas o del más allá? Porque la presidenta de la comunidad da más miedo que el espejo del baño.

—¿Y ha oído voces?

—Sí. Con acento zamorano. Piden morcillas.

—¿Cree que corre peligro?

—Solo si se acaba el agua caliente.

El momento Ouija

El momento estelar fue la conexión en directo con una medium profesional, vía Skype, desde su piso en Alcorcón. Se llamaba Montse, pero en el programa era “Madame Montsèl”.

Ella pidió silencio, se concentró, y dijo:

—Aquí hay una niña. Tiene frío. Y quiere hablar.

—¡No la toques, Montse! —gritó la reportera, muy metida en su papel.

—¿Laurita? —pregunté yo.

Silencio. La luz parpadeó. El ascensor sonó solo. El cámara dijo “¡hostiaaas!”.

Y Madame Montsèl murmuró:

—Ha dicho “papi”.

Y luego:

—También pregunta por la Lotería del Niño. Dice que juegan al 12.349.

El corte informativo

Al rato, vino otra reportera. Esta vez del programa "Madrid Directo”.

—Queremos enfocar más lo humano, ¿vale? Menos miedo, más barrio.

Le conté lo del bar Musty, lo de la croqueta parlante, lo del cura del bingo, lo de la junta vecinal… Ella lloraba de risa.

—¡Esto es oro! ¡Vamos a titularlo “Malasaña: el otro barrio”!

me explota el móvil

Después del reportaje, me llamaron:

  • Una editorial que quiere que escriba “Memorias de un piso encantado”

  • Una web de reclamación que me ofrecía “compensaciones por daños espirituales”

  • Un influencer de TikTok que quería grabar un vídeo desde el baño “para ver si se le mueve el pelo solo”

  • Y Musty, desde el bar:

—Te has convertido en el Casper de Madrid, chaval. ¿Qué se siente?

El detalle de pureza

Por la noche, me miré en el espejo. Había una nota escrita en vaho, como siempre. Esta vez decía:

“Tú sí que vales.”

Firmado: Laurita. Con un corazón al lado.

Celebridad de barrio

  • Hoy no sé si soy un inquilino atormentado, una celebridad paranormal o simplemente el nuevo entretenimiento de una niña fantasma con WiFi.

  • Pero si ya sale en televisión… esto empieza a parecerse peligrosamente a la vida normal en Madrid.

DÍA 21 — Se vive bien entre muertos educados_

Han pasado veinte días desde que me mudé al 3ºD de Antonio Grilo… y si me lo hubieran contado antes, no me lo habría creído. Ahora puedo decirlo sin temblar (ni de miedo ni de frío): me gusta vivir entre espíritus. 

A estas alturas, ya no sabría decir si los muertos me toleran… o si yo me he muerto un poco también. Pero lo cierto es que hemos llegado a un pacto no escrito, una especie de entendimiento silencioso y práctico que ya quisieran muchas comunidades de vecinos del centro.

Aquí nadie da portazos. Nadie deja la basura fuera del cubo. Nadie pone reguetón a las tres de la mañana… y si lo hacen, es psicofónicamente y a un volumen muy razonable.

Una ayuda discreta

El otro día se me olvidaron las llaves puestas por dentro. Me temblaba todo pensando en llamar al cerrajero a las doce de la noche… Pero al llegar, la puerta estaba entreabierta y en el felpudo, una notita escrita con letra antigua:

“No hace falta que pagues 300 euros por un despiste. Aquí nos ayudamos.”

Firmado: “Julián, el portero (ahora más etéreo que titular).”

Tareas compartidas

El ventilador del baño, que lleva años muerto (el ventilador, no el baño), ahora se activa solo cuando me ducho. Mientras, el espejo me habla como un coach espectral y me escribe frases motivacionales. Hoy me decía:

“Eso es, campeón. Cuarenta grados no son excusa para oler a sopa. Hoy va a ser un buen día.”

Y yo le he sonreído.

Las plantas del balcón —que ya estaban condenadas— ahora reviven cada madrugada. No sé quién las riega. Supongo que Teresa, la antigua costurera, que en la psicofonías me pide que le deje puesta Radiolé en el transistor… mientras discute con su marido por si el cocido lleva repollo o no.

Y una vez a la semana, cuando saco la ropa del tendedero, huele a jabón Lagarto… aunque yo use cápsulas del súper. Mi jefa dice que el olor de mis camisas le recuerda a su querida abuela y me ha hecho contrato fijo, por los buenos recuerdos.

