¡Por los pelos!

Peluquería Vallejo. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Peluquería Vallejo. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Barberías y peluquerías, negocios inmortales

Existen pocos profesionales hoy en día a los que seamos tan fieles como a un médico y a un peluquero, ¿verdad? Nos ponemos en manos de ambos a pies juntillas sin poder hacer nada, a sabiendas de que el resultado en ambos casos puede resultar dramático… y es curioso que, en su origen, ambas profesiones estuvieran muy ligadas.

Hasta el siglo XVI, los madrileños acudían a los barberos no sólo para cortarse el pelo o afeitarse, sino también para que les extrajeran una muela, les blanquearan los dientes con aguafuerte o les sacaran sangre aplicando sanguijuelas, el tratamiento más popular para muchas enfermedades graves durante siglos. Algunos de estos barberos llegaban a realizar operaciones mayores, como extirpar hernias y hemorroides, e incluso practicar trepanaciones en el cráneo para curar los dolores de cabeza o la locura.

Aprendían el oficio siendo aprendices de un cirujano o a través de los conocimientos que les trasmitían sus padres, por lo que apenas poseían conocimientos ni formación especializada.

Durante los siglos XVI y XVII, se fue poco a poco separando la labor de los cirujanos de la de los barberos. Estos últimos comenzaron a ser perseguidos por intrusión, siéndoles retirado el instrumental quirúrgico y ocupándose tan sólo de cuidados estéticos y la realización de sangrías.

Durante el siglo XVIII, la llegada de los Borbones al trono español, el desarrollo de una nueva economía y el interés por volver a un modelo de sociedad más civilizado, provocó que se restableciera el valor del aseo y el cuidado personal de los madrileños. Este fue el siglo de las exageraciones estéticas por influencia francesa, especialmente en las clases privilegiadas. La ostentación equivalía a poder y este se reflejaba en los atuendos y gustos estéticos del momento, con pelucas, peinados y barbas con los que los barberos señalaban la categoría social de sus clientes.

La Revolución Francesa y la Revolución Industrial marcaron los comienzos del siglo XIX. En la sociedad madrileña, la sencillez se convirtió en la línea a seguir para separar las nuevas costumbres de los antiguos excesos de la Corte. En este momento aparecieron los peluqueros profesionales, que cortaban el cabello a domicilio a cambio de una remuneración económica. Pronto comenzaron a instalar sus negocios en locales de la capital, especialmente en los barrios de Lavapiés y Maravillas.

Pese a que a finales del XIX los gremios de barberos y cirujanos se separaron definitivamente, las barberías conservaron como símbolo el famoso poste distintivo que hoy en día sigue identificando a estos establecimientos y cuyo origen está en la primitiva realización de sangrías. Los pacientes agarraban fuertemente un rodillo para hacer que las venas de sus brazos destacaran y que los barberos pudieran realizar la extracción. Los vendajes empleados para limpiar la sangre eran atados alrededor del rodillo y dejados en la calle para secarse, identificando a estos negocios. Esta es la razón por la que los postes de las barberías hoy en día son rojos, blancos y azules: el rojo representa la sangre, el blanco los vendajes y el azul las venas.

La Peluquería Vallejo es una de las más antiguas y peculiares de Madrid. Ubicada en la Calle de Santa Isabel, fue fundada en 1908 por Basilio Vallejo Abad. Un establecimiento centenario en el que destaca la magnífica fachada de azulejos de cerámica talaverana, originales de 1.914, declarada “bien de interés histórico-artístico”. Al estar situada muy cerca del Colegio Oficial de Médicos, figuras como don Santiago Ramón y Cajal y don Gregorio Marañón fueron clientes habituales y, en otro ámbito, nuestro Premio Nobel, don Jacinto Benavente.

Es increíble pensar que el negocio de los peluqueros haya evolucionado tanto a lo largo de los tiempos, cuando el producto sobre el que trabajan ha permanecido invariable a través de los siglos: nuestro cabello. Hoy en día, visitar una peluquería en Madrid se ha convertido en toda una experiencia en la que es posible tomar algo, ver una película, asistir a un concierto o jugar a videojuegos. Poco queda de aquellas originales barberías, salvo una cosa: la sangría… pero esta vez en forma de factura.

Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, 1852-Madrid, 1934)

Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, 1852-Madrid, 1934)

Hay pocos lazos de amistad tan fuertes que no puedan ser cortados por un pelo de mujer
— Santiago Ramón y Cajal


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