¡Paren las rotativas!

Antigua sede del periódico El Imparcial. Madrid, 2018 ©ReviveMadrid

Antigua sede del periódico El Imparcial. Madrid, 2018 ©ReviveMadrid

el imparcial, un diario PARA LA HISTORIA

¿Recuerdas aquellos tiempos en los que bajar al quiosco para comprar el periódico constituía un ritual ineludible? Aunque los medios digitales lo han convertido en una práctica cada vez menos frecuente, comprar y leer un periódico impreso sigue siendo toda una experiencia, una costumbre que trasciende la información para convertirse en un hábito repleto de tradición, reflejo desde el siglo XIX de la sociedad madrileña a través de diarios como El Imparcial.

A lo largo del siglo XIX la prensa escrita se convirtió en el único medio de comunicación masivo de nuestro país, con una situación privilegiada para orientar, informar, educar y recrear al público lector.

Inicialmente, los periódicos servían a los intereses de los diferentes partidos políticos, motivo por el cual muchos de ellos tuvieron una vida efímera.

El Semanario Patriótico (1808-1812) fue el primer gran periódico de la historia de la prensa española y uno de los más representativos de la primera etapa liberal. Dirigido a un público ilustrado, sirvió para propagar una ideología de clase, pero con la vuelta de los exiliados a España se inició una nueva etapa para la prensa de nuestro país.

Con la Ley de Imprenta de 1837 aparecía por primera vez una clara definición del periódico. Los diarios adoptaron un gran formato, con artículos de fondo en primera página e introduciendo el folletín de influencia francesa.

Hubo que esperar a 1859, con la aparición de La Correspondencia de España, para iniciar la transición de la prensa de partido a una prensa de información, que terminaría por consolidarse durante los años de la Restauración.

En aquellos años la prensa no concernía más que a una ínfima minoría de españoles, ya que el 94 % eran analfabetos. Este alto índice de analfabetismo y el precio elevado de la prensa, por falta de suscriptores, la limitaron desde sus inicios a las clases media y alta, con tiradas exiguas de apenas 1.500 ejemplares diarios.

Durante el último tercio del siglo XIX, proliferó la venta de prensa voceada en las calles de Madrid, lo que acercó los periódicos a las menos pudientes, especialmente a la obrera, que hasta entonces sólo podía permitirse consumir los periódicos prescritos que ofrecían las asociaciones de lectura colectiva.

Y es que, aunque con grandes diferencias en los precios de suscripción, los diarios del último tercio del siglo XIX en Madrid eran caros. En 1870 la suscripción a El Imparcial costaba 12 reales por trimestre, a La Correspondencia de España 24 reales y a La Época, muy aristocrática, 48 reales. El sueldo medio de un trabajador madrileño de la época era de unos 12 reales al día… con lo cual no siempre compensaba la suscripción a un periódico.

Hacia 1870 tan sólo en Madrid se imprimían más de 100 periódicos, que pasaron a 203 en 1881, 238 en 1883 y 328 en 1886.

Las redacciones de los diarios en estos años contaban con plantillas reducidas y poco preparadas que tardarían años en tener más calidad, una vez se profesionalizara la labor del periodista.

En cuanto a las dimensiones de las redacciones, la de La Correspondencia de España era por entonces una de las más numerosas, con veintidós redactores. Los directores y en ocasiones algún redactor, eran abogados.

En materia de responsabilidad, en caso de denuncia se hacía subsidiario al autor que hubiera firmado el original de cada artículo o, en su defecto, al editor del periódico, cuando el artículo denunciado no tuviera firma o su autor no la reconociera. Para ello al pie de cada número siempre debía imprimirse el nombre del editor responsable.

Esta situación dio pie a numerosos duelos a pistola contra editores y directores de diarios, ya que todo aquel que sentía su honor ofendido por un artículo publicado acababa retando a duelo al responsable del mismo. Esta situación llegó a ser tan común en el Madrid de finales de siglo XIX que muchos periódicos contaron en sus redacciones con duelistas profesionales contratados, que eran quienes finalmente asistían a los lances de honor en sustitución de los interfectos.

Inicialmente las redacciones de los periódicos estuvieron ubicadas en pequeños locales, la mayor parte instalados en uno o dos pisos de una casa de vecinos. Muchos carecían de imprenta y talleres propios. Otros los instalaban en los sótanos, destartalados y lóbregos, de la misma casa que tenían alquilada.

Aunque a mediados del siglo XIX empezaron a aparecer las primeras rotativas, la mayoría de los periódicos se imprimían aún en máquinas planas, de acción manual, que no permitían superar en ningún caso las cuatro páginas.

El texto se distribuía en columnas muy apretadas y poco atractivas, sin titulares ni foto alguna, en las que se desarrollaban artículos centrados en la situación política, comentarios alrededor del mismo tema y descripciones de las fiestas y el mundillo de la alta sociedad madrileña.

Los periódicos que salían por la mañana cerraban el número del día entre las 4 y las 4.30 de la madrugada, con un margen que se alargaba hasta las 5 para las noticias de última hora, que eran las que llegaban justo al final de la tarde, en las ediciones vespertinas.

