Ratón de biblioteca

Monumento a Marcelino Menéndez Pelayo. Madrid 2020 @marietasanz83

Monumento a Marcelino Menéndez Pelayo. Madrid 2020 @marietasanz83

Menéndez pelayo: una mente ejemplar

Es curioso cómo numerosos personajes ilustres que han aportado un legado muy conocido por la sociedad, no gozan del reconocimiento merecido a través de espacios urbanos que los recuerden. Otros, en cambio, cuyo nombre está muy presente en nuestras calles, parecen estar muy lejos de la memoria colectiva actual por sus logros. Don Marcelino Menéndez Pelayo, por ejemplo, no es solo una estatua, una plaza, una avenida, o una estación de Metro en Madrid... es un sabio que, no exento de polémica, dedicó su vida al estudio de la Historia de España a través de su ciencia, su literatura, su estética y su filosofía.

Para poder comprender la colosal obra de Menéndez Pelayo, su pensamiento y su legado, es necesario encuadrarlos en la España de su tiempo… la España de la Restauración.

Los dos primeros tercios del siglo XIX en España habían enfrentado en sendas guerras civiles a liberales y carlistas, provocando en los años siguientes un conflicto ideológico radical entre los abanderados de un progreso sin patria y de una tradición sin actualidad. Tristemente, los españoles carecían de una conciencia unitaria que les motivara a superar este conflicto… algo que hoy quizá nos suene familiar.

El final de la contienda bélica debía completarse con una dura labor intelectual, destinada a recobrar la seguridad de los españoles en ellos mismos, capaz de afirmar la solidez histórica de una nación, la honra de su pasado y el compromiso de sus principios fundacionales… una ardua tarea que un joven Menéndez Pelayo decidió desarrollar desde el rigor de los documentos y la voluntad del estudio.

Marcelino Menéndez Pelayo nació en Santander el 3 de noviembre de 1856. Hijo de un catedrático de Matemáticas, desde pequeño dio muestras de su portentosa memoria y facultades intelectuales: a los doce años sustituía a su padre en la cátedra, traducía sin diccionario a Virgilio y recitaba de corrido la Iliada en griego.

Atendiendo a la vocación del joven Marcelino, su padre decidió que cursara estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona. Posteriormente, completaría su formación en la Universidad Central de Madrid y en la Universidad de Valladolid. Dos años después de conseguir su licenciatura, en 1875, se doctoraba, con tan sólo diecinueve años. A partir de ese momento, y a pesar de su juventud, los cargos académicos, reconocimientos, honores y publicaciones se sucedieron sin interrupción.

En 1878, con sólo veintiún años, obtuvo la Cátedra de Historia de la Literatura en la Universidad Central, en la que sucedió a José Amador de los Ríos. Ese mismo año, además, publicaría su primer libro, Estudios poéticos, en el que el santanderino desarrollaba una de sus principales pasiones, la poesía, que se vio obligado a dejar aparcada en favor de su inmensa producción académica.

En 1880 comenzó su serie de publicaciones Historia de los heterodoxos españoles, la obra que más renombre le otorgó, tanto por su erudición como porque refleja el espíritu combativo en los años de juventud de Menéndez Pelayo, con el que defiende conceptos como el catolicismo y la hispanidad… dos convicciones que también defendería vehementemente en su célebre “Brindis del Retiro”. Fue tal la relevancia de sus “heterodoxos” que con el tiempo llegaría a camuflar el valor de sus publicaciones posteriores, obras de la talla de Historia de las ideas estéticas en España, Orígenes de la novela o Estudios de crítica literaria.

A los veinticinco fue nombrado académico de las Real Academia Española; a los veintisiete, de la de Historia; a los treinta y tres, de la de Ciencias Morales y Políticas; y a los treinta y seis, de la de Bellas Artes de San Fernando. Además, se convertiría en director de la Biblioteca Nacional y en bibliotecario de la Real Academia de la Historia. Hoy, es imposible concebir cómo Menéndez Pelayo, con los medios de su época, pudo desempeñar estos cargos y escribir su magna obra, entre la que destacan la edición completa de las obras de Lope de Vega y una Antología de poetas hispanoamericanos. La única edición íntegra que se ha realizado de su obra ocupa 30.000 páginas.

El sentido de su gigantesca producción fue encontrar la sustancia de la cultura española y el sentido profundo de su proyecto nacional. Aunque nunca conseguiría completar el proyecto que concibió a los veinte años, sí dejó escrito lo principal, sentando las vías por la que habría de transitar la investigación posterior.

Como casi todas las personas que han alcanzado muy jóvenes todas sus metas, Menéndez Pelayo se adentró en la cincuentena con una cierta sensación de hastío y volvió definitivamente a Santander para dedicarse a las investigaciones eruditas para las cuales había reunido ingentes cantidades de material en su biblioteca, cuyo fondo bibliográfico consta de unos 42.000 volúmenes.

El 19 de mayo de 1912, don Marcelino fallecía en Santander a los cincuenta y seis años, a causa de una cirrosis hepática. Se dice que su última frase fue: “!Qué lástima, cuando me queda tanto por leer!”.

En 1918, para recordar la memoria del insigne erudito, se levantó esta estatua en su honor en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional de Madrid, obra del escultor Lorenzo Coullaut Valera.

Recordar hoy a Menéndez Pelayo es evocar a uno de los últimos humanistas europeos, una mente ejemplar que dedicó su vida al estudio de la Historia de España, muchas veces tergiversada y manipulada, incluso en nuestros días. Hoy don Marcelino nos pediría a todos los españoles cumplir con nuestra responsabilidad intelectual, para devolvernos a nosotros mismos la seguridad de que somos ciudadanos de una gran nación, necesitada de la voluntad de todos para hacer historia juntos.

Marcelino Menéndez Pelayo (Santander, 1856-1912)​

Marcelino Menéndez Pelayo (Santander, 1856-1912)​

Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte. Puede producir brillantes individualidades aisladas, rasgos de pasión de ingenio y hasta de género, y serán como relámpagos que acrecentará más y más la lobreguez de la noche
— Marcelino Menéndez Peñayo


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