Santo y seña

Templete de San Isidro Labrador, Puente de Toledo. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Templete de San Isidro Labrador, Puente de Toledo. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

San Isidro Labrador, ora et labora

¿Alguna vez te has preguntado qué aptitudes serían necesarias para convertirte en santo patrón de Madrid? Digamos que, si el puesto quedara vacante, la oferta de trabajo no exigiría másters o idiomas, pero sí un mínimo de 400 milagros atribuidos, un cadáver incorrupto tras el paso de los siglos y la victoria en batallas después de muerto. San Isidro, patrono de la capital, cumple todos estos requisitos… un curriculum difícil de igualar, por si te lo estabas planteando.

Sin embargo, a pesar de tal profusión de milagros y admiración por parte de su pueblo, y tras haber muerto en la segunda mitad del siglo XII, el virtuoso madrileño no subió a los altares hasta el XVII. Llama la atención que transcurrieran más de cinco siglos hasta que el “labrador” más querido en la villa fuera beatificado y canonizado… un proceso largo y algo menos extraordinario de lo que pudiera parecer a primera vista.

Los santos patrones_

En Madrid, como en otras ciudades de la Edad Moderna, se consideraba que el santo patrón era protector e intercesor de una comunidad determinada. Además, se daba por hecho que un santo nacido en ella se tomaría su papel con mucho mayor interés que uno foráneo.

Por este motivo resultaba lógico que Isidro tuviera ventaja como candidato a patrono principal de la villa sobre, por ejemplo, Santa Ana, a pesar de que la fiesta de la madre de la Virgen fuera mucho más celebrada que la del Labrador en el Madrid del siglo XVI.

Desde el momento de su reconquista, la naciente comunidad madrileña había necesitado elementos de arraigo a su tierra, así como la legitimidad divina del asentamiento, demostrada a través de la edificación de templos bajo la protección de un patrón.

Las comunidades locales establecían contacto con sus santos patrones en momentos de crisis, construyendo una relación que, si resultaba eficaz en la resolución de un determinado problema social, daba lugar al establecimiento de una especial devoción.

Y no eran pocos los peligros que acechaban a aquellos primitivos pobladores de Madrid… la sequía, las malas cosechas, las plagas o las constantes guerras contra enemigos religiosos y políticos, entre otros. Por contra, el símbolo religioso confería la confianza necesaria a los pobladores para permanecer en su territorio y defenderlo.

Las reliquias_

Otro factor muy favorable a la elección de Isidro como santo patrón es que Madrid conservaba su principal reliquia: nada menos que todo su cuerpo.

En un momento en el que España se había convertido en un constante trasiego de reliquias de santos locales que, por impulso de la Contrarreforma, volvían a sus lugares de origen, Madrid no podía por menos que destacar también las de su patrón.

Las ciudades veían un enorme prestigio en la posesión de las reliquias de sus santos, especialmente si estas permanecían en la comunidad de la que los beatos habían formado parte cuando estuvieron vivos y en la que seguían estando presentes después de muertos, a través del recordatorio de sus reliquias.

Los santos oriundos y sus restos conservados proporcionaban, además, honra, gloria y prestigio a las ciudades. De esta manera Isidro otorgaba honra a Madrid por haber nacido y muerto allí, la premiaba con la presencia de su cuerpo incorrupto y la inmortalizaba con su fama y reputación.

Las hagiografías_

Isidro y los nuevos santos patronos fueron vistos por sus contemporáneos como elementos esenciales para definir el prestigio de las diferentes ciudades.

Por este motivo la historia de sus vidas formaría, junto con los hombres ilustres y los edificios notables, parte esencial de las crónicas urbanas que proliferaron en este periodo y que constituyen otra prueba importante de la adquisición por parte de las ciudades de una fuerte conciencia de sí mismas.

El género de la hagiografía (narración de la vida de los santos) llevó a una especie de carrera para obtener una historia sagrada superior en antigüedad y méritos a las de las demás ciudades, muchas veces sin reparo alguno en inventar detalles o falsificar el relato parcial o totalmente, a la medida del interés de los patrocinadores que la hubieran encargado.

