Nadie es más que nadie

rebelión de los comuneros, el poder del pueblo

“Nadie es más que nadie”… es una frase bonita, ¿verdad? Por desgracia, muchas veces se queda en eso… una frase ideal como slogan para decorar tazas, camisetas o la campaña del político de turno ansioso por hacernos ver que, con él en el poder, todos recibiremos un trato de igualdad… ya seamos ricos o pobres, poderosos o marginados. Pero desafortunadamente, no es así.

A pesar de vivir en democracia, los españoles sentimos que el abuso de poder y la separación de clases siguen tan presentes hoy en nuestra sociedad al igual que hace cinco siglos, cuando un grupo de revolucionarios castellanos, hartos de los atropellos, se levantaron contra el poder del emperador y en defensa de las libertades y los derechos colectivos.

Este movimiento social y político revolucionario sentaría las bases de la España moderna y sus protagonistas, los comuneros, forman parte no sólo de nuestra memoria colectiva sino, especialmente, del callejero de la capital.

Origen de la revolución comunera_

Para hallar los orígenes de la revolución comunera es necesario retroceder nada menos que hasta principios del siglo XVI, un período de profundos cambios políticos, sociales y económicos en nuestro país, dentro del marco de la estabilidad alcanzada durante el reinado de los Reyes Católicos… un equilibrio que se rompería en 1504 con la muerte de la reina Isabel, dando comienzo a una etapa de crisis y conflictos internos.

La centuria comenzó con una serie de malas cosechas y epidemias. Lejos de solucionar esta situación, el Estado decidió ampliar las ya cuantiosas tierras dedicadas a pastos en función de los intereses de la Mesta y la nobleza, en detrimento de las dedicadas al cultivo para el pueblo, empobrecido y hambriento.

No solo las malas cosechas provocaron el descontento, sino que a este se unieron las protestas de los comerciantes del interior ante el monopolio ejercido por los mercaderes burgaleses en el comercio de la lana. Esta situación caldeó el ambiente en los núcleos gremiales de otras ciudades castellanas como Toledo y Valladolid.

explicaciones al estado_

Ante esta situación, todas las partes implicadas se volvieron hacia el Estado para que ejerciera el papel de árbitro, pero este también se encontraba sumido en una grave crisis que se hizo cada vez más aguda con los sucesivos gobiernos de Felipe el Hermoso, el Cardenal Cisneros y Fernando el Católico.

Este último monarca gobernó el reino en nombre de su hija Juana I de Castilla (“la Loca”), legítima heredera al trono pero recluida en Tordesillas por incapacidad. De este modo, la línea dinástica llegó hasta Carlos de Habsburgo, hijo de Juana… un rey extranjero que nunca antes había pisado Castilla.

Carlos I, un rey extranjero_

El 19 de septiembre de 1517, el joven príncipe avistaba por primera vez la tierra que debía gobernar como Carlos I de España.

Educado en Flandes, no conocía el idioma castellano y menos aún a sus gentes, por lo que la población lo acogió con escepticismo, pero al mismo tiempo con las ansias de una estabilidad y una continuidad que Castilla no disfrutaba desde la muerte de su abuela, Isabel la Católica.

Las malas formas y privilegios del rey_

Sin embargo, desde el primer momento las malas formas, el desprecio hacia las autoridades, instituciones y a los habitantes de Castilla, junto a su soberbia y a un fuerte partidismo hacia las autoridades imperialistas flamencas, que anteponía a las necesidades españolas, convirtieron a Carlos en un rey odiado por su pueblo.

Carlos I había asumido las grandes orientaciones políticas medievales de los Reyes Católicos: la política era cosa de la Corona y el pueblo no tenía por qué intervenir en ella.

Su corte flamenca comenzó a ocupar los puestos de poder castellanos, con nombramientos tan escandalosos como el de Guillermo de Croy, un joven de tan solo veinte años que fue nombrado arzobispo de Toledo, sucediendo al Cardenal Cisneros.

Por si fuera poco, la voracidad de los comerciantes y banqueros extranjeros, de cuyos créditos dependía Carlos I para financiar sus guerras, aumentaron la ya excesiva presión tributaria y fiscal que la población castellana venía sufriendo, provocando que creciera su enfado y generando una situación de enojo al borde de la revuelta.

