¡¡¡Más madera!!!

Edificio delas Serrerías Belgas en Madrid

Antiguas Serrerías Belgas. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

serrería belga, EL ENCANTO DE lo INDUSTRIAL

¿Cómo dirías que se genera un paisaje urbano? En mi opinión, al igual que uno natural, con el paso de los años y mediante la acción de un agente externo: en el caso de la naturaleza, los elementos; en el caso de la ciudad, el hombre.

Cada ciudad es distinta y cada una tiene su propia piel, diseñada por la actividad y el carácter de los habitantes del lugar que, a través de sus hábitos, definen y moldean un entorno que acaba generando una huella humana, más allá de la estética.

En este sentido, la arquitectura industrial tiene mucho que decir de un lugar, como ejemplo de la convivencia del pasado con el futuro, de lo histórico con lo moderno… y lo que es más importante, cada conjunto industrial constituye un sistema, conforma una morfología propia basada en las relaciones entre los edificios, los espacios libres y el entorno.

Aunque la enorme riqueza cultural de otros ámbitos del patrimonio español ha eclipsado el legado industrial, este resulta fundamental tanto por su valor histórico y social como por sus cualidades arquitectónicas.

Mientras que, hasta el siglo XIX, una iglesia, una escuela o un cuartel solían definir el núcleo urbano de los pueblos y ciudades españolas, la llegada de la Revolución Industrial convirtió el trabajo y sus fábricas en epicentro urbanístico de la vida social. Generalmente estuvieron ubicadas en situaciones urbanas estratégicas, bien relacionadas con las terminales de transporte de materias primas, con las redes de energía, los ríos, las infraestructuras y los sistemas urbanos.

Algunos de estos edificios fueron testigos, por ejemplo, de la primera industrialización madrileña. Ubicados dentro de la propia ciudad desde finales del siglo XIX, mezclaban el negocio, la innovación y los ideales utópicos de las novedosas reformas sociales, del mismo modo que lo habían hecho un siglo antes proyectos ilustrados como la reforma del Salón del Prado, el Real Gabinete de Máquinas del Palacio del Buen Retiro o el Real Jardín Botánico.

Desde finales del siglo XIX y hasta, al menos, mediados del siglo XX, las industrias poblaron toda la extensión de la capital, en barrios como el de la Arganzuela, Embajadores o Chamberí, para cubrir las necesidades que demandaba una sociedad moderna y creciente.

En este sentido, la aprobación del Plan Castro de Ensanche de Madrid en 1860 y la construcción del novedoso barrio de Salamanca, motivaron la instalación de nuevas factorías como las de tejas y electricidad en Chamberí, o la maderera, en las inmediaciones de la antigua estación de tren del Mediodía, actual estación de Atocha.

Con el nuevo planteamiento urbanístico, la ciudad experimentó un fuerte crecimiento en la demanda de madera. Aunque su uso como elemento constructivo fue perdiendo importancia relativa desde principios del siglo XIX en favor del hierro y el acero a causa del peligro de incendios, la madera continuó empleándose para la fabricación de vigas.

La elaboración de muebles fue otro de los usos renovados de la madera por el que los sectores de la ebanistería y la carpintería se vieron muy favorecidos, gracias al estímulo de una población urbana creciente y de mayor poder adquisitivo.

Con el tiempo, los usos de la madera fueron renovándose y adaptándose a un contexto muy diferente del que tuvieron en el pasado.

A sus funciones decorativas se añadió la de sostén de las líneas telefónicas y eléctricas, así como el de la fabricación de traviesas para el ferrocarril en los momentos álgidos de la fiebre ferroviaria y hasta su sustitución, ya en la segunda mitad del siglo XX, por materiales como el cemento.

Con el tiempo, las empresas de fabricación de recursos fueron trasladándose a las afueras de la ciudad, liberando espacio para el correcto desarrollo de una gran urbe como Madrid o, simplemente, desapareciendo.

Pocas son las fábricas que se han salvado y sigue aún hoy en pie, de una u otra manera, readaptando sus usos a la sociedad actual. Uno de los escasos edificios representativos de los orígenes industriales de la ciudad de Madrid que hoy conservamos son estas antiguas Serrerías Belgas, en pleno Barrio de las Letras de la capital.