Al campesino anónimo Isidro, por ejemplo, con escasa biografía, se le podía construir una hagiografía y, a la vez, aportar los añadidos que reclamasen los tiempos.

la vida de un laico_

Y es que la historia de este modesto labrador laico, de orígenes humildes, que alcanza la santidad a través de milagros de naturaleza agrícola y casado con una mujer que también llegaría a santa, es excepcional para la época en la que vivió (entre los siglos XI y XII), cuando la gran mayoría de santos eran de origen eclesiástico o noble.

El “Diácono Juan”, que firma el códice latino que serviría de base para la hagiografía posterior de Isidro, nos cuenta la vida de este campesino madrileño famoso por su afición a la oración (tanta que a veces sus bueyes araban solos) y por su caridad (hasta el punto que daba su trigo a los pájaros y repartía su olla con otros más pobres que él).

Según este códice, tras morir después de una longeva vida y pasar cuarenta años bajo tierra, su cuerpo había sido hallado incorrupto y perfumado, siendo posteriormente trasladado al interior de la iglesia de San Andrés.

Desde ese mismo momento empezaron a producirse curaciones y otros sucesos milagrosos en la Villa.

Además, su culto se había extendido por la comarca (no en vano su profesión de labrador había hecho de él un intercesor apropiado en las rogativas por lluvia de los agricultores de secano de la zona) y alcanzado hasta la vecina Guadalajara.

Por todo ello, a mediados del siglo XVI Isidro era considerado patrón formal de Madrid y su culto se había normalizado y extendido no sólo por la villa, sino también por los lugares de su entorno.

Un patrón sin santidad_

Sin embargo, lo que sí causaba problemas y muchos desde mediados del XVI, es que el “patrón” de Madrid no fuera oficialmente reconocido como santo por la Iglesia. Más aún, que el patrono de Madrid lo fuera también ahora de la corte del Monarca Católico hacía especialmente urgente su canonización formal.

Esta situación, que era relativamente común en muchas localidades españolas desde finales de la Edad Media, resultaba difícil de sostener a causa del nuevo orden tras el Concilio de Trento en lo relativo a la veneración de las reliquias y el culto de los santos.

Según estas nuevas disposiciones, en 1567 el sepulcro del Labrador recibió una visita episcopal y la rotunda prohibición de continuar sacándolo en rogativa sin permiso expreso del arzobispo de Toledo, lo que no volvería a ocurrir hasta su beatificación formal. Este hecho fue el que finalmente motivaría la premura con que el ayuntamiento de Madrid apoyaría desde entonces el proceso de canonización de Isidro Labrador.

Diplomacia y dinero_

El concejo madrileño pronto comprendió que, para llevar a buen término el proceso de canonización de un laico de humilde extracción social, sería imprescindible realizar un gran esfuerzo diplomático ante la curia papal en la Santa Sede y disponer de fondos suficientes para afrontar los gastos burocráticos (y de todo tipo) que exigirían los procesos.

En cuanto al trabajo diplomático, éste debía centrarse en los cardenales con voz y voto en las instancias administrativas encargadas de las canonizaciones. Y es que los purpurados cambiaban sus apoyos cuando uno menos lo esperaba: en ese mismo momento se estaban negociando una docena de procesos de canonización y no era fácil competir con las órdenes religiosas que pretendían prioridad para sus santos.

Además, el traslado de la corte de Madrid a Valladolid en 1601 había reducido los estímulos de la monarquía española para la canonización oficial de Isidro, una situación que iba a cambiar radicalmente a lo largo de la segunda década del siglo XVII.

Un apoyo real_

Al restablecerse la corte en Madrid en 1606, el apoyo del rey Felipe III a la canonización de Isidro se hizo notar sin reservas, entre otras resoluciones por su decisión de nombrar al regidor Diego de Barrionuevo agente municipal en Roma para asuntos exclusivamente relacionados con la causa del labrador madrileño.

