La diva discreta

Casa en la que nació Teresa Berganza. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

Teresa Berganza, musa castiza del bel canto

¿Quién no ha comprobado que la música es, por encima de todo, emoción? Emoción en estado puro, capaz de hacernos reír, llorar o ponernos el bello de punta como ninguna otra expresión en el universo. La música se aferra a nuestras conciencias de múltiples maneras, aunque probablemente la que mayor poso deja en nuestro subconsciente es la que llega a través de la voz y, especialmente, la voz femenina.

En este sentido, en los últimos dos siglos, España ha enriquecido el panorama lírico internacional aportando algunas de las mejores voces femeninas de la historia de la ópera… grandes intérpretes que ayudaron a hacer del bel canto un fenómeno cultural universal, contribuyendo a rescatar del olvido grandes obras que hoy se interpretan por todo el mundo.

El bel canto surgió, floreció y se desarrolló en los siglos XVI y XVII en Italia y es quizá la corriente más famosa de la historia de la ópera.

Desde un primer momento, el bel canto estuvo directamente vinculado a la voz de los castrati, niños italianos castrados con el fin de conservar su voz aguda como sopranos y mezzosopranos, enfocados desde la infancia hacia una carrera como músicos. Su capacidad de respiración, agilidad y virtuosismo vocal, combinaban a la perfección la ternura de un niño con la potencia y la fuerza sonora de un adulto.

Durante gran parte del siglo XVIII, los castrati definieron el arte del canto, con Carlo Broschi, más conocido como Farinelli, como el castrato más famoso del siglo XVIII.

La pérdida irrecuperable de las habilidades de los castrati fue lo que, con el tiempo, creó el mito del bel canto, una forma de cantar y conceptualizar un canto completamente diferente a todo lo que el mundo había escuchado antes, de una perfección tal que raramente se ha conseguido alcanzar en épocas posteriores.

A medida que los castrati fueron desapareciendo a lo largo del siglo XIX, las mujeres comenzaron a cantar las partes en la que encajaban de forma natural, por su tono de voz.

En Italia, el bel canto desembocó en una verdadera escuela que tuvo su edad de oro con las obras vocales de Mozart, así como de las composiciones de italianos como Donizetti, Bellini y las primeras obras de Verdi.

No obstante, el compositor italiano Gioachino Rossini fue quien asumió el trono de la ópera italiana en la estética del bel canto, gracias al enorme grado de dificultad vocal de sus óperas.

Y es que, esta forma de cantar exigía una preparación y entrenamiento corporal extraordinario para sus intérpretes, una técnica tan extrema que, desde finales del siglo XIX y hasta mediados del XX las óperas de Rossini fueron prácticamente imposibles de cantar salvo por algunas elegidas, como la prodigiosa soprano, nacida en Madrid, Adelina Patti, primera gran diva de la ópera en el siglo XIX y cantante mejor pagada de la historia.

Con el tiempo, el bel canto fue pasando de moda y los compositores comenzaron a privilegiar a las cantantes que supieran declamar más que cantar virtuosamente, por lo que el estilo vocal se asumió más como una voz hablada.

Sin embargo, la suerte del bel canto cambiaría, en la década de 1950, con la llegada de Maria Callas. y gracias a su maestra, la extraordinaria sopranos turolense, Elvira de Hidalgo. La soprano estadounidense, con su talento vocal y talento dramático, impulsó el renacimiento de este estilo en decadencia, eligiendo títulos que en la época casi no eran representados y dando aires modernos a mujeres protagonistas que para muchos eran poco creíbles o ridículas, como las protagonistas de títulos como Norma (de Vincenzo Bellini), Lucia di Lammermoor ( de Gaetano Donizetti)o El barbero de Sevilla (de Gioachino Rossini), que con “la Callas” fueron redescubiertos en su verdadera magnitud y naturaleza, vocal y estilística.

La senda abierta por Maria Callas fue seguida en los años posteriores por numerosas cantantes, entre ellas una castiza madrileña que acabaría convirtiéndose en una de las voces femeninas más importantes del siglo XX.

Teresa Berganza Vargas vino al mundo el 16 de marzo de 1933, en esta sencilla casa de la Calle San Isidro Labrador de Madrid.

Los primeros años de su vida estuvieron marcados por las consecuencias de la Guerra Civil en la capital. Al acabar la contienda, su padre estuvo preso por haber apoyado la República, por lo que el período de posguerra no fue fácil para su familia.

La joven Teresa creció y descubrió su gran pasión, la música, y un don, su voz, que quiso poner al servicio de Cristo. A los quince años se escapó de casa e ingresó en un convento de Alcalá de Henares para hacerse monja.

Tras unas semanas de clausura entregada al canto de música religiosa, su padre la visitó en el convento para proponerle un cambio: dejar los hábitos y matricularse en el Conservatorio.

Como alumna del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, Berganza estudió piano, armonía, música de cámara, composición, órgano y violonchelo, antes de especializarse en canto.

Para ganar un dinero con el que poder completar sus estudios, cantó él las compañías de Juanito Valderrama y Juanita Reina, y rodó películas con Carmen Sevilla.

Tras duros años de esfuerzo y estudio, Teresa ganó el premio de final de carrera en 1954, demostrando que aquella joven luchadora se había convertido en una mujer perfeccionista.