Durante el último tercio del siglo, la sociedad madrileña inició su transformación hacia una sociedad de masas. El proceso de industrialización fomentó la inmigración del pueblo a la ciudad y la consecuente concentración urbana, que favoreció el incremento en la demanda de un nuevo tipo de noticias más allá de la política.

Las diferentes cabeceras iniciaron una transición hacia un nuevo “periodismo de empresa”, que ampliaría cada vez más los temas tratados en sus artículos.

Así, de medio elitista el periódico empresarial adquirió una vocación más popular, transformándose en un medio de masas y acelerando el proceso de desaparición de los “evangelizadores” periódicos de partido.

Para reducir su precio e incrementar las tiradas, los diarios introdujeron publicidad, a la que se otorgó una página o más de las cuatro que tradicionalmente componían el periódico. El Liberal, por ejemplo, incluyó en 1879 una innovadora sección de anuncios por palabras.

Esta evolución también conllevó cambios en el diseño de los periódicos, para que fueran más claros y atractivos.

Las densas columnas de texto comenzaron a oscilar entre una y cuatro. Además, los nuevos medios permitieron el uso de variadas tipografías para las diferentes secciones. En conjunto, el periódico adquirió un aire dinámico radicalmente opuesto a la imagen monótona de las publicaciones anteriores.

Pero sin duda, una de las principales novedades fue el uso de titulares en las maquetaciones, dando origen al sensacionalismo informativo que tanto desarrollo editorial tendría desde entonces.

Aparecieron también el reportaje y la “interviú”, por influencia francesa. La noticia, la entrevista y el reportaje se consagraron como principales géneros periodísticos, favorecidos sobre todo por el desarrollo del ferrocarril, del telégrafo y, ya en el siglo XX, del teléfono.

Los artículos dedicados al interés general y al entretenimiento desplazaron paulatinamente a los de propaganda. Se comenzó a incluir información sobre economía, finanzas y Bolsa, noticias sobre los grandes y pequeños sucesos de la vida ciudadana, comentarios y ofertas para el tiempo de ocio: toros, ópera, zarzuela, teatro y, más adelante, cine. También se desarrollaron las caricaturas y las viñetas.

Los avances tecnológicos permitieron una mejoría en la impresión de manera que, además de las impresoras planas, comenzaron a emplearse las rotativas, y ya en el siglo XX, la linotipia.

Además, se perfeccionó el grabado, que sería desplazado paulatinamente por la fotografía, y mejoró la calidad de la tinta y el papel.

Toda la compleja y agitada vida de una ciudad como Madrid en todos sus aspectos quedaron atrapados de manera atractiva en las páginas de los nuevos diarios y, en torno a 1898, ya podía decirse que la prensa española había alcanzado un alto grado de madurez.

Cuatro grandes diarios presidieron la información madrileña en este último cuarto del siglo XIX: La Correspondencia de España, El Liberal, El Heraldo de Madrid y el que sin duda inició la gran transformación de la prensa española hacia la modernidad: El Imparcial.

Fundado en 1867 por Eduardo Gasset y Artime (abuelo de José Ortega y Gasset) como uno de los primeros diarios de empresa en contraposición a los diarios de partido, El Imparcial llegó a ser considerado el periódico más influyente en la España de finales del siglo XIX y principios del XX.

Gracias a la inteligente combinación de periódico de opinión, genéricamente democrática, con la más cuidadosa atención al aspecto informativo, Gasset y Artime iba a revolucionar todo lo conocido hasta entonces en España en materia de periodismo diario.

El Imparcial se hizo portavoz de una especie de liberalismo blando que casaba muy bien con un tiempo de revoluciones y supo interpretar el sentir neutro de gran parte de la sociedad madrileña.

Fue el primer diario que acabó con la rutina de tratar diaria y exclusivamente en su editorial asuntos políticos, apareciendo también artículos sobre toda clase de asuntos de actualidad y de verdadero interés para el país como, por ejemplo, los de José Echegaray sobre la necesidad de las obras públicas.

También fue el primer periódico en crear secciones fijas de arte, de ciencias, de agricultura, de industria, de libros, de teatro y de amenidad. Igualmente publicaba el ya consolidado folletín en el tercio inferior de las primeras páginas y dejaba la cuarta plana para los anuncios publicitarios.

Comparando estos novedosos contenidos con los de cualquier otro periódico, no es de extrañar el rápido éxito que El Imparcial iba a cosechar entre los madrileños, convirtiéndose en líder de opinión.

Además de con el Premio Nobel de Literatura José Echegaray, el diario contó entre sus redactores con figuras como Andrés Mellado, Mariano de Cavia o Eugenio Rodríguez de Escalera (Montecristo), uno de los principales cronistas sociales de la época.

La influencia de sus artículos políticos, económicos y literarios era tal que se decía que un artículo de El Imparcial podía llegar a derribar un gobierno, mientras que publicar en su suplemento literario se convirtió en la mayor pretensión de los escritores españoles.