EL descontento del pueblo_

A los pocos meses el descontento ya era notorio en todos los sectores de la sociedad. Algunos frailes llegaron incluso a predicar denunciando abiertamente a la Corte, a los flamencos y a la nobleza por su pasividad.

En estas circunstancias, en 1519 fallecía el emperador Maximiliano I de Austria, abuelo de Carlos I. Inmediatamente se abría el proceso de elección para el cargo de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Con gran celeridad, el rey Carlos puso toda su atención y esfuerzos en el que en realidad había sido su único objetivo desde que fue educado en Flandes: ser nombrado emperador de los romanos.

Inmediatamente, el monarca trazó un plan para hacerse con la corona imperial. Para ello necesitaba gastar una ingente suma de dinero, no solo para comprar a los electores dudosos en el imperio sino también para organizar los fastos de la ceremonia en Alemania… y no se le ocurrió nada mejor que aumentar los impuestos sobre sus territorios castellanos para costear sus intereses imperialistas.

Una deuda para el pueblo_

El 12 de febrero de 1520, Carlos I decidió convocar las Cortes en Santiago de Compostela con el objetivo de aprobar un nuevo impuesto que le permitiese recaudar los 300 millones de maravedíes con los que sufragar sus gastos.

Las ciudades castellanas rápidamente percibieron que, para el nuevo rey, las Españas se convertirían (como así ocurrió) en la tierra en la que recaudar levas para sus ejércitos y en la hacienda que sufragaría la costosísima tarea de financiar el dominio militar de prácticamente toda Europa.

Por ello, los procuradores que representaban a las distintas ciudades en las Cortes recibieron claras instrucciones por parte de vecinos de votar en contra de la propuesta de nueva leva. Finalmente, los sobornos y amenazas por parte del entorno real hicieron que se aprobara la impopular medida, a pesar del interés del pueblo.

Se aumentó la imposición directa, sustituyéndose el método habitual de recaudación de las alcabalas por la recaudación a través de recaudadores y arrendamiento de los impuestos… dos sistemas profundamente odiados por el pueblo, que generaban mayores ingresos a costa de las amenazas a las que se sometía a los contribuyentes.

la paciencia se agota_

Tras obtener su objetivo, Carlos I zarpó desde A Coruña rumbo a Alemania en un viaje que duraría tres años, no sin antes nombrar como regente en su ausencia a un cardenal de origen holandés, Adriano de Utrecht, y como autoridades del reino a sus compatriotas flamencos.

Estas decisiones fueron las gotas que terminaron de desbordar el vaso de la paciencia de los castellanos y las que configuraron el panorama general en el que debemos que situar la problemática de 1520, año en el que estalló la Guerra de las Comunidades.

La guerra de las comunidades_

Los pueblos de Castilla se sintieron desamparados. Por todas partes estallaron motines y revueltas, manifestaciones del malestar y descontento que se generalizó en todo el reino a partir del mes de junio de 1520.

El concejo de Toledo se situó al frente de las ciudades que protestaban contra la elección imperial, negándose a acatar el poder real y proponiendo a las ciudades con voz y voto en las Cortes la celebración de una reunión en la que la insurrección tomaría por primera vez el nombre de Comunidad… una palabra que condensaría las esperanzas de cambio del pueblo.

Comunidad no sólo era el sistema de gobierno que adquiría la nueva junta municipal sino que, además, definía una forma de representación del común, de la masa social, con especial alusión a los pobres, a los desamparados, al conjunto del pueblo y no sólo a una pequeña minoría rectora.

Además, comunidad simbolizaba también, y especialmente, algo más intangible: el anhelo de sentirse unido a los demás, de participar en los debates y en la vida pública, de no verse excluido ni arrinconado, despreciado o maltratado.

El atributo “comunero” llegó a oponerse al de “caballero”, como ejemplo de valores y méritos, en el vocabulario de la época, definiendo la lucha del pueblo contra los privilegios de unos pocos privilegiados.

Los comuneros elaboraron un programa reivindicativo y un pensamiento político de signo moderno, caracterizado por la preocupación de limitar el poder arbitrario de la Corona, una teoría a la que hoy muchos consideran precedente del posterior constitucionalismo europeo.

Entre sus pretensiones, los revolucionarios exigían reservar cargos públicos y beneficios eclesiásticos a los castellanos, prohibir la salida de dinero al extranjero y designar a un castellano para dirigir el reino en ausencia del rey.