Las Cortes de Castilla ofrecieron dos mil ducados para los gastos y se envió a Roma al regidor con una provisión constante de fondos, procedentes de limosnas de devotos pero sobre todo de las sisas municipales. En total más de 700.000 reales para los seis años que transcurrieron desde su marcha en 1616 hasta la canonización efectiva de Isidro.

Barrionuevo llegó a Roma con medios materiales más que suficientes para hacer frente a la canonización de Isidro y seguramente con la orden de no reparar en gastos… y sin duda no lo hizo, como demuestran las cuentas de gastos “burocráticos” que el regidor fue anotando minuciosamente mientras duró su estancia en la Santa Sede.

un cheque en blanco_

Los gastos de representación, entre los que destacaban los regalos anuales por fiestas litúrgicas y carnaval al papa, cardenales, jueces, sin olvidar a sus respectivos parientes y servidores, fueron constantes a lo largo del proceso final de canonización de Isidro.

Según la ocasión y la jerarquía, estos regalos iban desde dulces y cera a sortijas de esmeraldas, pasando por guantes, medias de seda y bolsas de ámbar.

Como era de esperar, los más agasajados fueron el papa Paulo V y sus sobrinos Borghese, que recibieron joyas y pinturas a costa de la Villa, además de algún que otro título nobiliario de manos de Felipe III.

Otras partidas muestran meriendas y comedias en casa del embajador y luminarias en la del propio regidor por las onomásticas y cumpleaños papales, todos ellos a costa de la Villa.

Tampoco se perdió de vista la difusión de la vida y milagros del futuro santo (hasta entonces poco conocido fuera del ámbito local), mediante estampas, grabados, pinturas y relaciones a viva voz.

Incluso el mismo Lope de Vega integró la historia sagrada del labrador madrileño en la historia política de Madrid, a modo de cronista, en su poema Isidro, de 1599, que sería publicado fuera de España con el apoyo económico del ayuntamiento madrileño.

Gracias a todo ello la beatificación de Isidro se hizo efectiva en 1619, fijando la celebración de su fiesta el 15 de Mayo.

Una canonización exprés y múltiple_

No obstante, y con mucho, la partida económica más elevada de todas las costeadas por Barrionuevo fueron las fiestas que el ayuntamiento de Madrid sufragó en Roma al publicarse por fin el decreto de canonización del santo madrileño, en 1622.

Con ciertas prisas por parte del nuevo papa Gregorio XV, que heredó el compromiso de la canonización de Isidro de su antecesor, el acontecimiento se celebró en El Vaticano el 12 de marzo del año 1622.

Tuvo lugar una protocolaria procesión desde la Capilla Sixtina a la basílica de San Pedro en la que participaron el papa y sus servidores, los cardenales y obispos presentes en la ciudad, todo su clero regular y secular, y el personal de las diferentes embajadas.

Además, la canonización de San Isidro estuvo acompañada de las de San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús y San Filippo Neri.

Y es que aquella de 1622 resultó ser una grandiosa canonización múltiple, una situación inesperada que hace pensar que, seguramente, los demás santos se acogieran a los ya avanzados preparativos para la celebración del santo madrileño.

A pesar de ello, la imagen de San Isidro ocupó el lugar central de la fachada de San Pedro y acaparó las decoraciones del teatro que se levantó en el interior de la basílica de manera que, por unos días, Madrid se colocó en el centro de la vida pública romana.

La celebración en madrid_

Los ecos de la gloria española en El Vaticano tardaron apenas un par de semanas en llegar a la capital de la monarquía.

Madrid recibió la noticia con repiques de campanas, luminarias, cohetes, fuegos artificiales y una procesión de acción de gracias desde la parroquia de San Andrés.

Esos eran sólo los prolegómenos, más o menos espontáneos, de los festejos principales con los que se buscaba expresar la alegría que había causado en Madrid y en toda España la canonización de cuatro santos nacionales… uno de ellos, San Isidro, ya oficialmente patrono de la Villa y Corte.

Las fiestas oficiales, celebradas en la capital apenas dos meses más tarde, constituyeron uno de los momentos más notorios de la santidad hispana en la Edad Moderna.