Y es que la sección cultural del periódico, conocida como Los Lunes de El Imparcial, se convertiría en la más importante en lengua española durante décadas, con artículos de divulgación científica, crítica literaria, teatral, de arte y de creación, que configuraron la nota más intelectual de la prensa nacional.

En este suplemento literario se dieron cita las más destacadas plumas de la Restauración y las que más tarde integrarían la nómina de la Generación del 98. Nombres como Juan Valera, Ramón de Campoamor, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas Clarín, Ramón María del Valle Inclán, Manuel Bueno, Manuel de Palacio, Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu, Jacinto Benavente, Pío Baroja, Ramón Pérez de Ayala, Ramiro de Maeztu, Azorín, etc., formaron parte de su innumerable lista de colaboradores… y es que, aparecer en Los Lunes suponía sentar plaza de literato al que había que tener en cuenta.

A lo largo de su historia, la redacción de El Imparcial conoció diferentes ubicaciones en la capital.

Inicialmente, tuvo por domicilio el propio de su creador, Eduardo Gasset y Artime, en el Paseo de Recoletos, 4. Allí se instaló una máquina que, accionada a mano, llegaba a imprimir poco más de 600 ejemplares por hora.

En 1870 El Imparcial se trasladó a la Calle de Oriente, 3. Allí la tirada pasó a convertirse en poco más de cuatro años en 30.000 ejemplares diarios.

Poco tiempo después, en 1875, el periódico se instaló en un amplio local de la Plaza de Matute. Allí comenzó a funcionar la primera rotativa conocida en España, una Marinoni traída de París, capaz de imprimir 16.000 ejemplares a la hora, aumentando la tirada diaria a unos 45.000 ejemplares.

En 1889 de nuevo el periódico se trasladó a un edificio construido exprofeso en la Calle de Mesonero Romanos, 31. Disponía ya de dos rotativas Marioni y tiraba una media de 77.000 ejemplares al día.

Finalmente, después de tantos cambios y traslados, en 1912 se trasladaron tanto la redacción como sus imprentas a este local de nueva planta, proyectado por el arquitecto Daniel Zavala Álvarez, en la Calle del Duque de Alba, 4, donde el periódico permaneció hasta su cierre.

Los últimos años del siglo XIX supusieron la debacle económica y la desaparición para la mayoría de periódicos españoles como consecuencia del Desastre de 1898.

El sensacionalismo con el que la prensa cubrió la pérdida de los últimos territorios españoles en Asia y América, permitió que las ventas de periódicos creciera de forma inesperada… pero no fue más que una subida efímera a la que inmediatamente acompañó una descomunal caída, a causa de las actitudes incoherentes que mantuvieron los medios ante la pérdida de Cuba frente a los Estados Unidos.

Los diarios madrileños perdieron credibilidad, tanto por parte de los lectores como de la publicidad, y su tirada se redujo repentinamente hasta en un cuarenta por ciento.

Aunque El Imparcial permaneció inicialmente ajeno a estos problemas, por ser el diario favorito de los madrileños, no se libró de la pérdida de prestigio entre sus lectores a causa de sus vaivenes ideológicos, en especial tras el nombramiento de su director, Rafael Gasset Chinchilla, como ministro de Fomento de Francisco Silvela en 1900. Definitivamente, El Imparcial había perdido su sello de periódico independiente.

La inestabilidad periodística general obligó a los periódicos supervivientes a una concentración empresarial en busca de mayores beneficios económicos, dando lugar en 1906 a la creación de un “trust” de empresas periodísticas: la Sociedad Editorial de España.

Formada por El Imparcial, El Liberal y El Heraldo de Madrid, esta agrupación se vio desde el principio envuelta por la polémica y la suspicacia al reunir diarios que tradicionalmente habían sido rivales ideológicos. No obstante, en 1916 El Imparcial se separó del grupo, el considerar que la operación no le había resultado económicamente beneficiosa.

De nuevo bajo el control de la familia Gasset, El Imparcial no logró aumentar sus ventas. Hacia 1920 el diario ya se encontraba en la más absoluta decadencia y agonía, con un número de suscriptores de apenas 9.000 y menos de 1.500 ejemplares de tirada para la venta callejera.

Tras una dilatada, próspera e influyente existencia como renovador de la prensa española, El Imparcial dejó de imprimirse en mayo de 1933.

Tras la suspensión de la edición del diario sus rotativas dejaron de funcionar. Curiosamente, el edificio que había acogido al periódico conservador por excelencia, tuvo una segunda vida mucho más progresista: tras ser reformado para instalar una sala de cine, el Alba, desde los años 80 acogió una de las salas de cine “X” más conocidas de la capital.

Actualmente, el espacio que un día acogió la redacción e imprenta de El Imparcial lo ocupa uno de los restaurantes más peculiares del barrio de La Latina, que conserva el nombre de la emblemática publicación… aquel diario que ayudó a consolidar un periodismo español de calidad e independiente y que siempre ocupará la primera plana de la Historia madrileña.

Portada periódico El Imparcial, 1867

Portada periódico El Imparcial, 1867

La prensa es el dedo indicador de la ruta del progreso
— Víctor Hugo


¿cómo puedo encontrar la antigua sede del periódico el imparcial en madrid?