Los comuneros_

Juan de Padilla emergió como símbolo y líder de un alzamiento que, desde Toledo, se acabaría transformando en un poder popular en todo el estado.

Pronto Toledo encontraría el apoyo de otras ciudades como Valladolid, Segovia, Salamanca, Zamora, León, Palencia, Soria, Cuenca, Guadalajara, Murcia, Plasencia o Ávila. A estas comunidades locales les seguiría la formación de un gobierno general, la Santa Junta General del Reino de Castilla.

A medida que prendía la mecha de la revolución, a Padilla se fueron uniendo otras líderes fundamentales para el movimiento comunero: Juan Bravo, en Segovia, y los primos Pedro y Francisco Maldonado, en Salamanca.

La madrid comunera_

La por aquel entonces modesta villa de Madrid, al norte de la importante ciudad de Toledo, siguió el ejemplo de sus ciudades hermanas y rápidamente se sumó a la rebelión comunera, manteniendo desde el inicio una actitud de clara hostilidad hacia los imperialistas flamencos.

Madrid formó su propia comunidad local bajo las órdenes de Juan de Zapata, antiguo regidor de la villa y líder comunero, incomprensiblemente muy poco conocido en la actualidad pese haber sido considerado uno de sus máximos dirigentes.

Los rebeldes madrileños consiguieron asediar e incautar el Alcázar real de los ejércitos imperiales en nombre de la comunidad de la villa de Madrid y la Santa Junta. Colocaron barricadas, fortificaciones y trincheras por toda la villa en defensa del movimiento comunero y ayudaron a expandir por las regiones cercanas su objetivo de destronar a Carlos I.

La “legítima” reina_

La verdadera esperanza de los comuneros era conseguir el beneplácito de la legítima reina Juana, recluida en Tordesillas, para reponerla en el trono remediando así abusos pasados.

Con este fin, los comuneros llegaron a Tordesillas y se entrevistaron, con Juan de Padilla a la cabeza, con la reina, quién ofreció en principio su apoyo a la causa, a pesar de que nunca llegaría a firmar ningún documento.

El fin del movimiento comunero_

Finalmente, la demencia impidió a Juana colaborar activamente con los sublevados. La imposibilidad de restaurar a la reina en el trono castellano provocó que el movimiento comunero se debilitara, perdiendo legitimidad y fuerza militar.

Por un lado, Burgos se apartó de la Junta: sus procuradores, asustados, creyeron que la rebelión había llegado demasiado lejos. Por otro, banqueros, prestamistas y alta nobleza acudieron en auxilio del rey Carlos.

La suerte estaba echada y, tras no obtener resultados políticos, los comuneros no tuvieron más remedio que entablar batalla contra las tropas imperiales que, superiores en número y recursos, consiguieron arrinconar a las tropas sublevadas.

Finalmente, el 23 de abril de 1521, en las campas castellanas de Villalar, el ejército comunero castellano liderado por Juan de Padilla, Juan Bravo, Francisco Maldonado y Juan de Zapata, fue derrotado por las tropas imperialistas lideradas por el Conde de Haro.

Padilla, Bravo y maldonado, ajusticiados_

Al día siguiente, los capitanes Padilla, Bravo y Maldonado fueron sacados de las improvisadas cárceles y ejecutados en la plaza pública de la localidad vallisoletana.

Justo antes de ser ajusticiados, los líderes comuneros protagonizaron una última anécdota que quedaría grabada en la Historia. Tras escuchar Juan Bravo que los degollaban por traidores, se volvió hacia el verdugo y le aclaró: “Mientes (…); traidores no, mas celosos del bien público sí, y defensores de la libertad del Reino. (…)”. A lo que Juan de Padilla concluyó: “Señor Juan Bravo, ayer era día de pelear como caballero y hoy de morir como cristiano”.

Las cabezas de los tres líderes castellanos quedaron públicamente expuestas. Mientras, Juan de Zapata fue sometido a un juicio meses después y condenado a muerte. A día de hoy las crónicas no han podido asegurar si su ejecución fue finalmente llevada a cabo o consiguió huir.

Una derrota que dejó huella_

Con esta derrota, el movimiento de la rebelión de las comunidades de Castilla quedó herido de muerte.