Los Detalles importan

Un día no encontré mi cartera. La busqué durante horas y al final apareció… dentro de la nevera, con un papelito:

“Te he escondido la tarjeta para que no pidas comida otra vez. Hoy toca lentejas. Tienes el bote al fondo del armario. —L.” L de Laurita. La fantasma niña.

Ahora se encarga de mis finanzas… con mano firme pero comprensiva. Como una madre primeriza del más allá.

Gente viva, ¡mucho peor!

La otra noche vinieron unos amigos a casa. Tres, vivos, madrileños… Uno de ellos con vozarrón de gin-tonic y una teoría sobre el comunismo que no pidió nadie.

Estaban en el salón, hablando fuerte, tirando migas, subiendo el tono… y, sin previo aviso, se fue la luz y la radio se puso sola.

Uno gritó. Otro se tropezó con la muñeca. El tercero dijo: “Esto es por lo del porro, ¿verdad?”

Cuando se fueron, la luz volvió. Y en el espejo, una frase:

“Mejor solos que mal acompañados.”

Y debajo, en letra más pequeña:

“Los de antes sabíamos estar. —J y T”

Una comunidad real

Aquí hay reglas, pero no están escritas en papel. Están en los detalles, en los silencios, en el respeto mutuo…

Antes, cuando vivía en mi anterior piso —ese de paredes de pladur y vecinos con altavoces JBL colgando del cuello—, el silencio era un lujo. Aquí no se oyen tacones, no hay discusiones por la terraza y nadie te pide que bajes la voz… porque ya saben cuándo necesitas paz.

Es una comunidad de verdad, con su historia y sus presencias, sí… pero también con su educación, su ternura y su humanidad (póstuma, pero muy viva).

Esta, nuestra comunidad

Después de veinte días aquí no sé si estoy perdiendo el juicio o ganando perspectiva, pero esta casa tiene algo que no se encuentra en otras: una comunidad de vecinos donde nadie te juzga, ni siquiera desde el más allá.

Lo tengo claro: prefiero vivir con muertos que sabían vivir… que con vivos que no saben convivir.

Aquí nadie te interrumpe, nadie te grita y nadie te juzga por comerte una fabada en agosto. Hay comprensión, no presión. Hay compañía, pero sin invadir.

Y sobre todo, hay algo que escasea en Madrid: una buena comunidad. Aunque algunos ya no estén en esta vida, siguen sabiendo lo que es ser buen vecino.

DÍA 21 — ya soy uno más_

Esta mañana me he despertado antes de que sonara el despertador. El piso estaba en silencio, pero no ese silencio tenso de los primeros días, no… un silencio amable, de confianza.

El sol entraba por las rendijas de la persiana como si conociera ya todos los rincones y, sobre la mesa de la cocina, una taza de café recién hecho. Sin manos que lo hubieran preparado, sin notas explicativas… solo el vapor subiendo, tranquilo. Como diciendo: “Hoy sí.”

La carta

Bajo la taza, una hoja de papel doblada. No amarilla, ni envejecida… nueva. Y en ella, una caligrafía firme y precisa:

“Querido inquilino,

Gracias por entender que esta no es una casa encantada, es una casa con memoria. Y tú has sabido escucharla sin asustarte, sin invadirla y sin negarla.

Te has ganado un sitio aquí. Como todos nosotros.

Bienvenido a la comunidad.

Firmado: La Propiedad.”

La decisión

Hoy tenía pensado irme. Hace semanas me dije: “Aguantas tres semanas y buscas otra cosa.” Pero ya no. No por resignación, sino porque me he acostumbrado a este tipo de convivencia, a que me cuiden sin hacer ruido.

Aquí, en esta casa maldita de Antonio Grilo, hay más humanidad que en muchos pisos recién reformados.

Hoy he entendido que esta no es una historia de miedo. Es una historia de aprendizaje, porque me recuerda lo que debería ser un hogar. Porque, como dice el espejo de mi baño al terminar cada día:

“Aquí no asustamos. Aquí recordamos.”


Fotografía de Antonio Machado. Historia de Madrid

Antonio Machado Ruiz (Sevilla, 26 de julio de 1875-Colliure, 22 de febrero de 1939)

La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos
— Antonio Machado


¿Cómo puedo encontrar el número 3 de la calle antonio grilo en Madrid?