Unas fiestas memorables_

La Villa de Madrid celebró la canonización de San Isidro por todo lo alto… un merecido premio a las fatigas soportadas durante décadas para lograr de Roma la santificación oficial de su patrón.

Aunque no hubo tiempo de preparar los arcos triunfales de rigor para los principales hitos del itinerario de la procesión general, en su lugar se colocaron ocho pirámides-obelisco al estilo romano.

Las alabanzas a los santos festejados se combinaron también en los altares callejeros preparados por las diferentes órdenes religiosas.

Especialmente impresionante resultó el jardín natural preparado para lo ocasión por los hortelanos en la Plaza de la Cebada para su patrón Isidro y el altar-castillo que la Compañía de Jesús dedicó a sus santos Ignacio y Francisco Javier.

Por tratarse de cinco santos, la organización del cortejo de la procesión general fue especialmente compleja. Lo componían nada menos que ciento cincuenta y seis pendones de cofradías de Madrid y pueblos de los alrededores, setenta y ocho cruces de parroquias acompañadas de los alcaldes locales, y todas las órdenes religiosas, incluidos los carmelitas descalzos y los jesuitas, que no solían participar en procesiones públicas pero que aquí acompañaban las imágenes de sus respectivos fundadores.

Las imágenes de los santos glorificados y el cuerpo de San Isidro fueron colocados por antigüedad de canonización, quedando la urna del Labrador en el puesto privilegiado al final del cortejo.

Felipe IV, los grandes de la corte, embajadores y la guardia borgoñona cerraban la comitiva, que contó con gigantones, danzas de los lugares y una representación en carros de dos autos sobre la vida del nuevo santo. Fuegos artificiales, invenciones de asaltos a castillos y certámenes poéticos completaron las celebraciones.

Nunca antes se había organizado un cortejo que de forma tan completa subrayara el poder municipal sobre el territorio bajo su jurisdicción, y tampoco volvería a hacerse después.

Como norma, en el futuro, los cortejos de las procesiones generales iban a seguir el modelo esbozado casi accidentalmente en aquel día en el que el poder de la Villa se mostraría asociado al que le correspondía como primera ciudad del Reino, como Corte de la Monarquía.

Por su parte, Felipe IV supo aprovechar la baza de que cuatro de los santos canonizados fueran de origen español para presentar la fiesta como una victoria de la monarquía hispana, en un momento en que resultaba fundamental mantener vivo el triunfalismo militar: en plena Guerra de los Treinta Años, al monarca no le preocupaba tanto el santo patrono de Madrid como construir todo un panteón de protectores sobrenaturales para sus armas.

Un largo camino_

Con estas fiestas culminaba un proceso cuyos primeros pasos se remontaban a la década de 1560, apenas establecida la corte de Felipe II en Madrid, en un claro paralelismo entre el afianzamiento de la ciudad como Villa y Corte y el proceso de santificación de su patrón, que a partir de ese momento se convertiría en el principal símbolo de la grandeza de la capital.

Por este motivo, la ciudad de Madrid está hoy repleta de puntos que nos recuerdan la huella de San Isidro, entre otros los restos del patrón, que reposan desde el siglo XVIII en la Real Colegiata de San Isidro de Madrid. No obstante quizá sea este, el templete en su honor situado en el Puente de Toledo, uno de mis favoritos, tanto por su belleza como por su discreción.

A todos nos gustaría ser profetas en nuestra tierra, ¿verdad? Ya veis que San Isidro Labrador lo consiguió. Ese halo de santidad, mezcla de historia y leyenda, acabó forjando un mito y una fuente de devoción que, con el paso del tiempo, se ha convertido en una de las fiestas más entrañables de la capital, cada 15 de mayo. Un día en el que madrileños y madrileñas, creyentes y no creyentes, rogamos a nuestro castizo patrón que interceda por nosotros en forma de lluvia… pero sobre todo de salud.

Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681)

Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681)

Madrid, aunque tu valor
Reyes le están aumentando,
nunca fue mayor que cuando
tuviste tu labrador.
— Pedro Calderón de la Barca


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