Al enterarse de la caída del ejército rebelde, los comuneros madrileños se replegaron cada vez más en sus posiciones pero no pudieron evitar que los imperiales tomaran las calles de Madrid, lanzando una ofensiva contra las fortalezas y bastiones comuneros de la Villa, obligando a los rebeldes a ceder definitivamente el Alcázar real y a rendir la plaza el día 15 de mayo de 1521.

Poco a poco, fueron cayendo en cadena todas las grandes ciudades que permanecían fieles a la Santa Junta hasta que, apenas diez meses después, se rendía el ultimo foco de resistencia en la localidad castellana de Toledo, donde María Pacheco, "la leona de Castilla", última rebelde de los comuneros y mujer de Juan de Padilla, había asumido el liderazgo de la Revolución de las Comunidades de Castilla tras la decapitación de sus líderes.

Moría así el levantamiento comunero en el mismo lugar que había nacido. Una rebelión que había durado menos de un año pero que había conseguido poner en jaque el gobierno del emperador.

La venganza de Carlos I_

A partir de entonces se desató por toda Castilla una durísima represión por parte de Carlos I, quien trató de eliminar todo rastro de aquella revolución que había soñado con una Castilla renovada.

Se destruyeron los escudos familiares visibles de todas las propiedades de los Padilla, Bravo y Maldonado en Toledo, Segovia y Salamanca.

En Madrid, la residencia de Zapata fue arrasada y sus escudos borrados. Las fortalezas levantadas por los comuneros madrileños también fueron destruidas, entre otras el castillo ubicado en la actual Puerta del Sol y que dio nombre a esta emblemática plaza.

El emperador se impone_

Tras la Guerra de las comunidades, en 1522 el rey recobraba su preeminencia frente al reino y la política volvía a quedar reservada al monarca, único depositario de la soberanía y del poder del Estado.

Se iniciaba así una etapa de estabilidad política e institucional, una época de preponderancia y de prestigio español en Europa que continuaría durante casi un siglo.

Sin embargo, al mismo tiempo que se agrandaba el Imperio, germinaba un desfase entre la Corona y la nación española: ¿hasta qué punto podían sentirse los españoles solidarios de la política que sus reyes defendían en su nombre en Europa? Aquella gloria se conseguiría a expensas de la nación, invitada a sufragar con su sangre y sus tributos unos ideales y unas empresas definidas de manera unilateral por los monarcas, obsesionados por ampliar aquel legendario Imperio español en el que “nunca se ponía el sol”… hasta que se puso.

Una memoria olvidada_

La memoria de los comuneros desapareció de la Historia española hasta que, a finales del siglo XVIII, se retomó su hazaña y su legado como arquetipo de revoluciones posteriores, entre otras la Revolución francesa de 1789.

En 1931, la II República española quiso recuperar los valores del movimiento comunero a través de uno de sus iconos más populares: la bandera republicana. Y es que el morado de esta bandera simboliza el color del pendón de los comuneros, un homenaje que buscaba reconocer al pueblo de Castilla como parte fundamental del nuevo estado.

Las huellas comuneras en Madrid_

En la actualidad, los nombres de estas tres calles contiguas del barrio de Salamanca de Madrid, preservan la memoria de los líderes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado. Sin embargo, en la capital apenas nadie recuerda el nombre de Juan de Zapata, la imagen del desaparecido Alcázar real como símbolo de la resistencia comunera o el origen comunero de la Puerta del Sol.

Cinco siglos después de aquel fallido levantamiento, el casi olvidado ejemplo de los comuneros sigue siendo muy reivindicable por nuestra sociedad actual, en la que se mantienen la lucha de clases y la lucha nacional. Convendría recordar el valor de quienes no aceptaron que el poder se ejerciera en puro interés del poderoso y a costa del pueblo, dejando claro que nadie es más que nadie.

P.D: En honor a todos los castellanos, herederos de aquellos que dieron su vida por defender los derechos del común. Porque sepan conocer y transmitir los valores de los comuneros, defendiéndolos y proclamándolos para que nunca más vuelvan a perderse en el polvo de la Historia.

Ejecución de los comuneros de Castilla. Antonio Gisbert. 1860

Ejecución de los comuneros de Castilla. Antonio Gisbert. 1860

Jamás consentiré yo que la nobleza de Castilla y León sea hecha tributaria... y yo estoy pronto a morir en defensa de nuestros derechos
— Juan de Padilla


¿cómo puedo encontrar las calles padilla, bravo y maldonado en madrid?