revive la música del madrid de los villancicos


El villancico surgió como una composición poética escrita, en el siglo XIII, durante la Edad Media. Se trataba de composiciones vocales, escritas para ser cantadas por un coro y un solista, inspiradas en textos de temática rural, pero que no siempre iban acompañadas de instrumentos. Con esta forma las encontramos en las Cantigas de Alfonso X “el Sabio”, pero con nombre diferente al de villancico: cantiga de estribillo.

Originalmente no estuvieron ligadas a la Navidad como tal, sino que estas canciones populares trataban todo tipo de temas como los amores, la muerte, las cosechas, etc. Se trataba de una manera de recoger los principales hechos de una comarca que, a modo de tradición oral, cantaban sus habitantes.

En cualquier caso, estos poemas tuvieron un gran éxito en su momento y constituyeron uno de los tres principales géneros de la lírica española popular, junto con las cantigas y las jarchas mozárabes.

Durante los siglos XV y XVI, en pleno Renacimiento, se difundieron por toda España y fueron recogidos en los cancioneros populares, gracias a la labor de autores notables como Juan del Encina, Mateo Flecha, Gaspar Fernandes, Francisco Guerrero o Pedro de Escobar, hasta convertirse en la forma más abundante de canción lírica.

El villancico se convirtió, a mediados del siglo XVI, en santo y seña de ciertos círculos dentro de la Iglesia ya que sus letras permitían una enseñanza de los evangelios y de todo aquello que el protestantismo cuestionaba.

La Contrarreforma, que tanto Carlos V primero como Felipe II después llevaron hasta las últimas consecuencias, sirvió para defender la “verdadera” fe, luchando contra el anglicanismo, el luteranismo y el calvinismo.

Para ello, las monarquías católicas europeas no sólo se esforzaron en controlar la gran política de sus reinos, a través de las guerras, los matrimonios concertados o la diplomacia… también quisieron supervisar lo cotidiano, aquello que sucedía en las casas, en las calles, las costumbres de la gente que formaban la sociedad de la época.

La iglesia descubrió en el villancico una fórmula perfecta para difundir y propagar su mensaje entre las gentes del pueblo.

Hasta entonces, las misas y maitines, con sus salmos, antífonas, lecciones y responsorios se realizaban en latín, como prescribía la liturgia romana. No hay que olvidar, además, que en aquella época la lengua culta, la que hablaban reyes, príncipes y clases altas, era el latín, siendo esta totalmente desconocida para el pueblo llano.

Los villancicos, por su parte, se cantaban en lenguas romances como el castellano, comprensible para las clases sociales más humildes, lo que servía para enseñar el evangelio al pueblo, no sólo en su idioma, también de manera pegadiza y alegre.

Poco a poco los villancicos se fueron transmitiendo, con el beneplácito de la Iglesia… si bien, los sectores eclesiásticos más elevados no terminaron de verlos con buenos ojos, al considerarlos responsables de la vulgarización de los mensajes religiosos. A pesar de ello, el éxito de estas composiciones fue arrollador, lo que llevó a la jerarquía eclesiástica a oficializarlas y a permitir que los villancicos de temática religiosa se fueran interpretando poco a poco en las iglesias como parte de la liturgia.

Poco a poco estas composiciones populares comenzaron a formar parte de las festividades religiosas, siendo la Navidad la celebración en las se hicieron más populares.

En el siglo XVII, la importancia social y multidimensionalidad artística a través de la poesía, la música, la danza y el teatro consiguieron hacer de el villancico navideño un género conocido, apreciado y disfrutado por todos.

Contar con unos buenos villancicos llegó a tal la importancia que las oposiciones a Maestro de Capilla de una iglesia o catedral pasaron a consistir en musicalizar una serie de textos de villancicos ofrecidos al compositor.

Poco a poco, las catedrales ricas comenzaron a costear la impresión de los textos de sus villancicos, en un principio como mero recuerdo de la fiesta, pero después, ya pasada la segunda mitad del siglo, con objeto de que el público asistente a las festividades pudiera seguir y comprender lo que se estaba cantando, de manera que también pudieran cantarlos.

Se sabe que la aglomeración de gentes de todo tipo abarrotaba catedrales y parroquias hasta el punto de invadir el coro en el que se cantaban y representaban los villancicos, llegando a contar con actores y bailarines para la escenificación de los mismos.

Mateo Romero, Carlos Patiño, Juan Hidalgo, Joan Cererols y Miguel de Irizar compusieron bellos villancicos en el estilo característico del siglo XVII, con sus ritmos ternarios muy sincopados y el uso inexcusable del bajo continuo.

Al margen de las iglesias, el villancico también se convirtió en un fenómeno social de las fiestas navideñas. Su carácter popular se trasladó a las letras, en las que las gentes trasladaban su visión, ideología y filosofía de vida, cargando las tintas literarias en la imaginería popular de la época, sobre todo tema candente de la calle, personalidades, personajes de la vida pública y de la vía pública, sobre todas las clases sociales, los marginados, los extranjeros, sobre todas las profesiones y procedencias... pero también las alabanzas al Niño Jesús, recién nacido. Se trataba de la expresión de un mundo y una época vista con aire de fiesta, de jácara, de burla, entre las que convivían verdades y mentiras, pero sobre todo la sátira propia de la España del Siglo de Oro.

El paso del siglo XVII al XVIII representa el apogeo barroco español en el campo del villancico, con autores como Sebastián Durón, Antonio Literes, fray José Vaquedano, Miguel Ambiela, Antonio de Yanguas, Jerónimo de Carrión, Rodríguez de Hita, Manuel Mencía, Melchor López, Joaquín García y el ilustre Padre Soler,

Con el tiempo, los religiosos más puristas comenzaron a repudiar la teatralidad y el carácter de los villancicos porque consideraban que "distraían a los oyentes de la devoción”.

En 1750, el rey borbón Fernando VI ordenó que no se cantasen más villancicos y que en su lugar se interpretaran “responsorios” compuestos por su maestro de capilla, Francisco Corsello.

A finales del siglo XVIII, los antiguos villancicos cultos fueron poco a poco fundiéndose con otros géneros, como la tonadilla escénica, y mucho más tarde con la zarzuela.

Así, el villancico volvió a abandonar la zona culta y regresó a las clases populares. Posteriormente, en el siglo XIX, se consolidó como género navideño por excelencia cantado en las calles e iglesias, donde desde entonces sigue gozando de gran prestigio.

Hoy día el villancico es sinónimo de celebración navideña, sus letras hacen siempre referencia a la Natividad de Jesús, a los pastores, a la llegada de los Reyes Magos… y desde luego, a más de seiscientos años de historia transmitida de generación en generación por todo el mundo.

 
 

 

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