Su origen se remonta a 1840, cuando un grupo de empresarios belgas, deseosos de aprovechar la Desamortización de Mendizábal, adquirieron parte de los terrenos del monasterio de Santa María de El Paular, en la sierra de Guadarrama, para llevar a cabo una explotación sostenible de sus pinares.

Al mismo tiempo, adquirieron los terrenos del antiguo Convento y Hospital de los Agonizantes, situados en la proximidad de la Puerta de Atocha, entre las actuales calles Alameda y Cenicero, donde se instalaron una primitiva serrería y unos almacenes a los que llegaban diariamente decenas de carros cargados de madera de la sierra.

Tal fue su éxito que la serrería madrileña tuvo que ampliar sus instalaciones en varias ocasiones, hasta que en 1924 decidió remodelar sus locales encargando el proyecto al arquitecto Manuel Álvarez Naya, quien diseñó dos nuevas naves.

Se trataba de una de las primeras arquitecturas que en Madrid empleó el hormigón armado con pilares vistos, permitiendo crear grandes ventanales y espacios bien aireados para mejorar la seguridad contra incendios y las condiciones de trabajo de los operarios, al modo de otros edificios industriales del mismo periodo como el Matadero o la Imprenta Municipal.

La nave con fachada a la Calle Cenicero se dedicaba a almacén y secadero de madera. Por su parte, el edificio con fachada a la Calle Alameda albergaba los talleres de corte y elaboración.

La planta baja constaba, además de un amplio espacio diáfano dedicado a taller, con un almacén, una tienda con escaparate, una cochera que sobresalía hacia el patio y un paso de carruajes.

El taller disponía de una tecnología avanzada y costosa, manejada por un personal especializado, al servicio de las pequeñas empresas de carpinteros y ebanistas del barrio que, de otra manera, no habrían tenido acceso a ella al no disponer de suficientes recursos económicos.

La serrería contaba con una plantilla de aproximadamente 40 empleados, que aumentó a 100 personas tras la Guerra Civil, para compensar la imposibilidad de la empresa de modernizar sus equipos ante el incremento en la demanda de madera para las obras de reconstrucción de la ciudad.

Hacia 1950 comenzó el declive de esta fábrica. En aquella década de crecimiento industrial, las fábricas ubicadas en el centro de la capital se trasladaron hacia la periferia, con mayores zonas de suelo libre y precios más bajos.

A finales de los años 70, se cerraron las naves de la Calle Alameda, manteniendo una actividad reducida a almacén y taller de molduras que, inevitablemente, terminarían por cerrar en los 90 del siglo pasado.

En 2005, un incendio destruyó la subestación eléctrica que se había construido en un solar colindante a las antiguas Serrerías Belgas. Este accidente liberó un espacio que el Ayuntamiento de Madrid aprovechó para generar un nuevo espacio cultural en el barrio de Las Letras: la subestación eléctrica del Mediodía pasó a convertirse en el actual Caixa Forum y las antiguas Serrerías Belgas se convirtieron en Medilab Prado, centro de cultura digital.

Curiosamente, la reforma del edificio realizada en 2007 redescubrió estas hermosas fachadas de estilo historicista, cuyos esgrafiados inspiraron años después dos tipografías openfont: “Serrería Sobria” y “Serrería Extravagante”.

Actualmente el edificio de las Serrerías Belgas acoge un espacio cultural participativo.

Gran parte del encanto de Madrid se lo brindan sus antiguas fábricas. Muchas de ellas han sabido evolucionar y reinventarse desde un pasado industrial, sin perder una pizca de su encanto. Un origen y una esencia, hoy prácticamente desaparecida, que surgió con el nuevo siglo XX, entre los deseos de prosperidad y modernidad. Volver a visitar hoy espacios como este tras conocer su historia nos mueve a sentir que, lugares como así, siempre estarán vivos.

Antigua Serreria Belga, en Madrid

Antigua Serreria Belga, en Madrid

Un negocio que no produce nada salvo dinero, es un mal negocio
— Henry Ford


¿cómo puedo encontrar la antigua serrería belga en madrid?