Tras concluir sus clases de canto debutó, en 1955, en el Ateneo de Madrid. Sin embargo, es habitual que los artistas españoles no encuentran la gloria en su propia tierra… y el caso de Teresa Berganza no fue una excepción, por lo que, con apenas veinte años, tuvo que salir de España para continuar su formación.

Apenas dos años después, deslumbraba al mundo con su debut internacional en el Festival de Aix-en-Provence, interpretando a Dorabella en la ópera Così fan tutte de Mozart. La crítica la elogió como "la mezzosoprano del siglo". Se trataba del despegue de una trayectoria musical que, a partir de ese momento, se convertiría en meteórica.

En los primeros años de su carrera llegó a compartir cartel con María Callas en la Ópera de Dallas, representando la Medea de Cherubini, y se puso a las órdenes de directores de la talla de Ataúlfo Argenta, Daniel Barenboim, Otto Klemperer, George Solti o Herbert von Karajan, con quien llegó a discutir durante los ensayos de Las bodas de Fígaro en la Ópera de Viena, en 1959.

"Me dijo que mi voz no funcionaba y le contesté, muy educadamente, que el que no funcionaba era él". Teresa Berganza

Durante los años siguientes, la soprano continuó una sucesión de éxitos y debuts en los centros operísticos más importantes del mundo: el Metropolitan de Nueva York, representando Las Bodas de Fígaro; la Scala de Milán y el Covent Garden de Londres, con El barbero de Sevilla; o la Ópera de Viena y el Liceo de Barcelona, con La Cenerentola.

La frescura tímbrica y variado colorido, unidos a una técnica segura, una dicción nítida y una deslumbrante expresividad, permitieron a la mezzosoprano madrileña especializarse en la obra de Mozart y Rossini, a quienes siempre consideró sus compositores fetiche. De hecho, solía decirse que, de haberla escuchado en su época, ambos compositores se la habrían rifado, sin duda, para sus estrenos mundiales.

En 1977, Teresa Berganza encarnó por primera vez uno de sus papeles emblemáticos: Carmen, de Georges Bizet.

La icónica cigarrera sevillana había sido muy francesa hasta que irrumpió Berganza y dotó a su personaje de un nuevo carácter, desde la españolidad y el casticismo, incluyendo los gestos y las palabras propios del mundo de la tauromaquia y los gitanos.

La Carmen de Teresa Berganza marcó una época. Una perdonalidad estudiada al milímetro, con los claroscuros propios de un estudio psicológico muy depurado, que permitió a la intérprete madrileña engrandecer a la protagonista maltratada, de perfil trágico, pero sin aspavientos… con una sonrisa fresca, espontánea y desinhibida, propias de una mujer segura, luchadora y reivindicativa, como lo fueron las cigarreras españolas del siglo XIX.

Al igual que las cigarreras, la simpatía y gracia de Berganza eran su carta de presentación… pero también su fuerte carácter, ese por el cual, de un día para otro, era capaz de cancelar conciertos, de ahí su sobrenombre de “Madame annulation”.

En nuestro país, la mezzosoprano madrileña irrumpió en la escena vocal española como una corriente de aire fresco, especialmente tras su reaparición en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, en 1989, tras catorce años de ausencia, cosechando un éxito sin precedentes.

Y es que, con un casticismo del que siempre alardeó, Berganza sería, además, clave en el realce de la zarzuela y en la difusión de la canción española por todo el mundo, poniendo su foco desde entonces en el repertorio nacional, a través de la obra de autores como Toldrá, Granados, Turina, Falla o Antón García Abril.

Aunque tardó en ser reconocida en España, desde principios de los años 90 del siglo pasado no dejó de recibir premios y homenajes en su patria: en 1991 compartió con Alfredo Kraus, Plácido Domingo, Montserrat Caballé, Victoria de los Ángeles, Pilar Lorengar y José Carreras el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, como reconocimiento a una generación de voces que reinó en el mundo de la lírica; en 1994 se convirtió en la primera mujer en ser elegida miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, desde su fundación en 1.752; y en 1996 recibió el Premio Nacional de Música.

Tras cincuenta y tres años en activo, exhibiendo su voz y recibiendo el aplauso unánime del público en los mejores escenarios del mundo, y con más de 200 discos a sus espaldas, un buen día, en 2008, Teresa Berganza dejó de cantar y se retiró de los escenarios.

Desde ese momento pasó a formar parte de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, heredando la cátedra de Canto que anteriormente impartió Alfredo Kraus.

Esta etapa de su vida fue una de las que más disfrutó la cantante, alejada de los focos para enfocarse en escuchar, aconsejar, inspirar y moldear las voces de los jóvenes talentos, así como para advertirles de los peligros de abordar papeles para los que la voz no está preparada, intentando así satisfacer a los sellos discográficos.

Hace tan sólo unas semanas, el 13 de mayo de 2022, la voz de Teresa Berganza se apagó para siempre. Desde entonces Zerlina, Dorabella, Dulcinea, Dido, Charlotte, Rosina, Cherubino y, sobre todo, Carmen, permanecen mudas y afligidas… huérfanas de quien supo entenderlas, defenderlas y expresarlas con el cariño y la entrega con que lo hizo nuestra diva castiza.


Fotografía de Teresa Berganza

Teresa Berganza Vargas (Madrid, 1933-San Lorenzo de El Escorial, 2022)

He tenido una vida llenísima, no solo de éxito, también de la felicidad de poder cantar
— Teresa Berganza


¿Cómo puedo encontrar la antigua casa de teresa berganza en madrid?