Trincheras de la memoria

Torreta defensiva de la Guerra Civil en Madrid

Torreta defensiva de la Guerra Civil. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

Fortificaciones de la Guerra Civil: restos de la vergüenza

Cada tarde, el madrileño Parque del Oeste se convierte en uno de los lugares más encantadores y dinámicos de la capital: niños que juegan al salir del colegio, deportistas completando su rutina de ejercicio, enamorados disfrutando de una de las mejores vistas de Madrid al atardecer… pero, ¿son en realidad conscientes de que bajo sus pies se esconde uno de los campos de batalla más cruentos y duraderos de la Guerra Civil en nuestro país? Y es que, hace 86 años, en este mismo lugar, se ubicaron las trincheras y fortificaciones desde las que el ejército franquista asedió durante tres años al republicano, apostado en el barrio de Argüelles y en la Ciudad Universitaria.

La Guerra Civil Española es el conflicto bélico más estudiado de la historia, después de la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez en una contienda los medios de comunicación masivos como el cine sonoro, los noticiarios documentales y especialmente la radio, convirtieron la propaganda en una nueva y poderosa herramienta de lucha para ambos bandos.

La Guerra en España no sólo sirvió de banco de pruebas para nuevos armamentos (se mejoró el fuego de mortero) y tácticas militares (Madrid fue la primera ciudad en la historia bombardeada desde el aire), también lo fue para ensayar nuevos sistemas de fortificación, nunca antes empleados en zona de conflicto.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918), conflicto inmediatamente anterior a la Guerra Civil Española, fue básicamente una guerra de trincheras. Los ejércitos oponentes habían permanecido durante meses enfrentados en mitad de extensos territorios que, o bien habían sido fortificados previamente, o bien se fortificaban en pocos días mientras se desarrollaba la batalla.

La lucha pues se realizaba en largos frentes paralelos, con frentes de trincheras de gran longitud y varias líneas de alambrada en campo abierto.

Si una de las dos tropas se mostraba más fuerte que la contraria, avanzaba sobre el territorio. Por el contrario, si ambas fuerzas se encontraban equilibradas, permanecían en el frente de combate a una cierta distancia entre sí.

Pasado el tiempo, y al no poder avanzar, ambos ejércitos comenzaban a mejorar sus posiciones, lo que estancaba aún más la lucha y provocaba un enorme desgaste material y humano, pues ambos bandos entendían que el conflicto iba para largo.

Era entonces cuando comenzaban a llegar provisiones a los frentes y a mejorarse las posiciones instalando desagües para las trincheras, tabicando sus muros y protegiéndolos de los ataques aéreos y de artillería mediante cubriciones o refugios subterráneos.

Al no poder permanecer constantemente en primera línea de batalla, los diferentes bandos comenzaban a localizar los mejores lugares para la instalación de nidos de ametralladora y morteros, que debían permanecer en posiciones elevadas y protegidas.

Estos puestos, al principio construidos con simples sacos de tierra, troncos, ladrillos o piedra, acabaron con el tiempo convirtiéndose en elaboradas construcciones de hormigón armado que solían construirse de noche, para ocultarse del enemigo que acechaba, y sin maquinaria, para no alertarlo.

El último paso en la construcción de una línea de fortificaciones consistía en el refuerzo de la retaguardia, con objeto de contener una hipotética rotura del frente y poder proteger los suministros para los soldados.

Al estallar la Guerra Civil Española en 1936, las armas habían evolucionado y el uso sistemático de ametralladoras, aviación y morteros obligó a transformar las estrategias defensivas. Todos estos nuevos avances en arquitectura bélica se pusieron en práctica especialmente en el frente de Madrid.

El 18 de julio de 1936 estallaba la Guerra Civil en España, después de que una parte del ejército se alzara en armas contra el Gobierno de la Segunda República.

En Madrid fracasaba el levantamiento militar y, tras la caída del Cuartel de la Montaña, la capital quedaba bajo control del gobierno republicano.

Por su simbolismo, Madrid fue el objetivo número uno durante toda la guerra para el ejército franquista, ya que su pronta conquista podía evitar que el ejército republicano reaccionara y se rearmarse. Con lo que no contaba el general Franco era con la férrea lucha que llevarían a cabo no solo las tropas republicanas sino también las milicias y las brigadas internacionales que participaron en la defensa de la capital.

Por su parte, la prioridad del gobierno republicano durante los primeros compases de la guerra fue detener, o al menos retrasar, el avance de los sublevados hacia Madrid mientras se organizaba el blindaje de la capital.

Las defensas republicanas no se limitaron a posiciones en campo abierto, en aquellas zonas periféricas donde estimaban podía producirse el contacto con el enemigo, sino que además comenzaron a construirse estructuras defensivas en el interior de la ciudad: líneas de trincheras, alambradas y posiciones de resistencia.

El Gobierno republicano dividió la ciudad en dos: una zona de guerra, de la que se evacuó a la población civil, y otra de retaguardia, delimitada por barricadas, la última de las cuales se encontraba en la Plaza de Callao, junto al desaparecido Hotel Florida en el que se alojaban los corresponsales de guerra extranjeros. Desde ese punto sólo podían acceder al frente miembros del ejército o periodistas.

Desde el oeste, las defensas recorrían la margen izquierda del río Manzanares y se prolongaban por Puerta de Hierro y la Dehesa de la Villa.

A lo largo de las calles Guzmán el Bueno, Isaac Peral y Cea Bermúdez se construyeron posiciones de resistencia con sacos terreros.

