De puño y letra

Buzón postal Palacio de Telecomunicaciones. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

Buzón postal Palacio de Telecomunicaciones. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

correo postal, el romanticismo olvidado

¿Recuerdas cuál fue la última vez que recibiste una carta manuscrita? En poco tiempo, la tecnología ha provocado un cambio drástico en la forma en que nos comunicamos haciendo que, posiblemente, valoremos más la inmediatez del WhatsApp y las redes sociales que el romanticismo de abrir el buzón y encontrar esa carta especial, de puño y letra, a tu nombre.

Los primeros atisbos históricos de un servicio postal en España corresponden a época de los Reyes Católicos cuando, tras la conquista de Granada en 1492, se estableció por primera vez el correo en la península. A partir de ese momento, su desarrollo ha estado muy vinculado a la economía e Historia de nuestro país.

En 1610 se implantaban en la Península las estafetas y el sistema de postas, que eran paradas situadas en los caminos principales, a una distancia regular de unos 15 kilómetros, para permitir el cambio de caballería en el transporte de correos y personas. Estas postas tenían titularidad privada y constituyeron la red principal de correo hasta que, en 1716, el rey Felipe V convertía el servicio postal en un servicio público, pasando a ser gestionado por el Estado mediante la fundación de la Sociedad Estatal Correos y Telégrafos.

Con la subida al trono de la dinastía de los Borbones, se inició una transformación vital para la administración de un imperio tan amplio como el español: la constitución de un sistema eficaz de comunicaciones.

Se llevaron a cabo reformas como el establecimiento de itinerarios regulares, tarifas postales para cobrar los portes por cada carta y paquete y la creación de una Superintendencia General de Correos, con sede en Madrid, dirigida por Juan Tomás de Goyeneche.

En 1756, durante el reinado de Fernando VI, su asesor Pedro Rodríguez de Campomanes tuvo la idea de crear un Cuerpo de Carteros Urbanos que repartiesen, casa por casa, los envíos postales que los destinatarios no pasaban a recoger por la estafeta. Previo a este servicio en Madrid sólo existía un Cartero Mayor, ubicado en el edificio del Correo de la Calle Postas. Este apartaba las cartas oficiales y confeccionaba una lista con los nombres de los vecinos que habían recibido alguna.

Los primeros carteros de Madrid fueron solamente doce, uno por cada cuartel en que se dividió la Corte. Provistos de sacas y uniformados con casaca azul de botones dorados, se encargaban de repartir la correspondencia atrasada, cobrando al destinatario un cuarto de real de vellón por el servicio… un pago que se mantuvo hasta 1850, con la introducción del sello como forma de prepago de envíos. Pronto los carteros proliferaron por toda España.

Durante el reinado de Carlos III se completó el proceso de incorporación de correos a la Corona. En 1762 se implantaron los primeros buzones en puntos extremos de Madrid y en las carterías de las puertas de San Vicente, Toledo, Atocha y Alcalá para que los ciudadanos depositaran sus envíos.

Desde su aparición, los buzones evolucionaron desde los originales de ladrillo, hasta las "bocas” de bronce empotradas en las paredes de algunos edificios oficiales, como esta ubicada en el Palacio de Cibeles de Madrid, anterior Palacio de Telecomunicaciones y actual Ayuntamiento de la capital. Incluso, a principios del siglo XX, los tranvías contaban con un buzón junto a sus puertas de acceso para que los madrileños pudieran depositar sus cartas. Finalmente, en 1962, la instalación de buzones en los domicilios permitió a los ciudadanos recibir correo en sus propias casas.

El servicio de Correos fue pionero en España en la incorporación de las mujeres al trabajo y, en 1882, ya contaba con una plantilla mixta. Una de esas mujeres fue la abogada y política Clara Campoamor, que consiguió una plaza como funcionaria del Cuerpo de Correos y Telégrafos.

Parece indudable que los avances tecnológicos harán más factible que, en un futuro próximo, recibamos antes la correspondencia en nuestro domicilio a través de drones que a través de carteros… y que cada vez sea más raro encontrar, como piezas de museo, las líneas de nuestra propia historia escritas a mano y enviadas dentro de un sobre.

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La hermosura es una carta de recomendación escrita por Dios. Lo malo es que, de vez en cuando, el diablo la intercepta furtivamente y cambia la dirección. Y así, la hermosura destinada a la ventura de un discreto, llega a las manos del torpe o del mentecato, con que el idilio se convierte en comedia o en tragedia
— Santiago Ramón y Cajal


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