En el Paseo de Moret se excavaron trincheras y se ubicaron emplazamientos para armas automáticas, así como a lo largo del Paseo de la Florida. También desde el Paseo de la Virgen del Puerto hasta el Paseo Imperial.

Las defensas continuaban desde las proximidades del Puente de Toledo hasta Legazpi. Al otro lado del río se fortificó el barrio de Usera.

Finalmente, a principios de noviembre de 1936 y tras una marcha de dos meses, las fuerzas sublevadas alcanzaban las afueras de la capital al mando del teniente general Varela.

Tras intentar acceder a Madrid desde el Jarama y Guadarrama, el día 8 de noviembre las fuerzas rebeldes consiguieron atravesar el río Manzanares, en las proximidades del Puente de Los Franceses, e internarse en la Casa de Campo para, el día 15, lograr ocupar algunos edificios de la Ciudad Universitaria.

Mientras, el ejército republicano se concentraba en el barrio de Argüelles y en el edificio de la Cárcel Modelo, que actualmente acoge el Cuartel General del Ejército del Aire.

En las siguientes jornadas los sublevados consiguieron ampliar su posición hasta quedar detenidos a la altura del Hospital Clínico y el Parque del Oeste, debido a la robusta defensa de los combatientes republicanos. Aquellos días de cruenta lucha pasarían a la historia con el nombre de Batalla de Madrid.

El día 23 de noviembre, el mando rebelde tuvo que admitir que el ataque frontal a la capital había fracasado. El número de bajas era muy elevado y sus tropas estaban extenuadas, por lo que fue necesario un cambio de estrategia.

El general Franco ordenó entonces mantener las posiciones de su ejército y proceder a la fortificación de las mismas para asegurar el terreno conquistado, estableciendo unas líneas de frente que quedarían prácticamente inalterables por ambas partes hasta el final del conflicto.

El esfuerzo fortificador de ambos bandos en Madrid fue inmenso y se ejecutó en un lapso de tiempo muy reducido. En muchos casos se trataba de construcciones elementales ejecutadas por albañiles, para las que se emplearon los materiales más inmediatos de cada emplazamiento, como la piedra o la tierra.

Sin embargo, poco a poco se fueron elaborando obras de mayor calidad técnica, edificadas en hormigón armado. En este sentido cobraron un gran protagonismo las unidades especializadas en los trabajos de fortificación del frente: los llamados zapadores.

Estas unidades, presentes en ambos bandos, acompañaban a los pelotones de combate y convivían con ellos en primera línea de frente. No solamente eran responsables de las labores de construcción de las fortificaciones sino de todas aquellas instalaciones que posibilitaran su correcta utilización: servicios de alumbrado e iluminación, mejora de caminos, desagües, etc.

Por lo general, los zapadores trabajaban de noche y camuflaban las obras para que no fueran reconocibles al día siguiente por el enemigo, que solía encontrarse apostado a tan sólo unos metros.

Desde la Casa de Campo, y a través de un camino conocida como la “pasarela de la muerte”, debido a los constantes bombardeos republicanos a los que fue sometida, se abastecía de suministros a la vanguardia de las fuerzas sublevadas, ubicadas en el Parque del Oeste.

Durante los tres años que duró la guerra, esta zona de Madrid se convirtió en uno de los frentes más activos de todo el país, hasta el punto de que aún hoy muestra las huellas de la lucha por la capital.

En este mismo punto, el ejército sublevado llegó a construir hasta veinte nidos de ametralladora que miraban a la capital y de los cuales hoy tan sólo se conservan tres.

Fechados en 1938, estos búnkeres cilíndricos de hormigón fueron construidos con gran dificultad, ya que en esta zona despejada del parque los zapadores estaban a tiro de sus enemigos.

Los fortines disponían de dos troneras para ametralladora cada una. Desde ellas los tiradores sublevados disparaban a la antigua Cárcel Modelo que servía de refugio a los milicianos republicanos, cuya misión era evitar la conquista de Madrid.

Aún hoy es posible distinguir las señales inequívocas de la batalla a través de los impactos de artillería republicana en los muros de estas torres mientras, paradójicamente, las palomas, símbolo universal de la paz, anidan en su interior: guerra y paz.

Finalmente, y tras tres años de batalla sin cuartel, el 28 de marzo de 1939 el ejército republicano entregaba la ciudad de Madrid a las fuerzas sublevadas. La caída de la capital marcaría el final de la guerra, anunciado tan sólo unos días después, el 1 de abril.

A partir de ese momento, un durísima posguerra y cuarenta años de dictadura abrirían graves heridas en nuestra sociedad cuyas cicatrices aún hoy siguen presentes, no sólo en la memoria de muchos españoles sino en nuestro entorno más cercano, a través de restos que, como estas torretas, nos recuerdan los hechos tal y como fueron. Quizá su conservación, como evidencia de la sinrazón de una guerra entre hermanos, debería servirnos para superar los rencores y mirar hacia delante… haciéndonos conscientes de que no es posible ocultar la historia mirando hacia otro lado.

Fotografía de Rafael Alberti

Rafael Alberti Merello (El Puerto de Santa María, 1902 - 1999)

[...] Madrid, corazón de España,
que es de tierra, dentro tiene,
si se le escarbara, un gran hoyo,
profundo, grande, imponente,
como un barranco que aguarda…
Sólo en él cabe la muerte.
— Rafael Alberti


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